lunes, febrero 23, 2009

Garcia Brera, En mi familia, dos carteras menos en una semana

lunes 23 de febrero de 2009
En mi familia, dos carteras menos en una semana

Miguel Ángel García Brera

M I ausencia en este periódico ha sido debida a un viaje para comprobar el estado de unas obras que me llevan a cabo en Calaceite, un pueblo singular, bellísimo, del Bajo Aragón. Como hacía frío y sentía un cierto cansancio, entre charla y charla con quienes llevan a cabo los trabajos, por cierto con una finura excepcional, me he refugiado en la caja tonta y he visto por partida triple la penuria que asuela nuestro país. Digo por partida triple porque la primera cadena repetía cada mañana parte de lo que había emitido por la tarde anterior y la televisión aragonesa venía a coincidir en gran parte con lo mismo.

El hecho es que, a lo largo de casi una semana, he sabido del ingente trabajo para recuperar del Guadalquivir el cuerpo de una niña asesinada, me he enterado de la deplorable situación de una anciana de 80 años, andaluza, que teme a su hijo esquizofrénico y le tiene viviendo en la casa de enfrente al que va a llevar comida y a lavarle la ropa cuando el no está, pues tiene miedo a ser agredida. La mujer pide que una institución adecuada recoja a su hijo y, cuando lo consiga, sólo pide a Dios morirse y acabar su sufrimiento. He sabido también de barriadas andaluzas donde las ratas y la destrucción de las viviendas, que fueron entregadas por la Junta para erradicar el chabolismo, presentan un aspecto fantasmagórico e inhumano. Y me he enterado que hay un montón de okupas y de inquilinos que no pagan la renta, llamándome la atención su inhibición más absoluta respecto al problema que así crean a los propietarios, generalmente ahorradores de escasa posición económica.

Uno se pregunta si España ha llegado al peor de los tercermundismos viendo estas tremendistas escenas andaluzas en un territorio gobernando toda la transición por el ex ministro Chávez. ¿A que se dedican los políticos de este país, que son incapaces de mantener en pie, incluso las viviendas que, en su día, ofrecieron a gentes sin recursos para sacarles del chabolismo? ¿Qué hacen para consentir, años y años, que gentes que dan una patada a las puertas, o inquilinos morosos, se apropien de las viviendas ajenas? Y no se trata sólo de proteger la propiedad legítima, sino de buscar soluciones para albergar legítimamente y con decoro a quienes carecen de trabajo y medios para conseguir por si mismos una vivienda. ¿Cómo es posible que en un pueblo donde todo el mundo conoce el drama de una anciana atemorizada por su hijo demente, no se haya decretado el ingreso hospitalario urgente del retoño? Si todo lo que nuestros políticos dan de sí, y cuanto los sindicatos consiguen con su actividad, permite este escenario, convengo con Amando de Miguel que es el momento de “bajar el sueldo a los altos cargos y suprimir las subvenciones a los sindicatos”. Y, por supuesto, entiendo que Álvarez de Toledo proponga reformar la Administración Autonómica y estatal para ahorrar en tiempo de crisis, aunque yo no lo pediría tanto por motivos de ahorro, sino de decencia y de servicio a barriadas de gentes que no merecen vivir entre ratas y escombros, a ancianas atosigadas por un hijo esquizofrénico, a familias sometidas a la publicidad de sus más íntimos y dolorosos problemas, y en general a un pueblo sin seguridad ni para las personas ni para sus bienes. Y etcétera, etcétera. Por supuesto en esa reforma habría que entrar decididamente en el Código Penal, para evitar casos tan graves como que en una Jefatura de Tráfico se trafique con carnés, cuyo otorgamiento a voleo, puede situar en la carretera a indocumentados capaces de provocar daños humanos irreparables, o como los de otros garantes del orden y empleados públicos que permiten tráfico de drogas o se las apropian para su comercialización.

Dejo aparte el desprecio que siento hacia quienes llevan semanas llevando ante las cámaras detalles y precisiones sobre un crimen y sus protagonistas, incluso convocando a una niña de 14 años, acompañada de su madre, que difícilmente es capaz de explicar cómo su hija y el imputado de asesinato de otra, convivían bajo el mismo techo. ¿No hay leyes que permitan a un juez que impida, de inmediato, esa exhibición de circunstancias y personas ante la audiencia?

Y, ¿cómo no?, he escuchado al ministro Bermejo – nunca un color fue tan adecuado a un apellido –decir que cazaba sin licencia porque “es algo que se me ha pasado”, al tiempo que parecía confundir Castilla La Mancha con Andalucía, cuando aclaraba dónde cazaba. En defensa del furtivo ha salido el portavoz del PSOE, Alonso, para decir que el ministro y el juez Garzón –que por cierto vaya susto que nos ha dado- “no hablaron para nada de la investigación” -lo cual me hace sospechar que les tenía puesto escuchas- a cuyo testimonio habrá que darle la importancia que en una propaganda de Activia me ha llamado la atención. El anuncio destaca cómo ese producto alivia el tránsito intestinal y por todo argumento, una señorita, asegura que “lo dice el folleto así que es cierto”. Yo pienso lo mismo, si Alonso dice que Bermejo y Garzón no hablaron del controvertido tema, así será. Además no tuvieron mucho tiempo, afanado como estaba el ministro en comprar algunas cornamentas y cabezas disecadas. A mi modo de ver, la célebre montería no ha sido sino un remake entre “Furtivos” y “La escopeta nacional”; en cierto modo un homenaje a la memoria histórica que empieza uno a pensar que no se quería desenterrar por revancha sino para repetir los hechos cambiando los papeles. En esto de la memoria, me ha llamado la atención que un ex ministro socialista, Gómez Navarro, postule la intervención de los Bancos cuanto antes, como ya en tiempos de Maricastaña proponía José Antonio Primo de Rivera, con la diferencia que, de haberlo hecho entonces, no estaríamos en la penosa crisis actual.

El estado de amoralidad que nos domina es la causa principal de la mayor parte de los problemas sociales, un estado que, partiendo de quienes deben dar ejemplo, alcanza a muchas capas de la población como a esos inquilinos y okupas a los que me he referido, y a los carteristas de metro, de los que no he escrito, que antes la cámaras explican como invaden una vivienda o birlan una cartera, sin el menor pudor, arrepentimiento, ni respeto para los sentimientos de las víctimas. Tan inseguros vivimos, que me fui al pueblo sin la cartera de mi esposa, recién hurtada y, al regresar, mi hija me dio la noticia de haber sufrido igual sustracción, pero llena de felicidad me comentó: “Pero me han devuelto el DNI y las tarjetas”. Y es para estar alegres, porque, si el dinero no hace la felicidad, no hay infelicidad mayor que tener que acudir a Comisaría para conseguir un nuevo DNI, o salvarse de que los cacos te dejen una cuenta de aúpa en los grandes almacenes tirando de tu tarjeta. ¡Vamos, que si supiéramos quien fue el carterista, habría que invitarle a unas cañas! Yo aquí lo dejo dicho, por si quieren devolverme los papeles de mi esposa, antes de que iniciemos el viacrucis para su reposición.

http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=5076

No hay comentarios: