Dos despojos
GABRIEL ALBIAC
Miércoles, 25-02-09
«DE pronto una puerta se abre: entra silenciosamente el vicio apoyándose en el crimen; es Talleyrand que avanza del brazo de Fouché; la visión infernal pasa lentamente ante mí... y desaparece». Digo yo que no seré el único al cual la foto de esos dos peripuestos cazadores que se pavoneaban sonrientes entre sus tan bien ganadas cornamentas, le encendió el literario destello del déja vu. La arrogancia y el cinismo son hermanos. Desde que el vicio es vicio, desde que el crimen es crimen, en la asesina línea y media con la cual Chateaubriand fulmina en sus Memorias de ultratumba a sus dos más odiados contemporáneos. Uno, Talleyrand, obispo apóstata en la Revolución, piadoso corrupto con los restauradores («¡Hay que hacer una fortuna inmensa, una fortuna inmensa!», gritará entonces a un joven Benjamin Constant estupefacto), cortesano del Napoleón que lo hace ministro, para fulminarlo al cabo cuartelariamente: «¡No es usted más que una mierda en una media de seda!» Fouché, el otro, ha sido padre de la todopoderosa policía política que la Revolución pusiera en pie como su más degenerada criatura; ha asesinado a amigos y enemigos; el más intransigente de los terroristas, el más sanguinario de los contrarrevolucionarios; no hubo indignidad que lo retuviese; ni remordimiento. Dos arquetipos del mal. Dos gigantes.
Los de la cacería ésta de ahora son pigmeos. Del uno como del otro, difícilmente nadie pudiera haber soñado hacer carrera. En una sociedad letrada, quiero decir. Garzón saltó a la fama de la mano de una instrucción crucial que apenas un milagro salvó de la nulidad a la cual él la conducía. Por suerte, el sumario GAL hubo de ser rehecho por el juez Moner al pasar al Supremo; y fue, por suerte, ese segundo sumario el que llegó a la vista. Por suerte, porque el elaborado por un juez que abandonó la instrucción primero y se pasó a la política como lugarteniente del político al cual apuntaba como jefe del crimen de Estado, para retomar después como juez su personal venganza contra el patrón desagradecido, era una mal cosida amalgama de despropósitos. Como lo fue un procedimiento contra Pinochet que la Cámara de los Lores británica hubo de reescribir para ajustarlo a eso que, aunque nuestro juez lo ignore, hay quien llama derecho. Como lo fue aquel monumento al rencor y las faltas de ortografía, mediante el cual Garzón puso a un Gómez de Liaño que antes fuera su amigo, inerme ante el paredón en el cual alguien le hiciera pagar su culpa de juez libre. ¿Bermejo? Se acaba enseguida su historia. Aun cuando no deje de ser jocunda. Luchó -eso nos ha pregonado a grandes voces- contra el franquismo de los padres -del suyo-, como lucha, dice ahora, contra el de los hijos de aquellos inicuos padres -él por ejemplo, supongo-. La verdad, nos hubiera salido a los contribuyentes más barato pagarle un psicoanalista. En vez de eso, hemos cargado con la reforma estratosférica de su pied-à-terre madrileño, hemos tenido que embaularnos sosegadamente su fantástica idea de imponer «una justicia de izquierda», desbarrar todas las chulerías del viejo niño fascista bajo máscara, carnet y coartada del PSOE de Rodríguez Zapatero.
Y yo, ¿qué quieren que les diga? Puede que sea sólo un exceso literario. O turbio fetichismo de animal de filmoteca. Pero añoro a los grandes malos; los Darth Vader majestuosos de otros tiempos. El gozo perverso de estos mocosos mentales, locos por saltarle los sesos al pobre bicho cornudo que un montero les coloca a tres palmos de las narices, ni a compasión ni a risa me mueve. Niñatos sólo. Perversos. Que ni siquiera pagan sus pueriles placeres. Dos despojos.
http://www.abc.es/20090225/opinion-firmas/despojos-20090225.html
miércoles, febrero 25, 2009
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