¿Por qué aplauden?
19 de febrero de 2009
En el congreso de los diputados, durante la sesión de control parlamentario al gobierno, los representantes de un grupo y otro aplauden con mecánico entusiasmo las intervenciones de sus respectivos líderes. ¿Por qué? Ni que estuvieran en los toros. Ni que Rajoy y Zapatero fuesen primeras espadas, banderilleros, o cantantes arrancaos por un sentido palo, o actores tras un brillante monólogo que merece un bis, o futbolistas con tino de seda en el lanzamiento de libres directos. Aquello es el congreso, la cámara de representación popular donde se legisla en nombre de la nación. No es -no debería serlo -, un escenario ni un campo de deportes ni un sarao flamenco. Los aplausos confieren ridícula teatralidad a las intervenciones del presidente del gobierno, los ministros, los parlamentarios de la oposición. Tiene la impresión el espectador de que la concurrencia está dispuesta a aplaudir a su jefe diga lo que diga. “Desde mañana el paquete de cigarrillos vale noventa euros, y el Estado dedicará el noventa por ciento de lo recaudado a la financiación de los carnavales de Tenerife”. Aplausos. Qué espectáculo. Qué tropa.
Tiene la impresión el espectador de que esos aplausos forman parte de la jocosa bullanga nacional, el merengue de cacerías, panderetas, cantes, coplas y cuentas del Gran Capitán con que la idiocia evolucionada a sistema inunda nuestra vida y transforma el pensamiento del común en balido de pastores y ajoarriero para las ovejas. Ese mismo pensamiento -llamémoslo así -, que digiere como lo más natural del mundo la fantochada diaria, el espectáculo de los medios de comunicación convertidos en generadores de noticias basura, un mundo armónico de pringue, acompasado en fina coherencia con la brutalidad en las aulas, la complacida, egoísta ignorancia de las generaciones jóvenes, en teoría las más preparadas, solidarias y comprometidas de nuestra historia; en la práctica una estadística desoladora de fracaso escolar, insensibilidad social e incapacidad profesional. El sistema los quiere díscolos en el colegio, violentos en la calle, insoportablemente acuciosos en el seno de la familia y mansos ante las urnas. Lo va consiguiendo.
Tras el resumen de la sesión parlamentaria, continua informando la sagrada televisión. Aparecen los padres de la chica asesinada en Sevilla. Quieren reunirse con Zapatero para pedir la cadena perpetua o, en su defecto, el cumplimiento íntegro de las penas para autores de delitos como el que les ha arrebatado a su hija. Aplausos. Piensa el espectador que, en vez de con el presidente del gobierno, podían los padres de esa desdichada reunirse consigo mismos y analizar su responsabilidad en el caso. ¿Qué hace una niña de 17 años en la madrugada y en compañía de peligrosos canis a los que ha conocido en una pocilga de internet? ¿Qué hacían ellos? ¿A qué dedicaban el tiempo libre cuando no había tanta urgencia por reunirse con el presidente del gobierno?
Prosigue el informativo. La muchacha ecuatoriana agredida en el ferrocarril de Barcelona por el salvaje Sergi Xavier M.M, en octubre de 2007, no acudirá al juicio porque está muy traumatizada. Unos cuántos aplausos para ella. Si bien su trauma no le ha impedido aparecer en una cadena de TV especializada en aventar mugre, una entrevista despampanante, exclusiva mundial e impresionante testimonio en uno de esos programas que nos hacen sentir orgullo por pertenecer a la especie bípeda y náuseas por habernos correspondido el calificativo de humanos. Aunque la hazaña de la ecuatoriana es poca en comparación con el desparpajo con que Rocío, la novia de Miguel C.D, presunto asesino de Marta del Castillo, aparece ante las cámaras para explicar que él es un buen muchacho, huérfano, víctima de una infancia difícil. A los 14 años se puede ejercer la inocencia como estado natural, no así a los cuarenta y muchos, los que adornan el rostro de la madre de la pequeña, señorona sureña que desnuda su vida ante las cámaras con idéntica impudicia con que exhibe el rostro sin pixelizar de su hija. El defensor del pueblo andaluz y la fiscalía de menores tomarán cartas en el asunto. Eso dicen. Más aplausos.
Mas no nos preocupemos, no cunda el pánico que nuestro despejados políticos tienen soluciones para casi todo. De momento, en previsión de males mayores, van a desposeer a Francisco Franco, fallecido en 1975, de un título que oprobiosamente detenta: hijo predilecto de la provincia de Granada. Con una legislación contemporánea se remueven actos jurídicos emanados de una ley que no existe y cuyo beneficiario es una persona que dejó de serlo hace treinta y cuatro años. Fenomenal. Aplausos. Ya puestos, que lo desposean del rango de jefe del estado y generalísimo de los ejércitos. Enmendar la Historia a fuerza de votaciones es la práctica más original y creativa de nuestros tiempos. Que se convoque un referéndum para determinar si Felipe II hizo bien o mal en aceptar el título de Prudente. Chufla nacional, la estupidez al poder y el poder a seguir siéndolo como Hugo Chávez: vitalicio; pero no para toda la vida nuestra, sino la suya, es decir, para siempre.
Aplausos y garambainas. Que los rubrique el gobierno de España.
http://www.elmanifiesto.com/articulos.asp?idarticulo=3021
lunes, febrero 23, 2009
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