miércoles, febrero 11, 2009

Javier Ruperz, ¿Gibraltar eapañol?

¿Gibraltar español?
.. Ahora los británicos afirman con toda seriedad que sus territorios incluidos en el comité de descolonización de la ONU bajo esa categoría ya no lo son, que la relación entre el Reino Unido y Gibraltar es ahora una relación «moderna» y que de cualquier manera tienen tan poco respeto por las acciones descolonizadoras del organismo internacional que ni siquiera se van a molestar en pedir que la lista sea suprimida o modificada...

JAVIER RUPÉREZ Embajador de España

Miércoles, 11-02-09
A Juan Durán, con permanente afecto
Es difícil, por no decir imposible, imaginar el conjunto de circunstancias que harían posible el retorno de Gibraltar a la soberanía española. La experiencia históricamente acumulada demuestra que el Reino Unido no tiene el más mínimo interés en permitir esa retrocesión. Y paralelamente la conducta española con relación al territorio británico está tan salpicada de inconsecuencias y debilidades que ha servido de terreno abonado sobre el que Londres ha construido su mostrenca voluntad de permanencia. El exitoso resultado diplomático del ministro Castiella en Naciones Unidas al obtener el endoso a la postura española no pudo contar con el suficiente apoyo internacional que merecía, al proceder de un país recortado en su acción internacional por la presencia de un régimen autoritario. Tras la muerte de Franco pronto, sin embargo, se pudo comprobar que la reanudacion de las conversaciones hispano-británicas y las posibilidades apuntadas cuando España negociaba su adhesión a la OTAN, en donde el interés americano para facilitarla había llevado a Washington a obtener de Londres concesiones sobre el Peñón -un comienzo de cosoberanía- no conducían a ninguna parte. La cosoberanía fue vigorosamente rechazada por la cúpula de las fuerzas armadas españolas, guiados por el maximalista deseo del o todo o nada. Y las negociaciones entre Madrid y Londres, aprovechando el impulso que proporcionaba la democracia recién estrenada, y con la verja que Castiella habia dejado cerrada a finales de los sesenta, perdió gran parte de su virtualidad cuando, llegados los socialistas al poder, a finales de 1982, la primera decisión de política exterior de su gobierno fue la de abrir la verja sin negociación ni contrapartida de ningún tipo. Tanto como para recordar a los británicos, nacionales de la «perfida Albión», que en España siempre encontrarían los mejores aliados para sus conveniencias.
Gibraltar ha sido siempre un puesto avanzado de los intereses imperiales -ahora post imperiales o, si se quiere, mini imperiales- de la Gran Bretaña. Es muestra residual del colonialismo decimonónico y supervivencia circunstancial de un hecho evidente: Londres, aun en sus horas bajas, tiende a quedarse allá donde no encuentra fuerza militar o política que le expulse. Con la altisonante declaración de que Gibraltar caería «como una fruta madura» Franco hacía muestra de supremo realismo al tiempo que involuntariamente invitaba a los británicos a quedarse. China nunca ocultó su voluntad de llegar hasta las últimas consecuencias en el caso de que Londres no abandonara Hong Kong, cuyo paralelismo con Gibraltar es evidente. Como evidentes las diferencias: en el sur de la Península Ibérica sigue ondeando el Union Jack mientras que Chris Patten, el último gobernador de la colonia china, lo arrió hace ya unos cuantos años. Y de nada sirvió que tardíamente Londres se acordara de los derechos humanos de los habitantes del territorio, tan a menudo mencionados durante el régimen de Franco como obstáculo para contemplar la retrocesión de Gibraltar. Ya tenemos derechos humanos en España, desde hace más de treinta años, pero cualquier pretexto es bueno para hacer verdad lo del «rule Britannia».
Desde el mismo momento de la ocupación del Peñón los británicos han recurrido a subterfugios para incumplir los términos legales del Tratado de Utrecht, aprovechándose de las circunstancias para ocupar lo que no les pertenece -el istmo, las aguas de la bahía de Algeciras, hace pocas semanas ABC denunciaba nuevas y fraudulentas acciones en el lado oriental del territorio- , para tomar medidas que nadie les había confiado -el levantamiento de la verja- o para mutar el mismo «status» jurídico del lugar. Así, en los tiempos actuales, lo que era una base militar en territorio extranjero se convirtió, bajo la Carta de las Naciones Unidas, en un territorio no autónomo y por tanto con una población autodeterminable. Afortunadamente en ese momento supo levantar Castiella la muralla de su reivindicación y ganar el caso en la Asamblea General de la ONU. Pero, y como en tantas otras ocasiones, Londres ha hecho caso omiso de la legalidad internacional. Ahora los británicos afirman con toda seriedad que sus territorios incluidos en el comité de descolonización de la ONU bajo esa categoría ya no lo son, que la relación entre el Reino Unido y Gibraltar es ahora una relación «moderna» y que de cualquier manera tienen tan poco respeto por las acciones descolonizadoras del organismo internacional que ni siquiera se van a molestar en pedir que la lista sea suprimida o modificada. Para comprobar la literalidad de tan egregio respeto por las Naciones Unidas y su sistema, léase el texto de la carta que el embajador de Su Majestad Británica en Naciones Unidas, Emyr Jones Perry, él mismo acabado espécimen de la duplicidad isleña, dirigió el 22 de enero de 2007 al secretario general de la ONU, Ban Ki-moon. Para Londres la cláusula de retrocesión a España no pasa de ser una fórmula de anticuado estilo.
Excluido el uso de la fuerza, la España contemporánea ha oscilado entre la dureza y el intento de amigable composición para conseguir la recuperación de la soberanía. Ninguna de las dos aproximaciones ha surtido los efectos deseados y la segunda ha sido resultado de una óptica inconscientemente adoptada de las recomendaciones británicas: se trataría de convencer a los «llanitos» de las ventajas de pertenecer a España y eso, dicen, no se consigue con gesto adusto y frontera cerrada. Como era de prever, el gesto amistoso y la frontera abierta tampoco han contribuido a cambiar las opiniones de los habitantes del Peñón, gozosos usufructuarios del mejor de todos los mundos posibles, uno en donde no se pagan impuestos, la autoridad está lejos y la Costa del Sol tentadoramente cerca. Tanta ha sido la absorción inconsciente de esa propuesta que España ha olvidado lo más elemental: Gibraltar puede difícilmente sobrevivir sin la colaboración española y menos con su enemiga. Sobre todo para el desarrollo de las actividades en que Gibraltar ha encontrado refugio tras el encogimiento del poderío naval británico: las financieras «off shore» -confusas y turbias muchas de ellas-, el turismo y el comercio libre de impuestos. Todos ellos desarrollados en contra de los intereses generales españoles. Y realizados en un contexto en donde continuamente choca España con la inconveniencia de tener como molesto vecino a un territorio sobre el que no ejerce control: un día son las reparaciones a los submarinos nucleares, otro los vertidos tóxicos a la bahía, el de más alla el latrocinio sobre pecios españoles en las aguas próximas. La lista es larga.
Gibraltar, no nos engañemos, seguirá siendo británico por tiempo indefinido. Pero cabe mostrar con toda la contundencia de la que España sea capaz la incomodidad que ello provoca. Y tomar medidas en defensa de los planteamientos patrios.

http://www.abc.es/20090211/opinion-tercera/gibraltar-espanol-20090211.html

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