miércoles, febrero 11, 2009

Felix Arbolí, Silencios elocuentes

miercoles 11 de febrero de 20009
Silencios elocuentes

Félix Arbolí

C ADA persona es un mundo celosamente guardado por su portador y cada vida una aventura más o menos fascinante, perversa o maravillosa que no apreciamos desde el exterior. Si pudiéramos tener el don de leer o interpretar las intimidades que esconden los que nos tratan y rodean, aunque sean personas muy allegadas y queridas, nos llevaríamos grandes sorpresas, porque una cosa es la fachada que como cualquier edificio u objeto se ofrece a la vista y consideración de los demás y procuramos que siempre ofrezca la mejor imagen posible y otra muy distinta el interior que es el que describe como somos, sentimos y operamos. Hay veces, que las personas son incapaces incluso de conocerse asimismo, yo una de ellas. No olvidemos que en la puerta del templo de Apolo en Delfos, en la antigua Grecia, figuraba ya la recomendación del “Conócete a ti mismo”, como una de las metas prioritarias de ser humano. Y hasta el mismo Sócrates, que a pesar de su fama y poderosa influencia no dejó nada escrito, sino que lo conocemos a través de su discípulo Platón y otros autores, decía con más sabiduría que humildad “Sólo sé que no se nada”. ¿Quién después de estos dos ejemplos se atreve a opinar lo contrario y creerse un superdotado?.

La mente y los sentimientos humanos son tan complejos y están tan saturados de estímulos e impulsos externos e imprevistos que nos hacen pasar en fracciones de segundos de la alegría a la pena y a la rabia, sin que por la brevedad de tiempo transcurrido podamos evitar ese cambio tan brusco de nuestro carácter. Es un impulso que escapa a nuestro control y que suele convertirse posteriormente en una insoportable pesadilla. Cuando nos invade esa inesperada y desagradable reacción, somos propensos a realizar unas acciones y actitudes que luego lamentamos. Si son irreparables, el resto de nuestra vida. Se suele decir que hemos cogido una rabieta de la manera más tonta e incomprensible, y que ya empezamos a demostrar desde nuestra más tierna infancia..

Nadie, por muy templado y controlado que se crea está libre de ese arrebato en algún momento de su vida. Aunque no todos lo sufran en idéntica frecuencia y bajo las mismas circunstancias y ocasiones y con las mismas consecuencias. También existen variaciones respecto al tiempo de duración de estos arrebatos. Los hay que son ráfagas y desaparecen con la misma urgencia que se originaron y los llamados reconcentrados que aguantan y mastican su odio o contrariedad durante largo tiempo. Yo prefiero los primeros, en los que me incluyo, ya que digo cosas y tomo decisiones que luego me pesan y prefiero no haberlas dicho, escrito o adoptado. Acabo siempre arrepintiéndome y queriendo rectificar, aunque no siempre llegue a tiempo. ¡Cuantas afirmaciones, quejas y patinazos andarán escritos en mis foros y comentarios de los que me sonrojo, abomino y pido sinceras excusas !. Y cuantas veces también me han juzgado, agraviado y ofendido sin que yo estime merecer esa reflexión y descalificación!. Dirán que son gajes del oficio y yo lo acepto, pero no lo encuentro acertado, ni lo considero justo y necesario en muchas ocasiones y menos por parte de aquellas personas en las que habíamos puesto nuestra confianza, lealtad y hasta cariño.

Tengo por norma huir siempre que puedo del enfrentamiento dialéctico y personal, a menos que juzgue ineludible intervenir por ser asunto de extremada gravedad, seriedad, que afecte a mi honestidad o me incumba de una manera decisiva. Y no es por cobardía, ya que estoy acostumbrado a tener que enfrentarme a serios problemas físicos y mentales, sino por aferrarme a la armonía, el respeto y la tolerancia que quiero dominen mis relaciones con los que me rodean o tratan de alguna manera.

En algunas ocasiones he leído artículos y comentarios de compañeros que me han parecido tan inoportunos y desacertados, como contrarios a mis principios más íntimos y mis valores más apreciados y en lugar de intervenir para exponer mi punto de vista y defender mis posiciones frente a las expuestas por ellos, he optado por el silencio. Si he intervenido en el foro ante lo escrito por un compañero ha sido para alabar su contenido o demostrarle que estoy plenamente identificado con él y que le leo con interés. No creo que haya una sola intervención por mi parte en los años que llevo interviniendo en estas páginas que me desdiga de lo anterior. No es virtud, sino manera de ser y de sentir. No es tampoco que pretenda estar acertado siempre y ser inmune a la crítica. Ya sé que el que escribe y comenta, el que lanza una idea o expone su punto de vista sobre determinada cuestión se somete al juicio y criterio de los que le leen. Conforme. Todos necesitamos aprender y de los errores salen los aciertos. Pero puedo asegurar que jamás intentaré ridiculizar o intentar descalificar a un compañero, en un asunto que no tenga trascendencia, ni me ataña lo suficiente como para impulsarme a utilizar el foro. Estoy comentándolo en plan hipotético, poniéndome yo como autor y actor del mismo papel. Y sin que en estos instantes hable el rencor, la incomprensión o la soberbia, a lo sumo la decepción.

Que el foro está a disposición de todos los lectores, es algo incuestionable. Por ello debemos acostumbrarnos a soportar las críticas del lector que discrepe de nuestro punto de vista y exponga sus consideraciones, siempre que lo haga de un modo correcto y educado, sin acudir al insulto personal, siempre injustificado. Hemos de tolerar estas intervenciones opuestas total o parcialmente a nuestro criterio, aunque puedan afectar en mayor o menor medida a esa vanidad que siente todo ser humano, aunque algunos intenten negarlo con una modestia nada convincente. Esas críticas adversas de nuestros lectores, que a veces silenciamos para no “entrar al trapo”, como dicen los taurinos o contestar de manera civilizada y correcta, agradeciéndoles que a pesar de que le desagradara el contenido de nuestro artículo, hayan tenido la paciencia de leerlo hasta el final y el detalle de demostrarlo con su entrada al foro. Pero es inexcusable que esta crítica pueda venir de una persona muy querida y respetada en un asunto que ni le va ni le viene. En todo caso, como simple curiosidad. Porque aunque la haya realizado de una manera sutil, como quitándole hierro al asunto, nos duele enormemente al saber su procedencia y experimentar la decepción que nos produce. Es más importante para mi, lo digo con toda sinceridad, el respeto al compañero y la concordia entre los que nos hallamos navegando en el mismo barco, que el entrar en disquisiciones que puedan herir susceptibilidades o peor aún, poder enturbiar una amistad que para mi es más positiva e inestimable que cualquiera otra circunstancia. Y esa norma, equivocada o correcta es la que me ha inspirado a lo largo de toda mi vida y deseo continuar siéndole fiel hasta el mismo instante que abandone este paraíso, que a veces tiene más serpientes que manzanas a ofrecer.

En muchas ocasiones prefiero excusarme ante el ofensor sin creerme merecedor a su inquina, que esperar a que el asunto llegue a peores. Se que esta rabieta o desilusión terminará formando parte de aquellos momentos y recuerdos que no deseo tener vigentes en la memoria y menos aún aferrado a mis sentimientos. Es demasiada la veneración y el buen concepto que le tengo a la amistad como para no hacer de un posible tropiezo o metedura de patas una circunstancia superable y fácil de olvidar. Se da el caso curioso de que nos vamos a estrellar y estresar con los que más nos han estado demostrando su comprensión y su cariño. Algo fácil de entender, ya que no lo íbamos a hacer con los que no tienen ningún tipo de relación, ni nos importan lo más mínimo. He tenido obsesivos detractores en estas páginas, usando distintos nombres para hacerme creer que eran más, -.“el algodón no engaña”-, que me han molestado como es lógico, ya que insisto todos tenemos nuestra vanidad y además soy extremadamente sensible, pero no les he prestado más atención que unas líneas de descargo o defensa, y no en todas las ocasiones, ya que me he dado cuenta que era el juego con en el que pretendían tenerme en tensión y contrariedad el mayor tiempo posible

Al escribir, como estoy haciendo en este instante, solo oigo la música de fondo y lo que dicta o estimula mi conciencia, mis sentimientos y creo más acertado. Sé que me expongo al “sambenito” y al error, por la desfachatez de escribir o hablar sin tener la precaución de contar hasta diez o haber dejado correr un tiempo prudencial antes de responder o valorar cualquier hecho que pueda originar mi enfado. Más de una vez, por no decir todas, si tuviera esa virtud de meditar antes de hablar, mis palabras no resultarían desproporcionadas y desagradables a posteriori, mis apreciaciones no estarían tan faltas de lucidez y oportunismo y mis consideraciones hacia esa persona o personas serían muy diferentes a como pienso en ese momento preciso. Pero ya lo dice el refrán “el hombre es el único animal capaz de tropezar dos veces con la misma piedra” y yo o debo ser muy hombre o muy testarudo y tonto cuando lo hago no dos, sino doscientas. Sinceridad y “mea culpa” ante todo. No es que me guste lanzar piedras contra mi propio tejado, pero tampoco me agrada guardar la basura bajo la alfombra.

Dicen que son mejores los que se mueven por el primer impulso, aquellos a los que dicen se le va la fuerza por la boca y lanzan todo cuanto piensan en ese instante terrible sin darle tiempo a la reflexión, que los que pasan horas y días rumiando la supuesta ofensa y pensando la forma de vengarse de ese individuo que él cree le ha provocado u ofendido. Los que hacen de su silencio el arma más mortífera y eficaz para elaborar su venganza más completa y dañina. Yo me siento más afín con el primer grupo que con el segundo. Y dicho esto, pelillos a la mar.

http://www.vistazoalaprensa.com/contraportada.asp

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