viernes, febrero 20, 2009

Felix Arbolí, La España profunda

viernes 20 de febrero de 2009
La España profunda

Félix Arbolí

E RAN otros tiempos. Mejores en algunos aspectos y peores en otros, dependiendo de los que los juzguen. Los cronistas les han llamado “La España profunda”. Ignoro si era por referirse a esa sabiduría popular e innata, que al parecer era la única asignatura posible entonces para la mayoría, al igual que pretenden hacer ahora con esa controvertida “Educación para la ciudadanía”, que quieren convertir en único compendio del saber, aunque por otros sea considerada una acumulación ilimitada de disparates. También se puede identificar esa profundidad de España con en el dicho popular que afirma que más sabe el demonio por viejo que por diablo, aunque creo que la vejez es el resultado de la educación y los conocimientos adquiridos a lo largo de nuestra vida, que pueden ser cuantiosos o escasos y buenos o malos, según situaciones y personas. De lo que no tengo la menor duda, pues he sido testigo de ello, es que en los años cuarenta el chaval español “sin posibles”, como llamaban entonces a la falta de medios económicos la “cursilandia” de la época, estaba más pendiente de arar la tierra para el señorito, reconstruir las ciudades deshechas por la guerra o buscarse unas monedas de la manera que pudiera, para engañar las protestas de sus estómagos pidiendo su necesaria ración de comida. No he mencionado pesetas, pues en esos tiempos esta moneda era una especie de milagrosa aparición en determinados y privilegiados bolsillos.

Las escuelas eran una especie de centros sociales donde sólo entraban los que tenían la alimentación asegurada o unos padres sensatos y sacrificados que no querían que sus hijos fueran analfabetos como ellos, animados también por el deseo de quitárselos de encima para que no estuvieran dando la coña a todas horas. Como se dice vulgarmente “matar dos pájaros de un tiro”, sin necesidad de escopetas. Por eso en aquellos años se decía que “pasabas más hambre que un maestro de escuela”, ya que no sólo eran muy escasos y mal pagados, sino que las aulas estaban poco concurridas. Los anteriores inquilinos del gobierno y las poltronas ministeriales no debieron preocuparse mucho de la educación ciudadana, cuando se llegaron a estos niveles tan bajos y extendidos. El hijo del pescador, se dedicaba a la pesca, el del agricultor a la agricultura y el del albañil a la albañilería, salvo muy honrosas excepciones que se elevaron sobre su mediocridad ambiental y a base de tesón y sacrificios llegaron a escalar puestos que no supieron alcanzar muchos hijos de señoritos..Sin embargo, pocas personas nacidas en familias faltas de recursos económicos llegaron a destacar en alguna disciplina cultural o científica y si lo hicieron fue por algún padrinazgo o influencia externa que le ayudó e impulsó, o a ese portento que a veces lanza la raza humana capaz de hacerle aprender hasta de las piedras del camino. Estuvieron martilleándonos con la propaganda de que Miguel Hernández, uno de mis poetas preferidos, era pastor y aprendió casi milagrosamente a leer y escribir y resulta que si a veces pastoreaba era a su propio ganado o rebaño, no sé que tipo de animales tenían sus padres, y asistía al colegio como cualquier otro chico de su entorno social.

A excepción de esos colegios religiosos donde nos educamos los que tuvimos la inmerecida suerte de nacer en mejores cunas y no me refiero a mejores en calidad humana, sino en recursos para enfrentarse a la vida, todo era un desastre y una injusticia social en este país de nuestros amores. Y me refiero a la época de la anteguerra y la del Frente Popular, donde nada hicieron por liberar al obrero de sus carencias y limitaciones. Y sin olvidar tampoco los primeros años de la terminación de la contienda y el aislamiento internacional al que nos sometió la ONU, - muy diligente en algunos casos y sorda y ciega en otros, según de donde le vengan las propuestas-, por cuyas circunstancias pasamos auténtica hambre y demasiadas calamidades. Con los años y el esfuerzo común el coeficiente cultural empezó a elevarse por el aumento de las plazas escolares, las mejoras sociales para poder ofrecer mayores oportunidades al hijo del obrero que le ayudaran a escapar de la miseria y la incultura en que se hallaba. El analfabetismo español alcanzaba en los tiempos prebélicos casi el cuarenta por ciento en la mujer y el veinticinco en el hombre, en especial entre las capas sociales más bajas. A partir de la posguerra estos porcentajes fueron disminuyendo hasta su desaparición total, a excepción de los muy mayores de edad que no quisieron asistir a las escuelas de adultos, ni clases especiales y continuaron con esa falta hasta el final de sus días. La cultura se hizo más asequible e igualitaria. Conozco casos de excelentes compañeros de la prensa y altas figuras de la política y las letras y ciencias, que nacieron en una familia humilde de pescadores, de los de entonces, peones de albañil, barberos, -como se llamaban a los antecesores de nuestros sofisticados peluqueros- y otras actividades mal pagadas y peor consideradas de la época, que hoy gozan de situaciones privilegiadas porque se esforzaron y a pesar de la escasez de medios económicos familiares pudieron llegar a la universidad y estudiar en algunos casos hasta dos carreras para orgullo y satisfacción de sus poco culturizados padres. En las biografías de muchos políticos, escritores y científicos destacados actuales, si pudieran leer sus datos biográficos se enterarían que nacieron en el seno de familias humildes, en las que sus padres no pudieron pasar del aprendizaje de las primeras letras y las cuatro reglas, a pesar de que el gobierno estaba en poder de la izquierda a la que muchos de ellos pertenecen. Una ocasión que sí tuvieron los hijos de los dirigentes políticos. Como siempre suele suceder y me gusta resaltar, hubo y hay honrosas excepciones que no rectifican mi opinión, sino la refuerzan.

También pueden considerar algunos como “España profunda” a la que proclamaba públicamente y en ciertos momentos con evidente valentía, sus creencias religiosas y políticas, sin importarles el que dirán y en donde lo hacían. Cuando el ser humano era firme en sus principios y tradiciones y cuidaba celosamente sus señas de identidad procurando que no se contaminaran con las innovaciones que nos llegaban de más allá de nuestras fronteras, aunque asimilara con cierta cautela las que consideraba beneficiosas y nada perjudiciales a nuestra particular manera de vivir, sentir, pensar y hacer. Los que no veían al obrero como un esclavo al que se podía explotar y hacer trabajar pagándole una miseria que él no tenía más remedio que aceptar o dejar morir de hambre a su familia y el obrero que aunque diera con un buen patrón, generoso y comprensivo, seguía viéndolo como enemigo al que había que abatir y eliminar. En ambas orillas se dieron miles de casos. Encontradas diferencias sociales que se hicieron cada vez más profundas e insalvables y dieron origen a revanchas sangrientas y crímenes incontrolados y posteriormente a represalias enconadas y sádicas persecuciones y exterminios no siempre a los que pudieran considerarse culpables, sino a los que por un azar de la vida habían tenido la desagracia de hallarse durante la guerra en el lugar equivocado, aunque no participaran si no eran obligados a ello. A estos desencuentros humanos que nos amargaron durante bastantes décadas y aún no están del todo superados, le llaman asimismo y despectivamente la “España profunda”. Para muchos España es el país alegre y festivalero, frívolo, incapaz de reaccionar ante las injusticias y pasota o indiferente ante los abusos, empecinadamente despistado en asuntos que deberían serles más inquietantes y preocupantes. Está igualmente la llamada España del progreso, la que pretenden convertir en un modelo a seguir y que sólo busca despreocuparnos por todo y hacernos felices a costa de la ociosidad y la eliminación de todo aquello que nos pueda hacer pensar o interesarnos. La que no pierde el tiempo en debatir “cuestiones tan simples e innecesarias” como la existencia de Dios, el amor a la Patria, el respeto a nuestros mayores y educadores y el valor de aquellas circunstancias que nos hicieron libres y grandes, hasta para haber parido cultural y lingüística, con mezclas de nuestras respectivas sangres, a una serie de naciones que en lugar de agradecer nuestro desarrollo cultural y mestizaje nos llaman colonizadores y exploradores. No quieren darse cuenta que España dejó allí sus hombres para que se fundieran con los nativos en un plano igualitario, sin la exclusividad que siempre emplearon los ingleses, y estos seres resultado de esa alianza y conjunción son los que brillan en las letras, la ciencia y la política, -aunque no siempre en ésta última lo logren de buenas maneras- y pueden ufanarse de tener la fuerza del Cóndor y el puma americanos con la agudeza del Águila y la bravura del toro de lidia españoles, en una conjunción tan perfecta y armónica que los hace diferentes a todos los mestizajes del resto de países colonizados.

Resumiendo, para mí la España profunda se presta a muy distintas consideraciones. Algunos la ven en esa España ignorante, conformista con lo que tiene y sin aspiraciones a un futuro mejor, sin afanes culturales ni adelantos sociales. Para otros es la folklórica de toros y coplas y vestida de faralaes, que airean erróneamente intentando convertirla en la representación genuina de lo español. Están también los que la asocian con la violencia y el permanente rencor hacia los que no se sitúan en el mismo lado de la cuerda; la cerril. Y asimismo están los que identifican profundidad con la errónea creencia de considerarla superficial e inferior porque no se mueve en su misma órbita. Los que se basan en un absurdo complejo de superioridad como si estuvieran el antiguo sistema de castas hindú, erigiéndose en los brahamanes de la sociedad política y considerando parias al resto. Estos son los que renuncian igualmente a su esencia y se creen autosuficientes. Porque aunque proclamen lo contrario éstos individuos son los que han dado origen a las famosas dos España de Machado, con ese aislamiento e indiferencia hacia todos los demás.

Cuando en España desaparezca totalmente estas distintas profundidades en sus gentes habremos logrado el milagro de hacer una patria común al gusto de todos. Y ya antepongo el término “milagro”. Habrá desaparecido de un a vez y para siempre tantos cretinos, imbéciles y bufones que sólo sirven para el que resto del mundo nos mire de soslayo.

http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=5068

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