jueves, noviembre 20, 2008

Carmen Planchuelo, Arrancame el corazon

viernes 21 de noviembre de 2008
Arráncame el corazón

Carmen Planchuelo


D E tu hidalga compasión
Arráncame el corazón
O ámame
Por que te adoro.


Al oír estas palabras para Juan desaparecía el mundo de su al rededor. Alojadas en su mente, mimadas en su corazón y repetidas para sí mismo en silencio, eran lo único que tenía valor de cuanto a lo largo de la jornada llegaba a sus oídos. Pero cuando realmente tomaban vida, era cuando Inés las dejaba escapar de sus labios húmedos y sonrosados, cuando sobre él posaba su mirada oscura y líquida e intensamente le suplicaba que le arrancara el corazón o que la amara. Sin pudor, ni vergüenza ni recato, sin miedo y delante de todo el instituto, la bella Inés hacía suyas esas frases que no por repetidas, día tras día, para Juan perdían emoción. Mas bien todo lo contrario, de la sorpresa de la primera vez, pasó al convencimiento –casi dos meses después – de que habían sido escritas para él, que eran la culminación de mucho tiempo de espera y contemplación en silencio, de muchas horas de memorizar un texto que no resultaba fácil pero que sin embargo tenía la sensación de que al menos algunas escenas, algunos párrafos, habían sido escritos para él. Daba lo mismo que su autor fuera uno de esos antiguos que tanta emoción producían en don Ricardo, el profesor de Literatura... joder, el tío se ponía a hablar y no paraba, era un poco cargante haciéndoles leer cosas en verso (que entraba una risa que “pá qué”), y luego se ponía a explicar y quería que ellos “participaran”, y no desistía, a pesar de que no le hacían ni caso, y eso que era un tipo legal, de los que no te confiscaba el móvil, ni te miraba como si fueras una cosa rara porque llevaras unos pocos pendientes, también los llevaban los piratas de la pelis, y todo el mundo tan contento... a lo mejor por eso la gente de clase no le hacía la vida imposible ni nadie le montaba números en su aula.

Cuando a principio de curso les propuso leer un libro o hacer una obra de teatro, sólo un par de chicas dijeron que leer pero el resto dijo que mejor hacer teatro, que seguro era más divertido y que de paso entre ensayo y ensayo se hacían unas risas. “¿Y qué obra vamos a interpretar?”, preguntó una de las listillas del curso. Don Ricardo sacó un pequeño librito de su cartera y les dijo: “El Tenorio”
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- ¿El Te qué...? dijo el pelirrojo.
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- El Tenorio, so burro, contestó otra de las “listillas”. Es la historia –explicó- de uno que conquistaba a todas las mujeres que le gustaban, por eso a los que ligan mucho, y se van cepillando a todas las que se encuentran les llaman “donjuanes”. Y se quedó tan ancha y tan oreada después de tan compleja explicación.

Durante un rato todo el mundo opinó y habló a la vez pero estuvieron de acuerdo en hacer esa obra pues todos, más o menos, sabían de que iba y si además era de ligar... pues bueno, algo caería, se decían los guaperas de la clase. Aprovechando el entusiasmo de la muchachada, don Ricardo les habló del Romanticismo, de cómo era España a mediados del siglo XIX, que le gustaba a la gente, que no... les hacía ver que aunque esa obra, que ellos iban a representar, tenía mas de cien años, trataba de cosas que eran eternas e intemporales, que siempre interesaban y en las que todos alguna que otra vez pensábamos. O ¿es qué estaba pasado de moda enamorarse?, ¿o birlarle la novia al colega (risas en el aula y más de un codazo). O ¿el miedo a la muerte, a lo desconocido, a los fantasmas?. Remarcó que la obra tenía acción, intriga, amor.

Por un momento el silencio se extendió por el aula del viejo instituto, por un breve instante don Ricardo miró a su grey por encima de las gafas y pensó “aprovecha este momento que nunca más se repetirá”. Y sin darles mucho tiempo a reaccionar les comentó que lo más importante era repartir los papeles pero que para ello era imprescindible “leerse la obra antes”. Y aquí se levantó un murmullo de protesta pero que duró a penas nada, cuando Luis, el cabecilla del curso, comentó que tenía razón el profesor pues para saber cual era el papel más adecuado para cada cual... había que leerse el libro si no ¿cómo coño se iban a repartir los papeles? Ante esta lógica abrumadora, nadie protestó y los alumnos, como mansas ovejas, se plegaron a lo que don Ricardo pensó era mejor: leer la obra en clase entre todos y una vez leída, se repartirían los papeles, había para todos. Si salía bien pues quizás se podría representar ante todo el instituto y sacarse un dinerillo para el viaje de estudios. Ni la más mínima protesta.

Durante el resto del día, no hablaron de otra cosa y mucho antes de ponerle un ojo a las páginas ya se hacían apuestas de quienes serian Don Juan, Doña Inés, el terrorífico Comendador. Secretamente todos soñaban con los papeles principales: las niñas de “piercing” en el ombligo se imaginaban con tocas monjiles y los mozos de cabeza afeitada o pelos imposibles, con ser el seductor Don Juan.

Juan encontró el libro en las estanterías de la biblioteca de su casa. No era grande, de un palmo más o menos y estaba bastante usado. En algunas frases había una marca, un comentario, seguro que eso era cosa de su madre; también encontró papelillos como si fueran señales, alguna flor seca, hojas, definitivo: el libro era de su madre. Le estuvo dando vueltas y lo primero que le llamó la atención fue el título de la colección a la que pertenecía: “Mas allá” y lo que le hizo gracia era el nombre del editor: Afrodisio, vaya, se dijo a sí mismo “no empezamos mal”.

Durante el fin de semana se leyó el libro de tirón y cuando terminó tuvo muy claro que él quería ser Don Juan, que el papel tenía que ser para él pues entre otras cosas era el único Juan de la clase entre tanto Jeremy, Luis Alonso y David, el ser “el único Juan” tenía un valor, pero... al parecer don Ricardo no opinaba lo mismo y cuando a los pocos días se terminó la ronda de lecturas, seleccionó a otro alumno. El guapo del curso: moreno, alto, “echao p’alante”, y un poco bravucón él, también es verdad – y era justo reconocerlo- que leía con gracia, entonación y tenía una bonita voz. Las niñas de clase aplaudieron enloquecidas y empezaron a dar grititos histéricos ¡Pero qué perras que son!, se dijo a sí mismo.... Juan sintió como una puñalada en el corazón al no ser elegido. ¿Qué no iba a hacer ese papel?, ¿qué no iba a ser “él” el compañero de Inés?, ¿qué no le iba a coger la mano y desaparecer con ella entre nubes camino de la Gloria? si hubieran elegido a otra chica pues bueno... se hubiera conformado con ser el Comendador, que eso de hacer de estatua animada y volver del mundo de los muertos tenía su punto pero...con Inés de protagonista tenía más que claro que Don Juan sería él. Además qué que más daba si era tan rubio, tímido, si se ponía como un tomate cuando tenía que hacer algo en público?... tenía muy claro que ese papel lo iba a hacer él, costara lo que costara. Cuando unos días después el protagonista elegido se cayó por las escaleras de la forma más tonta y sin saber cómo, don Ricardo hizo una segunda lectura para éste papel y todos quedaron admirados cuando Juan recitó los versos como si no hubiera hecho otra cosa en toda su vida.

Frente a él estaba Inés que con rostro angelical de novicia sorprendida exclamaba:

-“¿Qué es esto? Sueño..., deliro.”

Y Juan le dio la réplica

-“¡Inés de mi corazón!”

Mientras Juan atravesaba la ciudad aquella tarde de bruma y lluvia, con la mochila al hombro y a buen paso, pensaba que el tiempo más feliz de su vida había sido, estaba siendo, el de los ensayos de El Tenorio. Después de clase se quedaban en el salón de actos y allí ensayaban las escenas. Al principio balbuceaban, leían a trompicones o todo seguido sin ritmo ni entonación o les daba por reírse... pero una semana después cada cual recitaba lo mejor que sabía y se iba metiendo en el papel que le tocaba.

Los ensayos pronto terminarían, la función se llevaría a cabo ¿y después?, pues después nada, o mas bien vuelta a lo de siempre: a no ser nadie y pasar desapercibido, estudiar cosas que ni le iban ni le venían y dejar que el tiempo transcurriera sin nada que le entusiasmara de verdad; pero sobre todo de nuevo Inés le miraría sin verle, sería amable sí pero nada más, no se metería en sus ojos suplicándole ardientemente ¡arráncame el corazón!, no volverían a recitar de un tirón sus papeles como si fueran actores de verdad ni volverían a ser la admiración de la clase.

Pensar en Inés era vivir otro mundo, su sola presencia le estimulaba a superar su timidez, a dejar a un lado los complejos que desde crío había tenido, su torpeza, su lentitud a la hora de reaccionar ante un chiste, una pregunta de sopetón, con ella a su lado le subía la autoestima hasta hacerle sentirse desconocido para sí mismo. Este cambio era percibido por todos, sus padres, los compañeros (que amigos no tenía), los profesores... sobre todo don Ricardo; le miraban de otra forma, con sorpresa cómo si de repente Juan se hubiera quitado un lastre o una máscara y detrás de ella hubiera surgido un muchacho feliz, que miraba al frente y canturreaba camino al instituto. Algo nuevo se había despertado en este chico que durante sus dieciséis años había estado cómo aletargado. Desde que se convirtió en Don Juan había dejado de ser dubitativo, inseguro, algo arisco y silencioso, apático, indiferente al frío o al calor. Ahora le gustaba sentarse con los demás en las escaleras del instituto y proponía cosas para el decorado, comentaba sus ideas, se reía de las mismas cosas, se pasaban sms por el móvil. En definitiva, se podía decir que Juan era un muchacho ilusionado; y que la fuente de su ilusión no era otra que Inés, era un secreto a voces.

Inés no es que fuera la chica más guapa del instituto, aunque para él sí que lo era, y si alguien lo hubiera negado, se habría liado a guatazos sin dudarlo un momento. Lo que le atraía de ella es que era distinta, su belleza transcendía a su apariencia. A veces la miraba entre el resto de las chicas y aunque se vestía como ellas, y no hacía nada diferente, resaltaba sobre todas las demás: su forma de mirar directa, su sonrisa abierta, el decir lo que pensaba pero procurando no molestar, su forma de moverse y esa manera de tratarle ¿con cariño? Pues bueno quizás sí... o quizás “cariño” no era la palabra pero se comportaba con él de una forma especial como si conociera cuales eran los secretos de su corazón, no le ignoraba, aunque “caso”, lo que se dice “caso” se lo había empezado a hacer gracias a la función. Inés sí que le había arrebatado el corazón ¡y de qué forma!. Por eso él había hecho todo lo indecible por ser el Don Juan de la obra, se había ido quitando los obstáculos del camino y todo aquello que le separara de Inés estaba dispuesto a eliminarlo aunque fuera lo último que hiciera en esta vida. Esas semanas de lectura del texto, unas con ella a solas, otras con todo el grupo, le habían hecho descubrir algo importante y es que Inés era suya, era para él, y no eran fantasías es que ella misma se lo hacía saber cuando apasionadamente le decía mirándole a los ojos:

-“Y qué he de hacer, ¡ay de mi!,
Sino caer en vuestros brazos
Si el corazón en pedazos
Me vais robando de aquí.”

O cuando recitaba ¡arráncame el corazón!, entonces podía sentir como una fiebre interior, como un fuego poderoso quemaba su alma y todo su ser. Corazón, corazón, corazón, el suyo, el de ella tenían que latir a la vez, tenían que estar juntos. Poseer el corazón de Inés, ser su dueño, nadie más que él, porque sólo él sabría cuidarlo, protegerlo, hacer que durara. No había tesoro más rico, sueño más preciado, felicidad más plena que conseguirlo y guardarlo dentro de sí. Convertirlo en su talismán.

Sin saber cómo un día se encontró con Inés pegada a su pecho y de tan cerca que estaba, pudo oír un suave tac tac, sentir su rítmico movimiento casi al unísono al suyo y desde entonces no quiso nada más que volver a sentir el corazón de Inés junto a él. Se lo imaginaba como una rosa roja, encendida, olorosa. Formado de capas suaves y aterciopeladas. Toda la belleza que desprendía Inés, estaba seguro, nacía de su corazón de hada, no podía de ser de otra manera, ella era como el estuche de tan bella alhaja, por que el corazón –pensaba- es la joya oculta de nuestro ser, donde se guardan los sentimientos y las cosas bonitas e Inés era el cofre, la caja de tal tesoro. Y debía ser tan bello como el rubí que su madre llevaba colgando del cuello. Más, seguro que más, pues la joya de su madre tenia un brillo frío y cuando la ponías en la mano y cerrabas el puño, no sentías nada, solo algo inanimado que si apretabas fuerte, te dejaba una señal, sólo eso. En cambio el corazón de Inés sería cálido, suave y al palpitar seguro que te transmitía vida a borbotones. Toda esa vida de la que el estaba tan necesitado y que solamente la disfrutaba cuando Inés estaba a su lado.

Entre las nubes de felicidad que le rodeaban, de vez en cuando se filtraba un rayo de luz negra que le oscurecía este momento de plenitud en que vivía. A veces conseguía desviarlo y entregarse a pensar en su futuro. Le pediría a Inés que saliera con él, luego, después del verano irían a la Universidad, se matricularían en la misma carrera, la que ella quisiera, estudiarían juntos y más tarde se irían al extranjero (que ella siempre hablaba de eso de ampliar horizontes) y hasta vivirían juntos, se podrían casar y todo... Juan, que nunca había sido muy imaginativo desplegaba un cúmulo de imágenes hasta hora impensables en su vida. Cuando estaba más metido en ese futuro prometedor entonces, y como un intruso, aparecía un mal pensamiento que le derrumbaba sus sueños de naipes ¿Y si Inés no compartía nada de aquellos sueños?, ¿y si era verdad que tenía un novio por ahí cómo alguien había comentado?, ¿y si en lugar de quedarse en la universidad local se iba a Madrid a estudiar otra cosa?... pues entonces sí todo eso era verdad, o lo era en parte, lo que era claro es que su corazón no le iba a pertenecer, que si iría con ella quien sabe donde, y con quien. Que no sería su talismán y entonces Juan se derrumbaba, el mundo se oscurecía y tan sólo la cita del ensayo próximo le sacaba de ese estado de angustia y desesperación. Y de esa manera iba transcurriendo el tiempo, entre ensueños luminosos y miedos negros... así no podía seguir, se decía así mismo, hay que buscar una solución para que Inés siempre este conmigo, para que su corazón no se separe de mi.

Consagró noche y día a la búsqueda de una solución que diera al traste con sus pesadillas e hiciera posibles sus sueños.

Atardecía. Juan contemplaba la puesta de sol acodado en las barandillas del puente de piedra que abrazaba las dos orillas de la ciudad. El cielo comenzó a enrojecerse y con el él agua del río. Poco a poco el azul de la tarde se tornó en malva y este en púrpura. Las nubes perdieron su esponjosa blancura y se tiñeron de un rosa cada vez más fuerte y más brillante. El sol despacio, muy despacio comenzó a declinar y cuando desapareció tras los tejados, dejó tras sí un cielo pintado de todas las variantes del rojo enriquecido por el brillo de los rayos ya desaparecidos. El momento fue breve, pero mientras duró dio la sensación de que el cielo sangraba de la misma manera que la mochila de Juan.

http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4929

1 comentario:

Anónimo dijo...

Amame o arrancame el corazon,
pero hazlo pronto ,porque mi alma y cuerpo no aguantan mas tardio de placer y gozo.

un beso enorme, Spike.

me encantas....