martes, noviembre 04, 2008

Carlos Luis Rodriguez, Americanos todos

CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
a bordo

Americanos todos

Después de tanto go home, de tanto aborrecer a los americanos, de quemar sus banderas o permanecer sentados cuando pasa, después de tantos improperios antiimperialistas, ahora nos conformamos con un cambio de emperador. Es la prueba de que nunca ha sido tan grande la influencia de esta nueva Roma.

Vivimos la apoteosis de la globalización, pero no como algunos la concebían, desparramada en centros de poder diversos, sin un núcleo claro y con unos Estados Unidos menguantes. Se trata de una globalización que acentúa la influencia de Washington, hasta el punto de que el mundo entero se ha convertido en un estado suplementario de la Unión, que vibra con Obama o McCain como si fueran suyos.

Hay un sentimiento que recorre el orbe, afectando por igual a ciudadanos de diferentes países, credos e ideologías, y que se resume diciendo que la solución a la crisis está en el nuevo líder que saldrá del gran martes americano. Se espera a un Mesías. Se admite, aunque sea de forma tácita, que los demás poderes que despuntaban en el orden internacional no han aprobado la selectividad del derrumbe económico.

Como suele suceder en las grandes encrucijadas, Europa se disuelve en sus complejos componentes. La expectación europea ante las presidenciales americanas nada tiene que ver con la indiferencia frente a las europeas. Pocos conocen el nombre del presidente de la UE, y esa minoría no le da más valor que el protocolario. Rusia, China, el mundo árabe, son actores secundarios en este momento crucial, atados por los vínculos de las redes financieras, sometidos al mercado de sus materias primas.

Casi sin darnos cuenta hemos pasado del dilema de ser pro o antinorteamericanos, a otro en el que hay que definirse entre el burro demócrata y el elefante republicano. Pepsi o Coca-Cola, Windows o Apple, Lakers o Celtics, Boston o Chicago, Obama o McCain. Todos los caminos conducen a América porque ni europeos, ni rusos, ni chinos hemos podido trazar otros diferentes, con rumbos distintos.

Allí se siente confortable el conservador y el progresista, el que vibra con el ecologismo de Al Gore y la libertad de costumbres de California, o sintoniza con el industrialismo de George Bush y el rigor de Alabama. Hay, por así decirlo, un americanismo de izquierdas y otro de derechas, pero ambos admiten el supremo liderazgo yanqui.

Tiene el sistema americano la gran virtud del cambio permanente. Las revoluciones superficiales se producen fuera de los Estados Unidos, pero las más profundas tienen lugar dentro de sus fronteras. Una firma del republicano Lincoln al pie de la Emancipation Proclamation hace posible que Obama, demócrata, esté a las puertas de la Casa Blanca, algo sin parangón en ninguno de los países que fueron escenario de grandes convulsiones revolucionarias.

Que un gallego cualquiera de este condado autónomo esté pendiente de los resultados es la mejor prueba de que la hegemonía americana se propaga a territorios antes inéditos. Se sentía en el pasado una influencia económica, militar, cultural; sin embargo, nunca se había llegado a un influjo político e ideológico tan fuerte. Más que izquierdas y derechas, empieza a haber en el resto del mundo demócratas y republicanos que asumen el liderazgo americano.

Estados Unidos juega con dos equipos, y los demás nos convertimos en hinchas de uno o el otro. Somos americanos sin derecho al voto. Por ahora.

http://www.elcorreogallego.es/index.php?idMenu=13&idEdicion=1058&idNoticiaOpinion=361102

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