Fallo postmoderno en Georgia
VALENTÍ PUIG
Jueves, 14-08-08
CREERSE que la Unión Europea ha tenido un papel activo y exitoso en el frágil alto al fuego en Georgia sería un caso agudo de autopercepción ilusoria. Lo que ocurre es que Putin ha logrado sus propósitos y sólo entonces ha asumido el trámite internacional. No es un caso de avidez territorial, sino de dejar un sendero de huellas en el patio trasero, huellas de tanques y sangre. Rusia deja marcada su propia esfera de influencia, desestabiliza Georgia y crea en Osetia una suerte de Estado-tapón -o Estado-colchón- bien recibido por poblaciones que ya tenían pasaporte ruso y cobraban pensiones rusas. Es algo tan viejo como los sistemas de equilibrio, la preeminencia de los grandes en sus patios traseros, Richelieu o el Congreso de Viena.
De forma engañosa, el fin de la Guerra Fría y la fase de unipolaridad norteamericana permitió a veces considerar más las buenas intenciones que medir resultados. Con el episodio ruso-georgiano, lo inmediato es una reconsideración de las relaciones entre Rusia y Occidente, con el resultado de la impunidad de Putin, al menos por ahora. De rebote, la primera víctima del actual acontecer internacional es la consideración positiva de las intervenciones militares incluso con carácter humanitario, como postuló la generación postizquierdista, de Tony Blair al alemán Joschka Fischer en la exYugoslavia, y gana peso la prudencia -llámese timorata o realista- que ha demostrado Angela Merkel al sopesar y postergar el ingreso de Georgia en la OTAN. Es más: como escribía ayer Simon Jenkins en «The Guardian», regresaríamos a la creencia de que el arcaico principio de no interferencia de las Naciones Unidas, sumado a la aceptación en términos de «realpolitik» de las esferas de influencia de un «gran potencia», todavía es una base estable aproximada para las relaciones internacionales: el intervencionismo progresista, especialmente cuando lleva a agresión militar y económica, significa una costosa aventura tras otra y, usualmente, el fracaso.
Ahí se produce una ironía que no puede escapársele a nadie porque localizamos algo equiparable en las intervenciones inspiradas por la estrategia neoconservadora después del 11-S: para la opinión pública a duras penas hay confianza en la intervención en Afganistán y poquísima en la creación «exnovo» de una democracia en Irak previa una operación militar. Eso hace que, de forma indirecta, para personajes como Putin quede abierta la veda: primero Georgia, luego tal vez Ucrania y con la otra mano se controlan las espitas del petróleo y del gas. Pronto veremos una Ucrania ya menos prooccidental y un clima de dominio ruso en el Caúcaso. Después de dos décadas de eclipse y humillación por la pérdida de influencia, Rusia reemerge liderada por un Putin a quien no le faltan coronas de laureles. Sería la ocasión para un baldeo a fondo de la política exterior y de seguridad europea. Georgia ha sido apaleada mientras que los osetios brindan por la supremacía rusa. Todo arreglo post-moderno se revela más caduco que los elementales principios de la geografía de las naciones. El presidente georgiano, Saakashvili, cualquier día aparece como becario en un «think tank» de Washington.
Una agenda muy espesa aguarda el próximo presidente de los Estados Unidos. Esperemos que sea con índices lo menos postmodernos posibles. En el Consejo de Seguridad de la ONU -según las crónicas- Rusia y los Estados Unidos han chocado como en los instantes álgidos de la guerra fría. Rusia invoca su propia doctrina Monroe -originariamente, «América para los americanos»- y, al decir Estados Unidos que en Georgia se ha pretendido un cambio de régimen, la referencia rusa a lo ocurrido en Bagdad ha sido escasamente velada. Bueno, la primigenia doctrina Monroe también tiene su miniversión rusa - «Iberoamérica, para los rusos»- si se tiene en cuenta que la respuesta moscovita al escudo de misiles para Centroeuropa ha sido reemprender relaciones diplomáticas y armamentísticas con Cuba. Pero no parece probable que Rusia vaya a enfrentarse a China en su penetración tentacular en el Cono Sur. En tantas cosas ha naufragado la política postmoderna que incluso permite el fácil e inexacto parangón entre la actual aproximación de Putin a los Castro con la crisis de los misiles en 1962. El mundo se está poniendo perdido de líneas rojas. Tendremos que recuperar el viejo tablero de ajedrez.
http://www.abc.es/20080814/opinion-firmas/fallo-postmoderno-georgia-20080814.html
jueves, agosto 14, 2008
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