El líder que no se arrima
M. MARTÍN FERRAND
Martes, 26-08-08
ES algo sobresabido que Mariano Rajoy no es un José Tomás de la política. El líder del PP no se arrima al toro y, cuando lidia los problemas que le embisten, tiende a extremar la prudencia y la distancia. Eso, según quiera verse, es una muestra de cauta sabiduría o una exhibición innecesaria de canguelo. El público es muy sensible a esos gestos de quienes encabezan los carteles del partidismo. José Luis Rodríguez Zapatero tampoco tiende a mancharse la taleguilla con el roce del morlaco, pero disimula más y mejor. Cuenta con una cuadrilla gubernamental especialmente adiestrada en el disimulo de sus carencias y así, peor que mejor, consigue salvar el tipo frente a una afición de izquierdas que es de más fácil conformar que la de derechas.
Tenemos a la vista tres procesos electorales. Es más que probable que las autonómicas gallegas adelanten su fecha al otoño, las vascas están previstas en primavera y sólo falta un año para las del Parlamento Europeo. Cualquier observador conocedor del patio y de quienes lo ocupan podría concluir, más en la cordura que en el desvarío, que Rajoy se la juega en esos comicios y que su papel en el Congreso de 2011, previo a las próximas legislativas, depende, entre otras variables, de esos resultados. No lo entiende así el interesado, o no quiere entenderlo, y le ha dicho a Europa Press, como un renacido Capitán Araña, que ninguna de esas convocatorias supone un examen a su liderazgo. «No me presento a ellas», ha dicho con la majeza propia de quien cree haberse lucido en un pase por alto.
Los toreros distantes y medrosos cuando ven bufar al morlaco, sólo con eso, se esconden tras el burladero para proteger, a un mismo tiempo, la integridad física y la dignidad de su propia compostura. Que los peones de brega hagan honor a su título. Lo de Rajoy va más allá. No se sale del redondel, se escapa de la plaza y, para evitar el riesgo de un revolcón, fuerza el pasmo de toda la afición que le mira sin dar crédito a lo que ve: un líder al que le resbalan las elecciones a las que concurre su propio partido en tiempo de dificultad grande y cuando el entusiasmo que él mismo despierta entre sus bases no parece desmedido ni clamoroso.
El último Congreso del PP, con todas sus peripecias y fulanismos, se cerró en falso. Fue, de hecho, un remiendo a la estructura para que Rajoy y su renovado equipo -del que dice sentirse «orgulloso»- pueda llegar al próximo Congreso y afrontar, después, unas elecciones generales que serán rotundamente definitivas para el heredero de José María Aznar. ¿No cuentan las etapas intermedias? Bastaría con que, en Galicia, el PP perdiera uno solo de sus escaños en el Parlamento de Santiago para que, sin quebrar los principios de la razón, la clientela popular vuelva por donde ya estuvo, por la contestación a Rajoy. Lo contrario sería aún más inquietante, la demostración de que al electorado todo se le da una higa.
http://www.abc.es/20080826/opinion-firmas/lider-arrima-20080826.html
martes, agosto 26, 2008
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