China observa al Oeste
DARÍO VALCÁRCEL
Jueves, 14-08-08
LA China oficial, dirigida por el partido único, enviaba el viernes un mensaje a Occidente: a Estados Unidos y a la Unión Europea. A Brasil, Canadá, Australia... también a Japón, una economía basada en reglas casi comunes. Somos una cultura de 4.000 años, estamos hechos por la historia, necesitamos entendernos con ustedes, pero no nos van a imponer sus fórmulas. Durante 500 años, de 1300 a 1800, produjimos el 30 por ciento del PIB mundial. La guerra del opio, los ingleses y los últimos experimentos del siglo XX nos llevaron al 1 por ciento. Renacimos en 1979. Sobrepasamos hoy el 5 por ciento. Queremos ser respetados. Unirnos a la imaginación de Occidente, desde internet a los satélites artificiales. La imaginación y el sentido del prodigio es la fuerza motriz del mundo. El sabio que bebe la cicuta, la invención del estribo, Genner creador de la vacuna mientras las tricotadoras, en París, ven caer la cuchilla sobre el cuello del rey. Einstein defensor de la paz mientras cae la bomba sobre Hiroshima... Todo eso es producto del Oeste. El arte, la imaginación y la pasión por la historia llevan a los Juegos a su significado último, el deporte como acto de rebeldía (y de victoria) del hombre sobre la muerte.
La carrera de Li Ning en el aire era una parte del mensaje (toda verdadera utopía ha de tener fuerza bastante para, según la propuesta nietzscheana, convertirse en realidad). Nosotros, desde Beijing, les decimos: China, fábrica del mundo, quiere la paz, necesita la paz y ama el prodigio. El viejo corredor pisa firmemente sobre el aire. No es un ejercicio vano sino un nuevo telegrama largo, permanente, a dos interlocutores: el primero, a 1.350 millones de chinos, confiemos en nuestra inteligencia y en nuestro poder. Segundo destinatario, el Oeste, un mundo de tradición racional distinto del lejano Oriente (estas son reducciones abusivas pero no del todo falsas).
Pero el deseo topa con la realidad: Tibet, Xinjiang, Birmania, Darfur... De cómo Hu Jintao y su millón de funcionarios sepan administrar esa formidable tensión dependerá la estabilidad de China y del mundo. El problema mayor, la ausencia de derechos civiles, pone en gran riesgo lo conseguido por la República Popular desde los años de Deng Xiaoping. Sin derechos individuales reconocidos, jueces independientes y Estado garante, China puede acabar en la asfixia. A ojos occidentales, es una caldera que puede estallar. Hablamos de observadores que en su 99,9 por ciento no desean que estalle.
Respeten la diversidad de las civilizaciones, dice China. De acuerdo, pero respeten ustedes el carácter universal de los derechos humanos: no hablamos de chinos o suecos, sino de hombres. Este debate corre siempre el riesgo de convertirse en una repetitiva matraca. Pero la repetición no priva a la verdad de su intrínseco valor. Pasemos a lo práctico: si el gobierno de China emite algunas señales antes del fin de 2008, en Tíbet o Darfur, por ejemplo, Estados Unidos y la Unión Europea, entidades distintas, reconocerán esos cambios. China necesita, por razones científicas y tecnológicas, avanzar con la corriente que desde California a Renania sigue moviendo al mundo.
No tendría sentido que pretendiéramos enseñar a China lo que debe hacer. Una sociedad de 4.000 años conoce sus opciones, sus riesgos y el precio que cada error puede costar. El aliento del capitalismo salvaje por el partido único ahonda las diferencias entre los habitantes del enorme país, lo cual es más que peligroso. Pero el mundo real, el mundo de la sabiduría de Confucio, está en el extremo opuesto al mundo unidimensional de los expendedores de recetas. China sigue siendo un mosaico de cincuenta y tantas etnias, con 100 millones de ricos cada vez más ricos y 350 millones de pobres, sobre todo en tierras del noroeste, cada vez más pobres. La omnipresencia del profit hace la vida diaria más y más tensa. El dinero por el dinero es vía segura de perdición.
China inauguraba los Juegos con 2008 tambores gigantes, batidos por actores con túnicas del siglo XII. Esto ocurría a las 20.08 del día 8 del octavo mes del año 2008. El ocho, inútil recordarlo, es número propicio. Desde Europa se estudia la pasión china por la simbología numérica. Nunca como hoy, declaraba el presidente Hu, ha tenido el mundo tanta necesidad de mutua tolerancia, mutuo entendimiento y mutua cooperación. Pero en el Este como en el Oeste, las palabras carecen de sentido sin el refrendo de los hechos.
http://www.abc.es/20080814/opinion-firmas/china-observa-oeste-20080814.html
jueves, agosto 14, 2008
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