viernes 22 de agosto de 2008
La tragedia aérea y la vida
Miguel Ángel García Brera
P OR alguna razón, -posiblemente lo difícil que es entender para un profano que un aparato de tanto peso y consistencia pueda elevarse, volar y descender-, no creo que nadie esté exento de un cierto nerviosismo cuando, ya embarcado, el avión comienza a rodar por la pista para emprender el despegue. Nerviosismo que nos acompaña también en los instantes de aterrizaje y aquellos en que las turbulencias, en algunos casos, se dejan notar. Sin embargo, el automóvil o el tren, en cuyos asientos nadie parece tener el menor temor al accidente, son vehículos donde la estadística da peores resultados. Aún cuando en la imaginación humana el afán de volar siempre ha estado presente, llegada la época en que la ciencia y la técnica lo consiguieron, resultó, y aún resulta, tan sorprendente su resultado, que siempre hay un hilillo de preocupación en quien viaja por el aire.
Desde el miércoles 20 de Agosto vivimos en Madrid, en Las Palmas y en todos los lugares donde ha llegado la noticia, un auténtico luto, una compasión por los fallecidos– en mi caso cristiana y solicitante de caridad divina- y una solidaridad con los heridos y con los familiares de todos cuantos componían la lista de pasajeros y la tripulación del avión de Spanair. Pero también, un cierto grado de desazón, sobre todo por parte de los que frecuentemente utilizamos los servicios de las líneas aéreas. Sabemos que nos ofrecen medios de transporte seguros, pero basta un caso fortuito de la horrible extensión del sucedido ayer o un fallo técnico o humano, como para ponernos los pelos de punta y hacernos reconsiderar la casi total naturalidad con que algunos venimos viajando, en Spanair y en muchas otras Compañías, desde hace más de 50 años.
Los amantes del viaje y los periodistas especializados en turismo tenemos una relación constante con los aviones y en algunas ocasiones – aunque personalmente, nunca me ha ocurrido – ha habido vuelos accidentados -como el célebre de una lejana visita al entonces Sahara español- y vuelos terminados en tragedia, como la caída del helicóptero que costó la vida al célebre comunicador Rodríguez de la Fuente. Sin embargo, también en este apartado, cabe decir que los periodistas muertos en accidente aéreo son un número infinitamente menor que los caídos en razón de otras causas.
A mi modo de ver, si alguna reflexión debemos hacer al hilo de la terrible noticia del accidente de Barajas, no es otra que la de valorar nuestras vidas en los que son, un préstamo de Dios –o del azar para los increyentes- por tiempo indeterminado, cuyo fin no debemos temer, pero para el que conviene hallarse preparado. Nadie va a morir en un vuelo donde Dios no haya situado su final; ni nadie va a librarse de caer calcinado, fusilado, golpeado, accidentado o enfermo, en el momento que ya tiene señalado desde el día en que nació. Como quiere el poeta “vivamos la vida de tal suerte, que viva quede en la muerte”, y, sin perjuicio de acompañar nuestro desconocido diseño de futuro con ciertas precauciones, no renunciemos, por temor a morir, a nada que, siendo lícito, nos resulte atractivo o pueda contribuir al desarrollo humano, a la comunicación, y al goce estético de nuestro prójimo.
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4790
viernes, agosto 22, 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario