jueves, agosto 21, 2008

Miguel Martinez, Lanzando las medallas al vuelo

jueves 21 de agosto de 2008
Lanzando las medallas al vuelo

Miguel Martínez

S I les digo la verdad a mis queridos reincidentes, confiaba en que mi primer artículo postvacacional versaría sobre los inconvenientes a los que el sufrido turista suele verse sometido durante su asueto veraniego, resignado ya -además de a las imponderables vicisitudes inherentes a todo periplo turístico- a que cuando uno contrata un viaje, en un momento u otro, le van dar gato por liebre de forma irremediable. Pero no, aunque resulte increíble esta vez no.

Dejando al margen el insignificante hecho de que el guía te suelte nada más que diez minutos escasos para contemplar una de las siete maravillas del mundo, alegando ir mal de tiempo, para luego tenerte hora y media en la tienda de souvenirs de su amiguete -del que a buen seguro recibirá jugosas comisiones ,y a saber qué otras inconfesables dádivas, por proporcionarle turistas frescos y con euros-, y dejando también al margen el intranscendente detalle de tener que “regalarle” a un policía montado en un camello una gorra Ferrari, un paquete de Marlboro y un mechero del Barça para recuperar mi cámara de fotos, se puede decir que esta vez, las más que merecidísimas vacaciones de este columnista han transcurrido de forma no ya apacible, sino incluso placentera; por lo que una circunstancia a todas luces deseable y de agradecer, obliga a quien les escribe a -en pleno estrés postvacacional, que tiene su mérito- estrujarse los sesos recién finalizado su veraneo, para ofrecerles un artículo que a priori preveía sencillo, versando sobre maletas desaparecidas, overbooking en vuelos y hoteles, timos a la hora de cambiar moneda, desajustes intestinales, facturas telefónicas desorbitadas –de esto último aún no estoy a salvo- y todos esos maravillosos alicientes adicionales sin los cuales unas vacaciones no son ya unas vacaciones como Dios manda y que, por otra parte, son los que vienen acompañando últimamente de forma habitual a este columnista cada vez que toma un avión. Así que, tras asumir que estas vacaciones han transcurrido -inexplicablemente, insisto- sin novedad en el frente, no puedo más que sucumbir ante la fiebre olímpica y comentar con ustedes el proceder de algunos, o mejor casi todos, los medios informativos cada vez que se acercan acontecimientos deportivos relevantes.

Decimos en mi tierra que “no es pot dir blat, fins que no és al sac i ben lligat” que traducido al castellano sería algo como que el trigo no está a salvo, hasta que no está en el saco y éste –el saco, no el trigo- está por fin bien atado, algo así como el cuento de la lechera. Pues bien, convendrán ustedes conmigo en que en estas olimpíadas muchos medios y muchos de los comentaristas deportivos han huido de la más elemental prudencia para lanzar las medallas al vuelo antes de que éstas cuelguen sobre el cuello de los deportistas de la delegación española.

Le faltan a un servidor dedos en las manos -e incluso en los pies- para contar los periodistas y comentaristas que auguraban para estos juegos un éxito sin precedentes, y que, habida cuenta de los triunfos obtenidos por nuestros deportistas en las competiciones internacionales, las 22 medallas obtenidas en Barcelona iban a ser pecata minuta comparadas con las que se iban a obtener este año en China. Que si este va a ser el año de España, que si a por ellos, que si que se aparten que llegamos y… ¡¡¡Plaf!!! Batacazo. Lo que iba a ser la madre de todas las olimpíadas se ha quedado, una vez más, en que si quieres arroz -aloz, en este caso- Catalina.

Así luego llegan las desilusiones, las justificaciones, las disculpas, las excusas. Que si los árbitros, que si la diferencia horaria, que si los rollitos de primavera que pican más en Pekín –diré Beijing cuando ellos digan Reus y no Leus- que en el restaurante chino de su pueblo. Y así, día tras día, los noticiarios deportivos se inician con lo de “nueva decepción en China” o lo de “se nos volvió a escapar una medalla”, como si las medallas ya estuviesen ganadas y se le hubiesen caído al deportista al agacharse a atarse los cordones de sus Nike.

Y digo yo: ¿es imprescindible añadir a los atletas más presión aún de la que ya supone participar en unos juegos? ¿Es necesario referirse hasta la saciedad a un atleta como “mayor aspirante al oro olímpico” como sucedió reiteradamente con Gómez Noya en los días previos al triatlón? Así se queda uno despierto hasta las cuatro de la madrugada para ver en directo al amigo Noya llevarse el oro y lo que ve es cómo el máximo aspirante al oro olímpico se queda con dos palmos de narices y otros dos de lengua. Y ya tenemos al pobre triatleta, después de haber nadado, pedaleado y corrido como un loco bajo un calor asfixiante y una humedad de sauna, casi pidiendo disculpas por haber obtenido una magnífica cuarta posición. Por suerte el locutor se mostró comprensivo y no le escupió en la cara. Lo positivo de ver por televisión un triatlón a las cuatro de la madrugada es que, por mal que vaya la competición, por disgusto que se lleve uno con el resultado, no se va a la cama sin cenar.

Más de lo mismo ante el partido de baloncesto que enfrentó a Gasol y Cía con el Dream Team: que si se puede dar la campanada, que si esta selección es capaz de todo… ¿No hubiese resultado mucho más humilde –e infinitamente más realista- decir que si los americanos tenían un mal día y los españoles lo bordaban había alguna posibilidad de ganar? A ver si toman nota y, si en el caso de que haya suerte, se llegue a la final y se repita partido, no vayamos a ir nuevamente de sobrados, que ya se ha visto cómo nos fue el pelo, porque ya he escuchado a algún ilustre comentarista iluminado, afirmar que aquel día Aíto se guardó en la manga varios ases y no mostró a los americanos todas las cartas. Vamos, que perdieron a cosa hecha… ¿Mandan o no mandan webs?


Y así, día tras día, echan las medallas al vuelo y éstas acaban evaporándose. Luego, si no se consiguen más de las 22 medallas previstas, la culpa será del calor, de la humedad, de los jueces o, si no, de la subida del crudo o de los catalanes, y así ya hay nueva excusa para el próximo boicoteo de cava.

¿Más de 22 medallas? Decía el ciego que veía, y eran las ganas que tenía. Vale, de acuerdo, mejor ser optimistas que pesimistas, pero… ¿Y el término medio? En periodismo debiera primar el sentido común sobre la demagogia de escribir lo que todo el mundo prefiere leer, máxime cuando eso no es más que vender periódicos a base de vender humo. Si no se cumplen ESAS expectativas –que no LAS expectativas- quizás convenga reconocer que la culpa es más de quien peca de optimista que de los que se han quedado sin medallas pese a buscarlas con ahínco. Aunque no me imagino yo la portada de ningún periódico abriendo a cinco columnas con un titular del tipo “Lo sentimos, vendimos la piel del oso antes de cazarlo”.

http://www.miguelmartinezp.blogspot.com/

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