viernes, agosto 08, 2008

Felix Arbolí, Mi amigo Eduardo y nuestro himno nacional

viernes 8 de agosto de 2008
Mi amigo Eduardo y nuestro himno nacional

Félix Arbolí

A CABO de recibir, ver y oír, un correo que me envía mi mensajero oficial y permanente, Eduardo Ramos Guillén, desde mi inolvidable isla de León, actual de San Fernando, en la provincia gaditana. Es raro y yo me alegro de ello el día que no recibo hasta diez mensajes de este formidable compañero de la infancia, uno de los amigos que tienen tomada mi alma y mis recuerdos, con la misma pasión, entusiasmo y nostalgia que vivimos el pasado los que no queremos olvidarlo y aferrarnos al presente.

Nunca podía imaginarme que este superdotado intelectual, compañero de colegio y aventuras, correcaminos por los lugares más insólitos del mundo debido a los importantes cargos en empresas internacionales que su carrera de ingeniero le proporcionaba y recuerdo permanente de unos años que ninguno de los dos queremos eliminar de nuestros sentimientos, iba a ser la causa de que al levantarme y acostarme cada día abriera mi correo y me deleitara con sus envíos. Es uno de mis alicientes diarios en estos días en los que el tiempo no cuenta y los relojes parecen detenerse. Los recibo de todos los temas, musicales, con fotos impresionantes, de arengas patrióticas y cotilleos políticos, -es tan facha como yo, si facha es amar a España como a nuestra propia vida- y ha tenido una existencia plena de curiosas y sorprendentes aventuras, con interlocutores y protagonistas de túnicas y kafiyeh sobre la cabeza y el “Rolls Royce” aparcado en su palacio, de cuadradas inteligencias en países europeos centrales con sus impresionantes “mercedes” y alocados y estrafalarios americanos que respiraban dólares y aspiraban petróleos. El puede decir como Zorilla en su “Tenorio”, “yo a los palacios subí y a las cavernas bajé”, aunque no persiguiendo a las novicias, que por cierto escasean, sino desempeñando su bien probada competencia profesional.

Para más incidencia, está casado con la hermana de una de las personas que más he apreciado y tratado en aquellos años tan lejanos y tan próximos, José María Lazaga, con el que me llevaba de maravillas. Un gran amigo, leal y servicial, excesivamente bueno para andar por este mundo. Ese ser extraordinario, joven y con un futuro prometedor que al desaparecer, porque Dios lo necesitaba a su lado, me dejó una huella imborrable y un sentimiento de pena que me perseguirá el resto de mis días. ¡Dichoso sentimentalismo que tanto me hace sufrir y se ha convertido en mi segunda piel!..

El envío de hoy, se titulaba “España. 1ª Parte” y al despliegue de fotos sobre los lugares más bonitos, distintos y característicos de esta España tan plural en su fachada y tan unida en su corazón, acompañaba los sones de nuestro grandioso y solemne Himno Nacional. No sé porqué cada vez que lo oigo siento ese cosquilleo interno y esa resbaladiza lagrima sobre mi mejilla. ¡Mecachí en la mar, como dicen o decían en mi tierra, por qué me habrá hecho Dios de mantequilla!. No sé como hay personas que oyen esos sones tan impresionantes que hasta le hacen a uno saltar de su asiento y ponerse en pie en señal de respeto, se mofan de esa melodía tan entrañable y lo oyen con la misma indiferencia que yo puedo oír a una Paulina Rubio, (digo oír, no ver) o a una Pantoja y su bata de cola.

Durante toda la proyección fotográfica de esa España monumental e histórica, que los petrodólares no podrán igualar o comprar, nuestro Himno Nacional como fondo musical. Tres versiones diferentes con un mismo resultado, emocionar al que al oírlo siente hervir sus entrañas. Una de ellas y aquí viene lo más sorprendente, si aún puede sorprendernos algo, con la letra que mi ilustre paisano y amigo del alma, José María Pemán, compuso. ¡Qué personaje tan cargado de bondad, lealtad, paciencia e inteligencia hemos perdido los que presumíamos de su amistad y abusábamos de su afectuoso trato!. Un motivo más de orgullo al sentirme de esa tierra que para mí es la más bonita del mundo. ¡Que no me hablen de la famosa morriña gallega, que para mi la ausencia de mi tierra supone una compulsiva obsesión!.

Al oír esas estrofas tan cargadas de patriotismo, de fe, de amor a todo lo español, de confianza en un futuro que creíamos entonces asegurado, me he dejado vencer por el momento y he mojado las teclas con la evidencia de una emoción incontenible. ¡Debilidad humana ante la fortaleza de un enorme sentimiento!.

Recuerdo que en mis primeros años de bachiller, allá por los años cuarenta del pasado siglo (¡qué pena estar acotando el límite de mis posibilidades!), estudiando en San Felipe Neri, el colegio que los Marianistas tenían y tienen en Puertatierra, todas las mañanas formábamos en el patio y ante el mástil colocado en la fachada del comedor, cantábamos el Himno, mientras se izaba la Bandera. “¡Viva España, nación poderosa, etc…!”. Eran tiempos de amor a la Patria, ilusiones en un futuro mejor y de aceptación y resignación ante las penalidades y carencias de un entonces presente lleno de dificultades, pero no exento de ilusiones, agradables sorpresas y sinceridad de sentimientos. Aunque a muchos parezca extraño, éramos más felices y confiados que ahora, donde todo parece estar suspendido en el abismo.

Hoy nos intentan presentar esa época como un periodo siniestro y negro de nuestra Historia. No hay manipulación mayor, ni cabronada más gorda. Están envenenando a la juventud y a la infancia con unas dosis exageradas de potingues malsanos y rencores acumulados. La televisión, esa caja que de tonta no tiene una sola línea, es la encargada de lavar el coco a las nuevas generaciones y lo están haciendo a conciencia, a mala conciencia diría mejor, vistos los resultados que obtienen. Hay una serie de sobremesa en la Primera, la televisión del Gobierno, donde presentan a una serie de personajes, que cada día aumentan más para alargar el chollo, tan dispares como falseados. Resulta que los buenos, los íntegros, los honestos y los idealistas sin excepciones, son los que perdieron la guerra y se presentan como víctimas de una sádica e intolerable crueldad, ejercida por la sociedad no afín a sus ideas y comportamientos, la iglesia vendida al vencedor y las autoridades militares y policiales, que se presentan como obsesionadas y posesas en la cacería del llamado subversivo. Todos los estamentos estaban podridos y eran corruptos, menos los valientes y abnegados maquis, comunistas, anarquistas y compañeros mártires, que luchaban sin treguas contra el régimen establecido tras la guerra. Su madre dijo a Boabdil, ante su llanto por la pérdida de Granada, “lloras como mujer lo que no supiste defender como hombre”. De haber sido en esa época, le hubiera añadido: “en las trincheras”. Son los héroes de la serie y lo hacen tan bien, con tal sutilidad, que hasta yo mismo en algunos momentos me he sentido solidario con sus penas y torturas y he renegado de la brutalidad del canallesco policía, el severo cura y la mojigata madre de familia adicta al Régimen, para lo que todo era pecado y huía de la contaminación social, como el delincuente de las fuerzas de seguridad. En esta serie se la presenta como una mujer dura, encorsetada en viejos y caducos prejuicios, la moral más falsa y trasnochada que la “moneda de la copla” y un absurdo y farisaico espíritu religioso. Hasta la ridiculizan y hacen chocante con su excesivo pudor ante el esposo. ¡Así no se vivía en España, mentirosos!.

El guión está bien escrito y los diálogos son buenos, aunque no representen la realidad de esos momentos que muchos hemos conocidos. De esa exhibición de fascistas intolerantes, sólo se salvan contados personajes: un policía, un médico, la viuda gallega dueña del Morocco y una pobre chica a la que tienen enclaustrada en su casa y la tratan como si estuviera envuelta en papel de celofán para que no se contagie de los malos hábitos callejeros y sociales. Son los únicos que se salvan en esa quema de brujos reaccionarios televisivos. El resto con mayor o menor compromiso e intensidad escorados a la izquierda, reflejan una bondad, una abnegación, solidaridad y sacrificio por el prójimo, que Benedicto XVI tendría que elevarlos a los altares en esa promoción de mártires de nuestra guerra. Los demás son como las comparsas en una cencerrada de pueblo, extras disfrazados de incalificables actitudes y extrañas connotaciones. . Incluida esa joven estudiante, rebelde sin causa y altiva sin fundamentos, que se pasa toda la serie preocupando a los demás con sus tercas posiciones ideológicas y la moral “sui generis”. .

No es esa la España que yo conocí y me tocó vivir. Y eso que me movía por caminos muy dispares y situaciones muy distintas. Comprendo que hubo un tiempo y algunos individuos (no los llamo señores), que avasallaban al contrario con una ausencia total de caridad y comprensión. Abusando de una posición o autoridad que se habían ganado a base compadreos de despachos. Estuvo de moda esa famosa y repulsiva frase de “!Usted no sabe con quien está hablando!”, que era la mayor amenaza que podían hacerle al que no estuviera muy tranquilo de conciencia, pero que en más de una ocasión y ante la pálida sorpresa y ofuscación de su protagonista se convertía en dardo envenado tipo boomerang. A mi suegro se la largaron en la cola de un cine unos jóvenes falangistas, que no quisieron respetar el debido turno, recién acabada la guerra y él les llamó la atención por su abusiva actitud. . Lo que no esperaban ellos era que ese desconocido tirara de cartera, se identificara y les contestara: “ ¡Sí, con unos imbéciles y caraduras que están deshonrando el uniforme que llevan!. Esa tarde no hubo cine para ellos, desaparecieron. Él había pasado la guerra en Madrid en la Falange clandestina y encargado de todo un distrito y ya era inspector de Hacienda. Fueron por lana y salieron trasquilados.

Lo que deseo y a lo que aspiro con estas líneas es haber sido capaz de rendir el debido y sincero homenaje a nuestro Himno Nacional y expresar el orgullo que siento de no haber sido jamás ni fascista intolerante, ni reaccionario recalcitrante, sino simplemente ciudadano español. Gracias amigo Eduardo por haberme proporcionado este momento de emoción.

http://www.vistazoalaprensa.com/contraportada.asp

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