miércoles, agosto 06, 2008

Abascal, Bolivia, en medio de la oscuridad.- ( y 5.- Santa Cruz: La bomba de tiempo del separatismo

miercoles 6 de agosto de 2008
Bolivia, en medio de la oscuridad.- ( y 5.- Santa Cruz: La bomba de tiempo del separatismo)

Abel Abascal

L AS palabras no siempre significan lo mismo. Depende de la lectura de quién las dice o de quien las escucha. En Bolivia, la palabra “autonomía”, como en todo país hispano parlante, debería significar la potestad que dentro de un Estado tienen municipios, provincias, regiones u otras entidades, para regirse mediante normas y órganos de gobierno propios. Pero no es así. Tanto para los “collas”- habitantes de tierras altas - como para los “camba”- pobladores de tierras bajas -, las dos facciones bolivianas en pugna, autonomía es el paso para constituir una nación independiente y soberana, con muy ligeras diferencias de concepción de forma entre ambas interpretaciones, pero diametralmente opuestas en el fondo. En ambos casos, es algo parecido a como Ibarretche interpreta esa misma palabra, aplicada al País Vasco, donde sólo viven los ciudadanos vascos y las ciudadanas vascas. Lo que habría que preguntarse es cuantos de los que viven en las antes llamadas Vascongadas, se sienten vascos o vascas pero quedan excluidos de la definición nacionalista.
En Bolivia también, en las autonomías que pudieran existir, sólo vivirían ciudadanos y ciudadanas, pero, como en el caso del lendakari, que esos ciudadanos y ciudadanas sean bolivianos y bolivianas o no, al margen de sus sentimientos, depende de quién esté hablando.

EL AHOGO DE UN PAÍS MEDITERRÁNEO

EN este desgraciado país, que a lo largo de su historia no ha logrado el equilibrio político, todavía está pendiente la estabilidad territorial.
Puede que sea la consecuencia de su historia incaica, que incorporó a su imperio, desde el sigloXIII, las tierras de la Bolivia de hoy y poco a poco absorbió a los pueblos que las habitaban y a sus culturas, entre ellas la de Tiahuanaco, que era la más predominante, y sobre la que se desarrolló el imperio del Tawantinsuyo. En 1539, los hombres de Pizarro conquistaron el Alto Perú, hoy Bolivia, que dependió, poco después, del Virreinato en Lima y más de doscientos años mas tarde, pasó al Virreinato del Río de la Plata.





Cuando el 6 de agosto de 1825, a los catorce años del primer movimiento liberador, Bolivar y Sucre, consiguen la independencia de las provincias altoperuanas y fundan la República de Bolivia, el territorio de la nueva nación sumaba 2.200.000 kilómetros cuadrados, hoy solo cuenta con un millón. El millón doscientos mil kilómetros cuadrados “desaparecidos”, lo fueron por las pérdidas de las guerras entabladas con, o por, los países vecinos. Todas ellas acabaron en derrotas con cesión de tierras, de la que la más dolorosa fue la guerra del mar con Chile, en la cual perdió diez mil kilómetros cuadrados, llenos de riquezas incalculables, pero sobre todo supuso la perdida de su única salida al mar, cuando los chilenos ocuparon y se anexaron Antofagasta.

Desde entonces, Bolivia en un país enclaustrado y mediterráneo, con un profundo diferendo territorial con Chile – que ha convertido en su permanente enemigo – y en continua batalla por recuperar sus riberas al Pacífico en todos los foros internacionales, el último de ellos, hace solo unos días, en Okinawa, durante la reunión anual del BID, en el que volvió a escuchar la sempiterna respuesta chilena: “Esa situación es un consecuencia de un Tratado y, por tanto, es intangible para una reunión multilateral. Es un tema bilateral”.
Para el Presidente de Bolivia, el equilibrista y desesperado, Carlos Mesa, es cuestión de “vida o muerte”, como lo calificó en Japón, porque los abundantes productos naturales de su país, sobre todo el gas y el petróleo, no cuentan con una fácil y expedita salida al mar, sino que encuentran la dificultad de tener que depender de acuerdos con otros países limítrofes, que no solo encarecen sus productos por las regalías convenidas en estos pactos, sino también por la infraestructura necesaria para el trasiego hasta puertos extranjeros.
Esta angustia por acabar con el enclaustramiento de Bolivia, no tiene más motivo principal que la explotación de sus riquezas, que, a su vez, es la causa de la existencia de las dos Bolivias, el verdadero problema de esta frágil nación, “un caso del tercer mundo global”, como ha sido definido, que más bien podría describirse, según lo ha hecho el geógrafo Pavez Wellamn, como “un conflicto típico del Cuarto Mundo; un conflicto de pobres, revoltosos, excluidos e inviables”.

LAS DOS BOLIVIAS

A veces parece que el país se mueve al unísono, que hay una conciencia unitaria de nación, pero la realidad es otra. Bolivia es una república soberana y democrática, como cualquier otra de estilo occidental, pero no es una nación. Ocupa un espacio geográfico con una organización territorial artificial, diseñada por factores externos y mimetismo político, pero no ha llegado, después de 180 años de independencia, a alcanzar el conjunto de criterios, de firmeza espiritual y de creencias anímicas superiores que convierten al Estado, de ser una serie de leyes, una pirámide jerárquica y un conjunto de denominaciones formales, en un colectivo cultural y étnico, movido por la fuerza invisible de un espíritu y una meta común, que es lo que configura una nación.

Ese, que es el principal problema de Bolivia, es la causa de la existencia de las dos Bolivias, que parecen coincidir pero están totalmente enfrentadas en unos fines opuestos e irreconciliables.
De un lado está la Bolivia pobre e indígena del altiplano. La Bolivia de los collas, - aymaras, quechuas y “mil” pueblos más, cobrizos, renegridos y pelinegros, olvidados por la historia y por los hombres -, dominada y castigada por el hombre blanco, que la ha relegado a unas miserables condiciones de vida, sin tener en cuenta su cultura, sus tradiciones ni su número, que en conjunto alcanza el 62% de la población, y si se suman los “cholos” o mestizos, supera el 80 por ciento. Esta Bolivia reclama una parcela de poder proporcionada a su importancia demográfica, y acorde con su visión de la conservación y aprovechamiento de sus recursos naturales, en beneficio del pueblo.

Frente a ellos, los “Cambas”, los habitantes de las tierras bajas. La Bolivia rica, empresarial, desarrollista, evolucionada y blanca, sentada sobre el petróleo y el gas, y una rica producción agrícola, que incluye plantaciones de soya, de la que es la tercera productora del mundo, que se alía y sirve a las transnacionales, defensora, por tanto del modelo económico actual y de la globalizacion. Una Bolivia de los grandes negocios, que genera la mayor parte de los ingresos del país, y tiene, a la par que Venezuela, las reservas de hidrocarburos más importantes del continente, además de unas tierras que por su composición, junto a su clima, las hace óptimas para el aprovechamiento masivo en agricultura y la ganadería.
Los dos, los collas y los cambas, son colectivos racistas, porque ambos quisieran alcanzar una opción étnica, y coinciden cuando esgrimen la palabra “autonomía” encubriendo su propósito de conseguir la creación de una nación, libre, soberana, independiente y nucleada en torno a lo que cada uno de ellos representan.
Los collas, los herederos de “Collasuyo”, una de las cuatro regiones del Imperio Inca o Tawantinsuyo –“suyo” o “suyu”, significa nación en “runi simi”, idioma que los españoles llamaron quechua -. El “Collasuyo” se extendía por lo que después fue todo el territorio de Bolivia y llegaba hasta Tocuman, en Argentina, quieren refundar su nación, que es igual a refundar la Republica. Llegó la hora en que la pluriculturalidad hizo crisis, y se convirtió en insostenible para unos y para otros. Las etnias originales de los Andes centrales están prestos a tomar su revancha, enviar a sus contrarios, los “cambas”, a Europa o a Miami, y con su acomodación genética al caudillaje, seguir al líder que los lleve a ser los dueños de su propio destino. Pero eso puede suponer la desaparición de la Bolivia actual y la creación de una República fuera del marco de la democracia tradicional. Aunque antes tendrán que desinflar las aspiraciones de los “cambas”, que quieren lo mismo pero al revés.

LA NACIÓN “CAMBA”

LO que emana del concepto “autonomía” en los florecientes territorios de Santa Cruz de la Sierra, el Beni, Pando y Tarija, los cuatro departamentos de las tierras bajas, es el secesionismo de la moribunda y agotada nación gobernada desde La Paz. Se quiere levantar, como aspiran igualmente los “collas”, una nueva república, la República Federal, cuyos limites serian: Brasil al norte, Paraguay por el Sur, y por el este y el oeste, con Bolivia, respetando los actuales límites de los departamentos de Santa Cruz y el Beni.
Con una extensión de 612.751 kilómetros cuadrados, la proyectada República de Santa Cruz de la Sierra, sería mayor que Panamá, Uruguay, Ecuador, la supuesta Bolivia (aymara-colla) y Paraguay, y su población sería superior a 3.242.000, incluida la de Tarija, el mayor productor de gas de la actual Bolivia, lo que arrojaría una densidad poblacional de 4,67 habitantes por kilómetro cuadrado.

Aunque las elites empresariales de los departamentos del oriente, han visto como se reducía su poder y su influencia, por el deterioro y la falta de fuerza de los partidos tradicionales, y por la potenciación del indigenismo como reacción a las políticas neoliberales, revivieron sus intentos autonómicos, planteados desde hace décadas, y expuestos en un manifiesto de “Refundación Nacional”, que describe la concepción ideológica de la Nueva República. En enero último amenazó con autoproclamarse región autonómica y a finales de febrero instalaron una Asamblea Autonómica de Santa Cruz, para que se ocupara de la transferencia de competencias desde el gobierno nacional, la redacción del estatuto de la autonomía y los planteamientos de una reforma constitucional.

El gobierno está atendiendo las pretensiones de los cruceños, que ven alarmados como la creación de una Asamblea Constituyente puede dar al traste con su proyecto independentista al dar mayor representación en el Congreso a los pueblos indígenas del altiplano, y conceder a estos el poder boicotear las reformas constitucionales necesarias para legalizar y legitimar las autonomías previas a la acción separatista prevista.





El panorama es sombrío porque parece que los cambas no se han apercibido de que mas de un millón de “collas” se han asentado ya entre ellos, y están socavando cualquier maniobra que se tenga que apoyar en el sufragio, aunque los cruceños se muestran muy confiados en conseguir su independencia y la libertad suficiente para explotar y comercializar sus muy abundantes recursos, que le permiten generar mas de un tercio del PIB, en una exponente más de las desigualdades de este país, donde la quinta parte más pobre, recibe más o menos el 4% del ingreso nacional, y la quinta parte más rica el 55%.

Lo cierto es que el enfrentamiento es inevitable y la solución imposible. Los “collas” acusan a los “cambas” de fascistas –los indígenas también han aprendido ya de occidente a descalificar con este término – “culitos blancos”, extranjeros, “vendidos”, bisexuales, avarientos, ladrones y de que no reúnen los conceptos básicos de nación. Para nosotros, dicen, “los miembros de una nación, tienen una lengua propia y comparten las mismas costumbres y tradiciones. Evidentemente los “cambas” no tienen estas características pues su lengua es prestada, “el castellano” o “el inglés”, y no comparten las mismas tradiciones puesto que las que tienen son extranjeras, de cada uno de los países de donde proceden. El territorio que ocupan es de las etnias amazónicas, adonde ellos, (los “cambas”), llegaron como invasores”.
Los mismos cruceños tienen oposición interior al manejo de la pretensión autonómica. Uno de ellos, Omar Quiroga Antelo, afirmaba que cuando hablan de autonomía estos grupos de poder están pensando en los dólares adicionales que pueden manejar, adicionales a los que ya disponen, y a cuanto van a tocar al distribuirse esos dineros entre parientes y amigos. La autonomía supone administrar sin control alrededor de quinientos millones de dólares en la acción de gobierno.

Pero, ¿quién manejaría esos recursos?. Naturalmente que las familias ricas ligadas a los centros de poder que, curiosamente responden a apellidos tales como Dabdoud, Matkovic, Teodovich, o Marinkovic, quienes huyeron de países asolados por guerras y que hoy constituyen el núcleo de la oligarquía de Santa Cruz, “ malos personajes de pasado oscuro”, con los que no estamos de acuerdo, afirma el cruceño.

Y es que la clase dominante en la región “camba” es notoriamente blanca y con poca trayectoria generacional en Bolivia, pero han desarrollado un regionalismo y un localismo exarcebado por los intereses financieros internacionales y las multinacionales del petróleo. De ahí su empeño en disponer de un poder independiente que frustre los intentos de los movimientos populares de nacionalizar los recursos del país, recortando las escandalosas ganancias que obtienen Enron, Shell y Repsol entre otras. Sin considerar situaciones como la denunciada recientemente por la OIT, de que el 75% de la población boliviana en edad de trabajar, carece de empleo o se ocupa en labores de escaso rendimiento pecuniario.
Por su parte, los “Collas”, - a los que sus oponentes llaman arcaicos, sucios, malolientes, estridentes e informales -, si bien han tenido la suerte de que surgieron lideres como Felipe Quisque o Evo Morales, que los aglutinaron en movimientos indígenas que los hicieron visibles como personas y en la política, están dominados por una mezcla concentrada de sentimientos de marginación, miseria y resentimiento, que se apoya en trasnochadas teorías marxistas de una izquierda superada, que sólo puede llevarles al despeñadero.

Estas etnias, ancladas en el pasado, sobreviven con la nostalgia de la “Collasuya”, que se traduciría en el fin de la república de Bolivia, porque se extendería desde el Collao boliviano a Puno, en Perú, y acaso hasta el Pacífico. Un territorio natural que podría constituir un estado incrustado entre Perú y Chile. Sueños tan imposibles como los de Ibarretche en el País Vasco. Sueños ilusorios, - propiciados por sus dirigentes políticos y sindicales -, que buscan la existencia de una nación ideal donde la principal ley sea “ama sapaj, ama sua, ama lulla, ama kella”, “no mates, no robes, no mientas, no seas perezoso”, y donde nunca se cumpla la profecía trasmitida de generación en generación, como una advertencia, de que “cuando sea cortado el último árbol, pescado el último pez y desaparecido el ultimo río, el hombre va a descubrir que el dinero no se come”.
Sin embargo, los “collas” también quieren que se apoyen las autonomías, y han propuesto al Congreso un plan que les permitiría obtener una cómoda posición en los parlamentos regionales, además de en el nacional, con lo que se asegurarían el control del país.

PINOCHET Y LA POLONIZACIÓN

¿CUÁL es, entonces, el futuro de Bolivia?. Difícil cuestión para responder. Bolivia se está enfrentando a una desmembración similar a la que a finales del siglo pasado se vivió en la Unión Soviética o en Yugoslavia, pero la diferencia estriba en que los pueblos indígenas de las naciones aymaras, quechuas o guaraníes, y otras, han encontrado, - después de una exclusión de quinientos años, y algunos de estos pueblos muchos cientos de años más, porque estuvieron bajo el dominio de los Incas -, su identidad cultural, que es el arma ciudadana del siglo XXI.
Tenemos el ejemplo de Palestina y de Irak, donde, ni con el poder de las armas ni del dinero, se consigue doblegar la resistencia étnica de unos ciudadanos que se sienten integrantes de una nación, de una comunidad de sentimientos, creencias e intereses.
Por eso es difícil predecir el futuro de Bolivia ni a corto ni a medio plazo. Hay quien afirma que Brasil acabará siendo el refugio del oriente boliviano. Y también hay quienes recuerdan que en la década de los sesenta un casi desconocido coronel chileno, Augusto Pinochet, afirmó que Bolivia carecía de viabilidad como nación y que la mejor solución sería que su territorio fuera distribuido entre Chile, Perú Brasil y Argentina. O sea una “polonización”, aludiendo al pacto Hitler-Stalin, que en 1940 se repartieron Polonia entre la URSS y Alemania.

Y no es el único. Recientemente, - unos nueve meses -, el entonces ministro de Defensa argentino confesó que había conversado son sus colegas de Brasil., Chile y Uruguay, de lo que llamó “la libanización de Bolivia”, que equivale a la metáfora de Pinochet hace 45 años, y apuntó la posibilidad de que en caso de desmembramiento, las regiones separadas se pudieran unir a otros países vecinos.
A mayor abundamiento, no hace mucho tiempo, el general James Hill, al frente del Comando Sur de los EE.UU., dijo: “Antes de que yo muera, habrá desaparecido del planeta un país llamado Bolivia”.

Esperemos que se equivoquen todos ellos, pero lo que sí es muy posible es que veamos a Bolivia, por causa de estas confrontaciones, convertida en una exportadora de cocaína, lideralizada por Evo Morales. A este respecto, el geógrafo citado anteriormente, pregunta: “¿De que vale cuidarle las narices a los gringos si Santa Cruz de la Sierra, Medellín, Cali o Panamá, han surgido por el narcotráfico?”. Y hay que aceptar su reflexión: la tentación es muy fuerte, y en los colectivos de indígenas andinos, la razón no es la norma.


http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?Id=2229

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