miercoles 6 de agosto de 2008
Bolivia, en medio de la oscuridad . ( 1.- Un Presidente 'trapecista' )
Abel Abascal
“ SIN Dios y sin Ley”, encabezaba su editorial un periódico boliviano, comentando el panorama tras el amago de renuncia del Presidente. “Parece el título de aquellas viejas películas del oeste” – continuaba diciendo – “En Bolivia estamos justo en la mitad de la película, con la salvedad que aquí es real el drama, los bandoleros ya están aquí y el drama es que no sabemos quienes son”.
El símil retrata cabalmente la situación de este país, el más pobre de toda América, salvo Haití, y al tiempo uno de los más ricos, y el de mayor población indígena, y menos integrada, del cono sur, cuyo centro ocupa, país en el que nadie sabe en estos días donde está ni adonde va, comenzando por su Presidente, Carlos Mesa Gispert.
Y es que Mesa, seguramente sabe lo que quiere pero no encuentra la forma de conseguirlo y, mientras tanto, tiene a casi nueve millones de bolivianos en un permanente sobresalto. Renunció sorpresivamente hace poco mas de una semana y, tras pactar con el Congreso los puntos vitales para normalizar la situación boliviana, el martes último, día 15, anunció el envío a la Cámara de un proyecto de Ley por el que se adelantan las elecciones, lo que, aparte de desmochar de un tajo todas las instituciones, es inconstitucional. Al tiempo se extendió en los círculos políticos y en los medios el rumor de que si el Congreso rechazaba su pedido, dimitiría. Nadie se lo creyó. El Legislativo dijo no y él se apresuró a declarar en la televisión que no le daría la espalda a Bolivia. Yo sigo.
El martes 8 renunció porque se evidenciaba que el país era ingobernable y solo ocho días después lo dejó a la deriva, con las carreteras bloqueadas, el sector productivo paralizado, la clase media pidiendo paz y tranquilidad, los sindicatos presionando para imponer tesis de una izquierda prehistórica y cerril y los cocaleros sembrando el caos y la confusión.
UNA HISTORIA COMPLICADA
PERO nada de esto puede extrañar si se echa un vistazo a la historia de este país, llena de vaivenes, conspiraciones, saltos hacia atrás y hacia adelante, perdidas de rumbo, graves equivocaciones y una irrefrenable inclinación al desacierto, que les llevó a guerras que siempre perdieron, y a cambio de las cuales los bolivianos tuvieron que entregar grandes porciones de su territorio a Brasil, Perú, Paraguay y Chile, esta última pérdida las más dolorosa porque le arrebató la única salida al mar, aun cuando en las otras tierras cedidas existían considerables riquezas – guano,oro, plata y otros minerales -, de las muchas que tiene el país, explotadas algunas pero poco industrializadas, y en el caso del petróleo y el gas, exportadas en bruto para ser tratadas en países limítrofes.
Recuerdo que, allá por la década de los setenta del pasado siglo, alguien dijo que Bolivia probablemente fuera la nación más inestable del mundo. Eso es cierto, y no ha cambiado. Ha tenido 175 revoluciones desde su independencia en 1820, y en los últimos ciento cincuenta años ha habido casi 190 cambios de gobierno.
Por ello los cambios de dirección de Mesa no debieran sorprender a nadie porque es la característica esencial de los actores de la historia nacional, y sobre todo cuando el protagonista es un Presidente, como Carlos Mesa, el octavo desde que se restableció la democracia en 1982, que tomó el poder por la huida de su antecesor, con el que ocupaba la vicepresidencia y que, posiblemente, por el trauma de las trágicas circunstancias que le llevaron al sillón presidencial, con secuela de muertos y heridos, se ha negado sistemáticamente a utilizar la violencia para disolver los bloqueos de calles y carreteras y otros disturbios que han jalonado su mandato.
Tal vez la raíz de todos los problemas resida en la permanente confrontación del rico con el pobre; la desigualdad entre los blancos y los indígenas; la manipulación tradicional de los poderosos, todos blancos y de ojos claros, una mínoria, - 27% de la población -, soportada desde siempre por los mestizos, - 31%-, y los amerindios - los yuracarés, los quechuas, los guaraníes, los weenhayek y los aymaras -, un 42%
Bolivia es una sociedad donde el racismo está despertando en las capas bajas. Las altas vienen practicándolo desde siempre, sin declararlo mientras existió de facto la segregación racial efectiva, como característica del sistema político del país, y los indígenas no habían logrado abrirse paso, - como lo consiguieron hace muy poco tiempo-, mediante la unidad y la violencia en las calles, las protestas multitudinarias, las soflamas anticapitalistas, la unidad de las etnias marginadas, el dinero de la coca y, en los últimos tiempos, la ayuda económica y la dirección política de Hugo Chavez.
Si a esto se une la intransigencia de unos y otros; la codicia de las transnacionales y su connivencia con los ricos y los gobernantes, para unos mayores beneficios de ambos; la desesperante espera de la justicia por los sectores populares y el adoctrinamiento desde Caracas de los indígenas, a los que – con el apoyo de hechos reales como las elecciones de junio de 2002 - han convencido de que tienen el poder al alcance de la mano, y entonces “podrán tirar al mar que no tienen” a los blanquitos de ojos azules que les han mandado durante siglos, resulta evidente que Bolivia se encuentra perdida en medio de la oscuridad.
EL TRAPECISTA EN EL PALACIO
CUANDO Carlos Mesa, 51 años, Presidente de Bolivia, intelectual, literato, periodista e historiador,- independiente y por ello sin representación en el Congreso -, tras 16 meses de buscar denodadamente la popularidad, y tratar de conseguir el arrastre de las masas, con un gobierno con talante, como diría Zapatero, ha resultado un trapecista en sesión continua que le llevó a un callejón sin salida, donde se encontró acosado por su política de decir sí a quien le pedía una cosa y lo mismo a quién le solicitaba la contraria, al estilo del Presidente del gobierno español.
Mesa, que enfrentó durante su mandato de menos de año y medio, 820 conflictos y 12 mil pedidos, de los que atendió 4.250, tiró la toalla dos veces en los últimos catorce días, apareció en las pantallas cuatro veces, y se tragó el sapo del ninguneo del Congreso, todo ello como estrategia política, necesidad de tretas provocada por haber ejercido un gobierno sin autoridad, en el que cedió a la insistencia de los movimientos sociales, se acercó a fuerzas indígenas poderosas como el Movimiento al Socialismo (MAS), a cuyo líder, Evo Morales, convirtió en su compañero,- que ahora le hace la vida imposible -, y sucumbió a las presiones de las regiones o las corporaciones, y a las conveniencias de los intereses transnacionales. Un permanente ejercicio circense de saltos en el trapecio al grito de “más difícil todavía”.
Aún rizó más el rizo, porque prometió, mediante un referéndum, una ley del gas - cuyas reservas en este país son las segundas de Latinoamérica, después de Venezuela –; a los lideres de El Alto les aseguró que le resolvería el problema de la privatización del Agua, cuya explotación está concedida a una empresa francesa; a los movimientos sociales, la Asamblea Constituyente; y a Santa Cruz, la región más rica del país, su autonomía, por citar los compromisos más importantes y difíciles de cumplir.
Consecuencia: un galimatías que le llevó a la ingobernabilidad. El pueblo, - léase los indígenas, campesinos y los sin tierra -, hizo inviable su tarea desde la Presidencia: Los bloqueos de caminos, un Parlamento que no aprueba la Ley de Hidrocarburos, la élite cruceña – los blancos y ricos de Bolivia, los amigos de las petroleras – pidió la renuncia del Mandatario y los cocaleros, además de poner fuerte presión en el tema del gas pidiendo su nacionalización, le salpican de obstáculos sus relaciones y convenios con los EE.UU. sobre la reducción de los cultivos de hoja de coca, que en el territorio nacional ha sido libre, durante mucho tiempo, porque es parte de la cultura del boliviano, y que ahora se intenta reducir drásticamente. Demasiados problemas y excesivos compromisos irrealizables, que trajeron el episodio de su renuncia y del intento de adelanto de las elecciones.
MESA, EN EL OLIMPO
A pesar de la ratificación de Mesa por el Congreso, aceptada por el dimisionario bajo condiciones pactadas con el Legislativo que le permitieran gobernar, tales como la rápida aprobación de la Ley de Hidrocarburos; elección de Prefectos; normas que amparen la autonomía de las regiones y la convocatoria de una Constituyente que diseñará un nuevo modelo de Estado, la crisis siguió viva porque la intransigencia fundamentalista de Evo y la renuencia del Congreso a cumplir lo pactado, no le dejó otra puerta de escape que acudir a la argucia del adelanto de las elecciones, para lo que no está facultado ya que la convocatoria corresponde al Presidente de la Corte Suprema de Justicia, si es que, con anterioridad, se dieran una serie de requisitos, descritos en la Constitución.
Estos países iberoamericanos tienen unas curiosas Cartas Magnas, como la de Bolivia, en la que el Presidente no puede renunciar irrevocablemente, a menos que el Congreso acepte la renuncia, y en caso contrario tiene que agotar su mandato –el de Mesa se extiende hasta 2007 -, lo que no deja de ser un disparate.
Sin embargo, el arcangelico Mesa, encaramado en su nube del Olimpo, intentó con esta segunda artimaña, forzar al Congreso a que aprobara la regulación del petróleo y del gas, en los términos que había propuesto, y que se constituyera en su facilitador durante el resto de su mandato, negando su petición de elecciones adelantadas, que significaría para diputados y senadores la perdida de dos años del disfrute de sus escaños y de sus privilegios.
Mesa desarrolló su estrategia en base al apoyo popular, que en estos días roza el 70%, y que procede de las gentes que acudieron frente al Palacio Quemado - después de su imprevista renuncia del día 8 -, la clase media, que quiere vivir en paz; y a la que también, es probable, que quieran captar los partidos tradicionales, que han perdido la credibilidad pero conservan la mayoría en la representación parlamentaria. Pero unos y otros saben que frente a ellos, van a encontrar siempre a Evo Morales, el cocalero y dirigente del Movimiento al Socialismo (MAS), y a los lideres sociales, sindicales, indígenas y campesinos, que han hecho causa común en un llamado Acuerdo por la Dignidad, que tiene detrás un gran porcentaje de la población, aún ahora, después del desgaste sufrido por Evo y los otros dirigentes a causa de los problemas originados por los bloqueos y los disturbios
EL NUDO GORDIANO DEL GAS Y EL AGUA
ESE Acuerdo para la Dignidad es el pacto social de los desposeídos contra la oligarquía criolla y las transnacionales, que no es más que la lucha de los pobres contra los ricos, que amenaza con debilitar, aún más, la frágil democracia boliviana.
El problema principal estriba en las posiciones encontradas de los dos bloques. De una parte, los indígenas, sea cual sea su etnia o el colectivo en que se agrupen, siguen a Evo Morales, que estuvo a un 2,1 % de ser presidente en junio de 2002, y a Abel Mamani, principal dirigente del Alto, el barrio más antiguo y pobre de La Paz, ubicado a 4.000 metros de altura, dominando el núcleo de la capital, que se encuentra 800 metros abajo, en dónde viven los ricos.
De la otra, los que tienen los resortes del poder, los que han manejado el país desde la colonización, los que han dominado a la gran masa, negándoles derechos que tuvieron que conquistar forcejeando, lo que les enseñó que la fuerza es el camino. Son los blancos de Santa Cruz, los ricos, los que quieren la autonomía para seguir vendiendo el país a la transnacionales, según dicen los pobres.
Evo, - fiel discípulo de Chavez y admirador ferviente de Castro -, y su combo se han instalado en la intolerancia fundamentalista y, al grito de ¡Bolivia no está en venta!, ha venido exigiendo que la nueva Ley de Hidrocarburos tiene que fijar las regalías en el 50% para el Estado, y que la empresa Aguas Illimani, de la Suez Lyonnaise de Eaux, que en 1997 ganó el concurso internacional para la gestión del agua potable y el alcantarillado de la Paz y su municipio aledaño, El Alto, y que ha invertido desde esa fecha 63 millones dólares en mejoras, tiene que irse de inmediato.
Mesa, aislado en su sede por los bloqueos y el paro alteño, aceptó la petición del dirigente vecinal de El Alto, Abel Mamani, - secuaz de Evo -, en enero de este año, y promulgó un decreto que daba por terminado el contrato entre Suez y el Estado boliviano. Sin embargo el tema está otra vez en veremos, por los fundados temores del Presidente a las repercusiones internacionales. Así que sigue siendo bandera del dirigente Mamani, junto a la Asamblea Constituyente.
El agua, de todas formas, no es algo tan difícil de resolver como las regalías del petróleo. La Ley aprobada ya por el Congreso mantiene la regalía actual del 18%, y fija un nuevo impuesto del 32% que, la Cámara lo ha declarado no deducible ni compensable. Tal como se ha configurado, la aplicación de la ley no deja espacio a ningún riesgo de evasión impositiva ni de fraude por parte de las empresas petroleras, porque se ha legislado con todos los candados que garanticen que el Estado boliviano va a tomar, saliendo de la boca de pozo en el punto de fiscalización, el monto que le corresponde como Estado.
Bajo esta ley, que aún ha de ser aprobada por el Senado, el Estado recibirá unos 600 millones de dólares.
La propuesta de Mesa contemplaba el mismo porcentaje de regalías, pero el impuesto del 32% tenía una ejecución progresiva y se podrían aplicar descuentos y compensaciones. Mesa sostenía que era necesaria esa condición para que las petroleras no denunciaran al Estado ante organismos internacionales en demanda de cuantiosas indemnizaciones. Esta fórmula proporcionaría al Estado, al comienzo, alrededor de 200 millones de dólares.
El proyecto que reclamaban los indígenas, con Evo Morales a la cabeza, consistía nacionalizar el petróleo y el gas y elevar al 50% las regalías, lo que daría al Estado un ingreso de 750 millones de dólares, si permanecieran en el país. Venezuela fija sus regalías en un 17%.
CON LA FUERZA O CON LA FARSA
LA espantada de Carlos Mesa, pues, se ha debido a las condiciones fijadas en la Ley aprobada, y tendía a que ejerciera presión al ser examinada por el Senado, del mismo modo que su advertencia de que vetaría la Ley, si se mantenía así.
Sin embargo, mientras British Gas ya advirtió sobre posibles procesos legales, la española Repsol y la brasileña Petrobas, anunciaron que, aunque están a la espera de la decisión final sobre las condiciones, están interesados en industrializar el gas boliviano.
La aprobación de la Ley, el anuncio del posible adelanto de las elecciones y de la alternativa del abandono de Mesa, movieron a Evo Morales, sin desistir de su propuesta nacionalizadora e impositiva, a levantar los bloqueos, que llevan causadas pérdidas al país de mas de cien millones de dólares, y a declarar que Mesa ni puede adelantar las elecciones ni debe irse, aun cuando en enero pedía a Mesa esas mismas decisiones.
Este es el rosario de incongruencias desatadas por la conducta de un Presidente indeciso, dubitativo y visiblemente incapaz de firmeza y, como es sabido, solo hay dos modos de gobernar: con la fuerza o con la farsa. Parece que Mesa, acorralado por indígenas, campesinos y sindicatos, escogió esta última y las consecuencias de las vacilaciones de uno y la obcecación doctrinaria y fanática de los otros, las pagará, una vez más, el pueblo.
Si la Ley aprobada es, en verdad, un “suicidio colectivo”, ¿de qué servirá que Mesa no rehuya su responsabilidad y permanezca en su despacho de Palacio Quemado?. Cuando circularon los rumores de su posible dimisión, no apareció nadie ni se oyó una voz en Plaza Murillo, como sucedió el día 8.
Los saltos en el trapecio del Presidente le han afectado a su imagen y credibilidad. La crisis no ha terminado. Solo podría existir una posibilidad si Mesa se escorara hacia la izquierda, abandonara su proclividad al neoliberalismo y tomara distancia en la defensa de los intereses de las petroleras, sin descuidar la promoción de la inversión extranjera y se esforzara en darle importancia prioritaria a la necesidad de dotar al país con medios para de transformar sus recursos en Bolivia. Y esta agenda es muy dificil.
Ante este panorama es válida la duda del editorialista boliviano: ¿ quiénes son los buenos y quienes son los malos?. Pero hay una pregunta más inquietante: ¿Dónde está el sheriff?
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?Id=2170
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