lunes 3 de marzo de 2008
Bermejo no olvida jamás
POR JUAN MANUEL DE PRADA
HAY en la vida política española personajes que están pidiendo a gritos un escritor satírico que los celebre, como el ínclito Bermejo, el más facundo e iracundo de nuestros ministros. Pillaron el otro día a su mujer en un mitin bailón, cuando se suponía que estaba de baja, convaleciendo de una lumbalgia, y como es natural han menudeado los cachondeítos. Pero el ínclito Bermejo, en lugar de aguantar estoicamente el chaparrón, se ha puesto como un basilisco y ha amenazado a los cachondos: «Yo no olvido jamás». Tan rencorosa advertencia nos ha recordado aquella frase que Rafael Sánchez Mazas colocó en el frontispicio de su obra Fundación, Hermandad y Destino: «Ni me arrepiento ni me olvido». Los falangistas de pedigrí siempre fueron memoriosos y pertinaces; y el ínclito Bermejo, que es hijo del que fuera jefe de la Falange en Arenas de San Pedro, ha heredado estos rasgos de carácter.
Al ínclito Bermejo no le gusta que le anden remejiendo en los asuntos familiares. Para evitar dar explicaciones sobre la extraña lumbalgia de su mujer recurre al acceso de furia; pero ya antes, para encubrir la adscripción ideológica de su padre, se sacó de la manga aquella frase famosa: «Luchamos en su día contra los papás de los que nos gobiernan y no tenemos ningún temor a los hijos». Habrá quien piense que hace falta una jeta de feldespato para proferir semejante frasecita, teniendo un papá falangista; pero quienes estamos versados en retórica poética sabemos que, en realidad, el ínclito Bermejo estaba formulando una anfibología, figura consistente en emplear adrede expresiones de doble sentido. Y es que el ínclito Bermejo, antes que fiscal o ministro, es poeta hasta las cachas, como ya ha demostrado en alguna ocasión desde la tribuna parlamentaria; y en esto también se le nota la genealogía falangista, porque hubo un tiempo en que para ser falangista había que ser antes poeta. El ínclito Bermejo sabe bien, como José Antonio, que «a los pueblos no los han movido nunca más que los poetas», de ahí que siempre que se tercia intercale un romance o redondilla en sus mítines. Al ínclito Bermejo no lo bendice la solidez retórica de Sánchez Mazas, ni la audacia metafórica de Foxá, pero el hombre se defiende en la poesía jocosa, género falangista por excelencia, pues fue el que más acertadamente cultivó su fundador. Poeta jocoso como José Antonio, el ínclito Bermejo es, sin embargo, menos austero; y por eso ha encargado una reforma del pisito que nos ha salido por un ojo de la cara a todos los españoles. Pero, tuertos y todo, seguiremos celebrando sus versos.
Se supone que las bajas laborales se conceden para que el trabajador convalezca de sus dolencias. ¡Y anda que no se tiene que convalecer a gusto en el pisito que Bermejo se ha hecho reformar! Pero, en lugar de dejar a su mujer tendida en la cama y convaleciente, se la llevó a un mitin, convencido de que escucharlo es como disfrutar del Paraíso. Cierto que para una mujer aquejada de lumbalgia viajar a Murcia y marcarse un bailongo no debe de ser nada descansado; pero ya lo dijo José Antonio: «El Paraíso está contra el descanso. En el Paraíso no se puede estar tendido; se está verticalmente, como los ángeles». Y como ángeles bailones hemos visto a Bermejo y a su esposa; pues, no siendo horizontal, no hay teólogo que se atreva a sostener que el baile esté prohibido en el Paraíso. También hemos visto a Bermejo decir que el PP es «heredero de la España negra»; pero contra esa España ya se alza la España que el ínclito Bermejo ha mamado desde la cuna, la España donde vuelve a reír la primavera.
Bermejo no olvida jamás. Pertenece, como Ireneo Funes, a esa estirpe de memoriosos ilustres que Borges enumera: Ciro, rey de los persas, que sabía llamar por su nombre a todos los soldados de sus ejércitos; Mitrídates Eupator, que administraba la justicia en los veintidós idiomas de su imperio; Simónides, inventor de la nemotecnia; Metrodoro, que profesaba el arte de repetir con fidelidad lo escuchado una sola vez. Ahora me acomete el temor de que cada una de las palabras cachondas de este artículo perdure en su implacable memoria. Ireneo Funes murió, según leemos en el célebre cuento borgiano, de congestión pulmonar; al ínclito Bermejo, como no pruebe a olvidar un poquito y siga cabreándose tanto, le va a ocurrir lo mismo.
www.juanmanueldeprada.com
http://www.abc.es/20080303/opinion-firmas/bermejo-olvida-jamas_200803030245.html
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