viernes 1 de agosto de 2008
Apuntaciones sobre la memoria histórica: el feminismo político
Antonio Castro Villacañas
N ADIE logrará entender bien la España de hoy si no sabe lo que fué la España de los años 30. Por ejemplo: nuestro pobre Rodríguez, como de aquella época sólo conoce la parcial e insuficiente visión de una de sus dos abuelas, se empeña en que la España de hoy sea tan insuficiente y parcial como la del único abuelo que reconoce y estima. Para llegar a ese punto de partida utiliza las sendas que le parecen mas progresistas, pero no se da cuenta -quiero pensar, pues sería peor para todos el que fuera totalmente consciente de cuanto hace- de que el progreso histórico consiste en superar el pasado entero y verdadero, no en simplemente mejorar una de sus facetas.
Por eso no logra hacer realidad su sueño de conseguir una España más igualitaria: por empeñarse en buscarla haciendo el camino de los aspectos puramente formales. Así sucede con su acreditado afán en pro de que las mujeres tengan la misma presencia pública y el mismo poder político que los hombres. Es muy probable que su abuela paterna le haya dicho más de una vez que si en la España de los años 30 se calificaba a una mujer como "pública" con tal calificativo se la incluía en el gremio de las trabajadoras de l sexo. Ignoro si, por el contrario, esa misma fuente de información le dijo alguna vez que en esa época existía un número considerable de mujeres en nuestro país, y en otros países católicos, que por propia voluntad se apartaban de la vida pública y hacían su propia vida individual en régimen de comunidad y clausura. Estuviera o no informado a tiempo de tan contrapuestas maneras de vivir, parece evidente que nuestro asombroso Rodríguez ha demostrado de sobra por donde van sus preferencias.
En la España de los años 30 los asuntos políticos eran cosa exclusiva de hombres, pero ello no impidió que surgieran unas cuantas mujeres de vigorosa personalidad, capaces por sí mismas de alcanzar puestos públicos de primer rango y gran impacto social. Verdad es que no fueron muchas, pero verdad también que aparecieron casi simultáneamente en todo el arco político, de un extremo a otro, destacando muy pronto en sus respectivos partidos por la eficacia de sus gestiones y actos. Media docena de mujeres merecen un insoslayable recuerdo. Las citaré según el orden alfabético de sus apellidos porque una verdadera memoria histórica no admite discriminaciones ideológicas. Fueron Clara Campoamor, Dolores Ibarruri, Victoria Kent, Federica Montseny, Margarita Nelken, Urraca Pastor, Pilar Primo de Rivera y Mercedes Sanz Bachiller. Es evidente que se trata de personalidades desiguales, pero también es cierto que todas y cada una de ellas representan un hito en la historia del feminismo español y en la historia política de España. Quienes sean amigos de establecer una escala por orden de méritos pueden hacerlo reservando o no el primer puesto a Isabel la Católica. No quiero yo entrar en semejantes berenjenales. Me basta y me sobra con decir que las siete mujeres citadas están a mi juicio muy por encima de las que hoy nos arrullan desde cualquiera de los palomares que adornan el huerto político español. A mi pobre saber y entender, salvo contadas excepciones las mujeres escogidas por Zapatero solo tienen talla de concejales en ayuntamientos fáciles. Y es que nuestro excepcional presidente se deja llevar por criterios de forma y no de fondo tanto al hacer uso de la memoria histórica como al trabajar en pro de un futuro comunitario.
Lo malo de Rodríguez es que por fas o por nefas lleva unos cuantos años haciendo escuela al poner en práctica cuanto aprendió en las sectarias aulas oscuras del partidismo más radical, antisociable y cruel que ha existido en nuestra Patria. Buena prueba de ello es el muy diferente trato que, por ejemplo, y ya que estamos hablando de mujeres excelsas, se ha dado y sigue dándose en la memoria histórica gubernativa y subvencionada, a las trece rosas rojas de las juventudes socialistas madrileñas y a las siete rosas blancas -madrileñas también- de las monjas salesas. Estas fueron arrancadas de su clausura, violentadas y asesinadas, sin juicio de ninguna clase, para castigar el que simplemente rezaban. Las otras tuvieron alguna oportunidad de defender su vida cuando las acusaron de haberla puesto al servicio de actividades bélicas.
Como es lógico en el sistema zapateril de pensamiento y de acción progres, la memoria de las monjas ha sido social y gubernativamente enterrada, y exaltada la de quienes militaron en organizaciones de combate. Prensa, radio, libros, cine y televisión nos han dicho a los españoles a quienes debemos considerar verdaderas, bellas y buenas rosas. Las otras no merecen ser socialmente tenidas en cuenta para nada.
Un magnífico ejemplo de feminismo político nos ofrecen dos hermanas que los igualitarios Bibiano y Rodrigaz desconocen o al menos silencian. Constancia y Marichu de la Mora son, pese a quien pese, unos fascinantes personajes. Nacidas en el seno de una familia bien dotada en lo económico y lo social fueron educadas en los mejores colegios, como correspondía a dos nietas de don Antonio Maura, el dirigente conservador de más relieve en los primeros años del siglo XX. Ambas eran elegantes y políglotas. La mayor, Constancia, se casó en 1926, muy joven, con un hombre que únicamente vió en ella su dinero y su posición social, razón por la cual Constancia se alejó en seguida de él. Cuando pocos años después la II República estableció en España el divorcio, ella fue una de las primeras mujeres españolas en utilizarlo, lo que produjo que se acentuara el alejamiento de su familia y de su primer núcleo social, iniciado al separarse de su marido y crecido en cuanto poco después se unió sentimentalmente y por derecho con el teniente coronel Hidalgo de Cisneros, también de buena y bien situada familia, que por estas y otras razones se hallaba situado en el ala más radical del Ejército.
Antes del 18 de julio de 1936 el matrimonio Hidalgo de Cisneros había acentuado su clara condición independiente y rebelde. No sé si ya por entonces el marido y la mujer habían llegado a ser militantes comunistas o si tal filiación se produjo a consecuencia del Alzamiento Nacional. Lo que si sé, pues ha sido siempre público y notorio, que Hidalgo de Cisneros ascendió pronto a general y fué el jefe de la aviación roja durante toda la guerra, mientras que Constancia de la Mora asumió la responsabilidad de controlar a los periodistas que procedentes del extranjero querían informar a sus lectores de la situación política, bélica y social en que se encontraba la España republicana. También sé, y por igual razón, que el matrimonio fué bien recibido por Stalin en el Kremlin y por los Roosevelt en la Casa Blanca. Incluso se dice que la relación entre Constancia y Eleanor pasó de lo meramente protocolario a lo amistoso, sostenido y profundo cuando la española se instaló en Estados Unidos, recién terminada nuestra guerra, para trabajar en favor de la República y de los exiliados en México. En esta labor la encontró la muerte el año 1950, en Guatemala, como luchadora infatigable según sus camaradas y beneficiados, o como fanática manipuladora según quienes no reunían tales cualidades.
Si Constancia de la Mora es un claro ejemplo de española roja, su hermana Marichu lo es de española azul, y ambas el mejor símbolo del desgarramiento español, público y notorio desde el mes de julio de 1936. Si Constancia murió joven, Marichu pasó de los noventa años. Si la comunista vivió como activa militante desde su ingreso en el PC, la falangista -sin renegar nunca de su filiación inicial- pasó a ejercer simples labores profesionales como periodista tras haber llevado a cabo una eficaz labor política en la Sección Femenina de la Falange durante la guerra 1936-1939 y después de ella, a las órdenes directas e inmediatas de Pilar Primo de Rivera en la Secretaría Nacional de dicha organización. Fundó y dirigió varias revistas de indudable interés político y feminista. Por último, un también interesante contraste: Constancia solo tuvo un hijo y fue con su primer marido, mientras que Marichu gozó incluso de nietos y bisnietos...
Termino ya. La historia de España es mucho más compleja e interesante de cómo la cuentan, interpretan y reviven los que pertenecen al gremio zapateril que no da puntada sin hilo... ¡Y cuanto se aprende de ella revisándola de frente, bien abiertos ambos ojos, sin prejuicios ni adversiones!
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4756
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