jueves 14 de agosto de 2008
¡Adiós Arturo!
Félix Arbolí
A RTURO era un personaje de novela picaresca. Un lazarillo de Tormes en versión moderna y sin el avaro ciego y déspota de la novela de marras, aunque a lo largo de su vida encontrara a muchos ciegos y palominos atontados que intentaban meterle un gol y al final se encontraban goleados en propia meta. Porque ese era su método intentar adelantarse en dar el golpe a todo el que pretendía abusar de su cesantía y falta de medios y asimismo a los que veía propicios para satisfacer sus carencias y caprichos. Cervantes, Quevedo, Mateo Alemán y otros autores de nuestra picaresca, hubieran encontrado un filón inagotable en su biografía. Su existencia fue un continuo batallar contra los imponderables. Vivía del cuento y de darle muchas vueltas a su magín para hallar un procedimiento que le permitiera pasar el día a día. Porque salvo el nombre y apellidos, no tenía nada. Su madre se hallaba en una residencia, según decían, por propia voluntad, y sus hermanas casadas y con descendientes, cercanas geográficamente aunque lejanas en sus apuros constantes. No, no eran culpables de nada, ya que este hombre aburría al propio Job en su incesante intento de inventar negocios que eran bicocas seguras, aunque lo único certero era que dejaba a su posible socio o protector sin plumas y cacareando y el negocio más hundido que el Titanic, ya que era hombre más soñador y fantástico que negociante espabilado y con éxito.
Fue un experto en el equilibrio y el más difícil todavía para poder sobrevivir a fuerza de practicarlo en días, meses y años. Y en este difícil tejemaneje sobrepasó los cincuenta años de edad, ignoro cuantos más, desarrollando una sorprendente astucia contra el reloj del tiempo y las innumerables dificultades que le salían a lo largo del camino. Porque Arturo, personaje muy popular y controvertido en el barrio y algunos lugares más de este Madrid laberíntico y depredador de pueblos vecinos, sabía utilizar la labia, el desparpajo y una habilidad especial para convencer y sacar tajada. En él si se cumplía el aserto de que el hombre es el único animal que tropieza varias veces con la misma piedra, ya que sus “víctimas voluntarias”, caían una y otra vez sin ser capaces de captar los avisos de que se trataba de “zona peligrosa”.
Desde que amanecía harto de dormir, hasta que anochecía cansado de trasnochar, su objetivo era encontrar esa presa fácil que aliviara sus problemas del momento. Algo, en apariencia, sencillo, aunque a veces bastante complicado, ya que se movía en un mundo de hienas donde a la menor vacilación o descuido podría ser devorado. No se hasta que grado llegó en sus estudios, porque no tuvimos ocasión de hablar sobre este tema en nuestros numerosos encuentros vecinales, pero en psicología vital, observar a las personas y hallar su punto más vulnerable, era sobresaliente “cum laude”.
Yo le conocía, trataba y apreciaba desde hace más de treinta años. Mi primera conexión con él no me fue afortunada. Esta es la verdad. Caí como un chorlito en su verborrea y fui víctima fácil para su propósito. Un resultado que no me impidió continuar con su amistad y repetir mis caídas en sus redes, ya que lo hacía con tal pericia y facilidad de convencer que uno confiaba en sus mentiras aún sabiendo que eran tales, esperando la llegada de un milagro, que nunca se produjo. En casa, a pesar de sus continuas barrabasadas, le apreciábamos y tolerábamos y nunca le retiramos nuestra amistad de buenos vecinos. El, lo sé y me consta, nos estimaba y respetaba mucho y vivía nuestros acontecimientos gozosos y dolorosos con auténtica sinceridad. También tuvo numerosos detalles que me demostraron el aprecio y la consideración que nos tenía. Era lo que se suele llamar un “caradura” simpático y marrullero, cuyos desatinos se contaban como chistes y sus faenas como males menores ya esperados. Tuvo buenos amigos,
que no todos se sintieron traicionados, enemigos enconados que han llegado con su odio más allá de la muerte y espectadores más o menos indiferentes de sus múltiples aventuras y desventuras donde pocas veces era él el perjudicado, aunque a la larga eran puertas que se le cerraban.
Excesivamente tímido, a pesar de su fama de desinhibido y falta de prejuicios, contaba a mi mujer como un acto de extremada cortesía y amistad, el hecho de que una vez fue a verme al ministerio y yo lo recibiera en mi despacho del juzgado y lo sentara a mi mesa para conversar. Otro caso al ser invitado a la boda de mi hijo José Luis y no atreverse a asistir a la cena posterior en el Meliá Castilla, al creer que desentonaba en el ambiente y no era así, ya que en ese aspecto fue un tío formidable y responsable que sabía estar, vestir y comportarse como el mejor. Desapareció de entre los invitados, lo estuvimos buscando y no lo encontramos. Al día siguiente nos expuso los motivos de su ausencia. Dentro de su particular manera de vivir tenía una especial forma de actuar ante los que él consideraba amigos de verdad y en ese apartado estábamos nosotros. Era servicial a tope en cuantas ocasiones lo precisábamos o sabía él que pudiéramos necesitarle. Ya fuese en el traslado de muebles, pintura de algo o reparaciones eléctricas y mecánicas donde era un experto. Sin otra recompensa que el ser útil al amigo.
Un hombre que tuvo mala suerte en la vida o si la tuvo no supo aprovecharla. El no se sentía feliz en ese continuo jeroglífico que le suponía el día a día. Su gran amor, su pasión y su preocupación porque no se sintiera ofendida era su madre. Era una mezcla de veneración, respeto y miedo. Sentía pánico que ella pudiera enterarse de sus trapicheos o que le fuesen contando sus andanzas. No he visto a un hombre con tal sensación de amor y temor hacía una madre. Una mujer sencilla, cómoda y poco mundana que, sabedora de la amistad, respeto e influencias que ejercíamos sobre su hijo, nos encargaba que lo metiéramos en vereda y le aconsejáramos en lo que debería hacer para evitarse complicaciones. Como si Maribel y yo, pudiéramos enderezar lo que desde su infancia estaba más inclinado que la famosa Torre de Pisa.
Cuando se enamoró y decidió unir su vida a la compañera con la que ha pasado los últimos años de su vida, me pidió que le escribiera una bonita dedicatoria a un regalo que iba a hacerle, para darle a entender su amor y sus futuras intenciones. Era una especie de tentativa a ver como estaba el patio. Así lo hice y por lo visto surtió el efecto apetecido. Con ella inició una nueva etapa en su vida más reposada y serena, aunque al no tener nada, tuvo que seguir brujuleando para subsistir. Ignoro como se llevaban al no ser asunto de mi incumbencia, pero contra todo pronóstico la cosa funcionó hasta el final. Últimamente, al fallarle unas tentativas de negocios de videos y hasta de frutos secos en el barrio y agotársele las posibilidades de seguir mamando de la vaca de sus “genialidades”, tuvieron que buscar trabajo para atender perentorias necesidades. Él solo pudo conseguir de distribuidor de un diario gratuito, que le hacía madrugar más de la cuenta para cobrar una mensualidad de risa y superar las horas laborales acordadas, sin la debida remuneración extra. Desesperado de su situación y la inutilidad de sus protestas, vino a verme para que le escribiera una carta reclamando lo que le debían. Tuve que investigar donde se hallaba la sede principal del diario en cuestión y hacer una reclamación contundente y razonada, como si la hubiera escrito él, haciéndoles ver las deficiencias de su delegación en Madrid, los abusos cometidos con los distribuidores y las horas extras que le debían y se hacían el sueco al reclamarlas en su lugar de trabajo. El había calculado algo más de cincuenta euros. Una semana más tarde se encontró a mi mujer y le dijo que la carta había surtido efecto y le adjuntaban un talón nominativo de cuatrocientos euros. Estaba muy feliz y le pagó hasta el desayuno, diciéndole que vendría a darme las gracias y celebrarlo. No lo hizo, ni tenía por qué. Yo le ayudé encantado esperando solucionarle el problema y me alegro que lo consiguiera. La carta, de todas formas, iba bien calculada y pensada cada palabra..
Fue uno de los pioneros del Rastro y gracias a él, encontraron oportunidad otros varios que hoy continúan con sus puestos. Él, por falta de pago al Ayuntamiento, perdió su autorización y se quedó sin ese medio para sacarse unas pesetas los domingos y festivos que quisiera. Por lo visto, según me contó Cari, su compañera, había encontrado un trabajo de cartería para este verano y tenía muchas probabilidades de que le dieran una ocupación más estable. Estaba muy ilusionado con esa posibilidad que por esos azares del destino le llegó demasiado tarde.
Yo pienso y quiero creer que no era malo y por ello siempre esperaba el milagro de su cambio. Por eso nunca dejé de ofrecerle mi amistad, comprensión, oportunidades y muestras de confianza que él no supo o no pudo corresponder. Me inclino a considerar que era un ser infeliz, solitario, maltratado por la vida y falto de ese amor entrañable y decisivo que todos hemos sentido en nuestra infancia y primeros años de adolescencia, porque me daba la impresión, oyéndole en sus momentos de confidencialidad, que no había gozado esas sensaciones con la frecuencia necesaria. Un sentimiento desconocido para él que le hubiera permitido vivir libre de sobresaltos, ofendidos cabreados y esa mala reputación generalizada que pudiera tener su fundamento, pero que posiblemente fuera un tanto exagerada, porque me niego a pensar que se tratara de un ser imposible de regenerar. Yo considero que todos deberíamos tener derecho a una mano tendida sincera y firme capaz de sacarnos de ese pozo sin fondo donde el azar, las incomprensiones y los avatares de la vida nos han hundido. El probablemente no tuvo su momento de gloria y estabilidad, porque solo pretendía medrar y pasar hojas del calendario. El mañana era una incógnita que no le preocupaba, solo el presente que todas las mañanas como si fuera un Miura le salía al encuentro en ese burladero donde se refugiaba y del que tenía que salir parta buscar lo necesario y algo más. Porque no era hombre austero y conformista. Le gustaba alternar, comer bien y excesivamente y tener lo suficiente en la cartera para ese “cubata” o la partidita de “mus” con la peña, en la que era muy difícil hacerle pasar por caja.
Su glotonería, legendaria y comentada, el excesivo uso del tabaco que no le permitía despegar el cigarrillo de sus labios, unos bastantes kilos de más que le había causado algunos achuchones y sustos y su estrés continuo por recorrer indemne este bosque lleno de alimañas, fueron la causa del infarto cerebral y su repetición y adiós definitivo cuando parecía que iba recuperándose. Gajes del oficio diría el castizo, una desafortunada y tremenda tragedia decimos los que le conocimos, tratamos y le apreciábamos.
La muerte nos hace más humanos y solidarios y los que ayer despotricaban y lo maldecían, hoy se sienten dolidos y lo conceptúan de forma más benévola Su ángel de la guarda, ese ser fantástico y maravilloso que dicen protege nuestros días y acompaña nuestras noches, habrá descansado su agotadora jornada con un pupilo semejante. Él hoy está muy por encima de todos nosotros porque es sabedor de la verdad y conoce lo que nos encontramos en el Más Allá. Ha desvelado uno de los mayores y más interesantes misterios de la historia de la Humanidad. A lo mejor donde está tiene más suerte, ya que no tendrá que emplear trucos, ni ingeniarse engaños, sino entregarse placidamente a esa paz que solo los que dejan sus miserias humanas son capaces de sentir y gozar. Treinta largos años de mi vida han quedado tocados por esa inesperada y sentida desaparición. Que Dios lo acoja en su seno.
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4780
jueves, agosto 14, 2008
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