miercoles 5 de marzo de 2008
Nueva etapa en la Iglesia española
LA Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal eligió ayer a monseñor Rouco Varela como presidente de los obispos españoles, mientras que su antecesor en el cargo, monseñor Blázquez, pasa ahora a ser vicepresidente. Las palabras del cardenal-arzobispo de Madrid en su primera declaración pública son muy significativas del espíritu que inspira su nuevo mandato: hablar de colaboración entre la Iglesia y la comunidad política en busca del bien común es un punto de partida muy positivo,aunque tal vez rompa los esquemas de quienes esperaban encontrar un pretexto en favor de sus propios prejuicios ideológicos. Rouco reiteró su vocación de servicio a los católicos españoles y recordó muy oportunamente que el presidente no es el «jefe» de los demás obispos, puesto que la única jerarquía en este caso corresponde al Papa Benedicto XVI. Hay que felicitarse de que los prelados hayan elegido a los más altos representantes de la Conferencia con plena autonomía y después de un riguroso debate y una votación muy igualada. El tiempo de la Iglesia se cuenta por siglos y cualquier operación oportunista para colocar etiquetas de «duro» o «moderado» a unos u otros obispos choca sin remedio contra la realidad de los hechos. Para empezar, monseñor Rouco ha presidido ya la Conferencia durante dos mandatos, dejando una impresión muy favorable por su buena gestión y sin que nadie le atribuyera entonces posiciones supuestamente radicales. El interés electoral del PSOE es la única razón que explica -aunque no justifica- la salida en tromba de ciertos ámbitos laicistas contra el acto en favor de la familia cristiana organizado por el Arzobispado de Madrid en la plaza de Colón el pasado 30 de diciembre. Cualquier excusa es buena cuando se buscan algunos votos extremistas, aunque sea a costa de crear problemas artificiales con la gran mayoría católica de nuestra sociedad y con la propia Iglesia, a la que la Constitución menciona específicamente en el artículo 16.3, por evidentes razones históricas, sociológicas y culturales.
La voz de la Iglesia es única y sin matices cuando hace referencia a las cuestiones nucleares en materia de fe y de moral. La defensa de la vida, de la familia y de una visión trascendente del ser humano configuran las señas de identidad comunes que la doctrina pontificia reitera una y otra vez para todos los creyentes. Por mucho que se pretenda amedrentar o imponer el silencio, los obispos españoles seguirán diciendo lo que estimen oportuno para ilustrar a la sociedad sobre las cuestiones que afectan a la conciencia y al bien común. La existencia de sensibilidades diferentes es normal y positiva en cualquier colectivo, y en este caso enriquece la perspectiva de la institución en un mundo complejo y pluralista. Es imprescindible distinguir entre la misión espiritual de la Iglesia y la relación cotidiana entre los católicos y las sociedades contemporáneas. Utilizar cualquier excusa para agredir los sentimientos arraigados de muchos millones de personas, o para inducir una división artificial entre los obispos, es una actitud inaceptable que Rodríguez Zapatero debería rechazar de forma tajante. En vez de eso, habla en sus mítines de «poner los puntos sobre las íes», y el programa electoral socialista apunta hacia una reforma de la ley de Libertad Religiosa, sin que falten voces que piden la revisión de los acuerdos Iglesia-Estado. Antes o después de las elecciones, recurrir a todo esto representa un error muy grave, impropio de cualquier político con sentido de la responsabilidad institucional que le corresponde
http://www.abc.es/20080305/opinion-editorial/nueva-etapa-iglesia-espanola_200803050250.html
miércoles, marzo 05, 2008
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