sábado, marzo 01, 2008

Hirtio Vernier, Cartas andaluzas

sabado 1 de marzo de 2008
ADELANTO EDITORIAL
Cartas andaluzas
Por Hirtio Vernier
De hirtiovernier@hotmail.com a jaweston55@hotmail.com. Una de las instituciones más consolidadas de Andalucía es la del funcionario. Buena parte de los españoles aspira a ser funcionario. Pero hay zonas donde ese ansia es mayor que en otras. En Andalucía las personas con alguna aspiración personal sueñan con ser funcionarios.

Hay una gran cantidad de gente que sueña en no hacer nada, también es cierto. Y también hay mucha gente que se deja el pellejo trabajando en el campo o en la fábrica. Son quienes con su sudor mantienen a los dos primeros grupos mencionados.

El problema es que los trabajadores aceptan con fatalidad (carácter del andaluz) ese estado de cosas, dando por sentado que unos deben esforzarse para que otros vivan bien. Antes, el sustrato social beneficiado eran los señoritos (...), ahora son los funcionarios, los parados de profesión y los políticos, con su cohorte de familiares, amiguetes y pelotilleros.

La mañana en que te levantes pensando en llevar a cabo tareas burocráticas, es mejor que te encomiendes a algún santo si eres católico; que leas el libro de Job, si eres anglicano, o que te armes del viejo estoicismo grecolatino, si perteneces al sector clarividente del ateísmo. Tienes grandes probabilidades de regresar a tu casa con el asunto pendiente en el mismo estado que presentaba cuando saliste, después de haber perdido horas y horas en colas interminables.

Como primera precaución, aparta de tu mente la idea de plantarte ante una ventanilla entre 10 y 11.30 de la mañana. Es lo que llaman "la hora del café" o "del desayuno". Se trata de una institución tan consolidada que aparece recogida en estatutos de trabajadores y funcionarios. En los países con otra concepción del trabajo, en las oficinas hay máquinas para reponer fuerzas en medio de la jornada laboral. Y al mediodía (al mediodía real y cierto, no al mediodía español) se da al personal una hora más o menos para que coma. Debido al extraño horario laboral español, totalmente irracional, la necesidad de ausentarse del puesto en el momento más útil de la jornada de trabajo se ha convertido en un derecho. Así que las dependencias oficiales están paradas durante ese período.

Tampoco se te ocurra aparecer a la hora en que oficialmente se abren las ventanillas. Raro es el caso en que veas al probo funcionario atendiendo a la hora que se anuncia en los carteles. Tampoco dejes pasar demasiado el tiempo, porque no cierran por la tarde, sino en torno a las dos.

Dentro del gremio, en cada oficina es importante la figura del imprescindible. Es el único funcionario con sentido del deber que existe en cada negociado o sección. Es habitual que bajo un mismo techo se presente un abigarrado panorama de personas escondidas tras montañas de papeles o, modernamente, de ordenadores. Hacen como si trabajaran; pero en realidad esta escenografía es engañosa. En ese grupo sólo hay una persona que lleva adelante (...) el trabajo de toda la oficina. Cuando esta persona se ausenta para tomar su desayuno, labor en la que tarda exclusivamente lo estipulado por la ley, o cuando está enferma o ha pedido permiso o está de vacaciones y no acude a su puesto, ninguna gestión tendrá éxito. Cualquier ciudadano que se presente en la ventanilla o acceda a las mesas, cuando pregunte sobre el asunto que se trae entre manos, siempre encontrará la misma respuesta de los compañeros del imprescindible: "Eso, a Menganito" o "Eso lo lleva Fulanita".

A estos hechos tienes que sumar otros de similar cariz. Por ejemplo, la mentalidad del funcionario no es que él está a tu servicio, que él vive gracias al dinero que a través de los impuestos uno le paga, sino al revés. El funcionario piensa que es el ciudadano quien es objeto de un favor y quien debe estar subordinado al ritmo de trabajo (llamémoslo así, piadosamente) del funcionario. Por tanto, debes aproximarte a su presencia con rostro humilde, cabeza baja, tono de voz rogatorio, aspecto sumiso y agradecer con rostro luminoso, cabeza alta, tono cantarín de voz y aspecto exultante su gestión, sea favorable o no, en el momento de abandonar ese salón del trono que conforman la mesa y el sillón en los que consume sus horas el funcionario.

(...) el funcionariado en los términos actuales no es más que el resultado de intentar solventar un problema que aquejaba a la sociedad española a partir del siglo XIX. La ampliación del Estado, con la aparición de las nuevas concepciones políticas emanadas de la Ilustración y de la Revolución Francesa en Europa, hizo necesaria la existencia de un cuerpo de empleados al servicio del Estado.

La primera forma de plantearse semejante labor se reflejó en lo que aquí se conocía como las cesantías. Durante el turbulento siglo XIX español, cada vez que un nuevo Gobierno o un nuevo régimen accedía al poder, una de sus primeras medidas era expulsar a todos los que habían trabajado para el anterior gobernante, desde el primer ministro hasta el último conserje. Tenía esta manera de actuar costes muy claros. Primero, la imposibilidad de tener gentes expertas y acostumbradas a las labores de la función pública, ya que nunca daba tiempo a que nadie se asentara en un puesto estable del que pudiera dominar los entresijos. Segundo, el clientelismo, que hacía al funcionario una pieza de maquinaria del gobernante de turno, no del Estado. Y tercero, este continuo ir y venir de trabajadores de los que dependían familias creaba un importante conflicto social.

La solución fue crear cuerpos de funcionarios de carrera que mediante unas oposiciones accedieran a un puesto de trabajo vitalicio. Estas características le aportarían una supuesta independencia.

Está claro que se trata de la teoría. En primer lugar, para que el funcionario se sienta trabajador del Estado, no del Gobierno, hace falta que este país tenga sentido de Estado, y para tener sentido de Estado hay que tenerlo previamente de nación. Tener sentido de nación es sentirse parte de un colectivo con idénticos intereses y acuerdos en principios básicos, unos principios que deberían basarse en una concepción ilustrada y democrática para la que el solicitante de un servicio es un ciudadano en plenitud de derechos y deberes.

Desgraciadamente, en España, y en Andalucía como parte importante de ella, toda esa retahíla de conceptos suena a ecos en ánfora vacía. Lo fundamental es que no hay sentido de Estado y, por tanto, de auténtico servicio público. De este modo, quien accede a la condición de funcionario no piensa en su trabajo como una labor social de ayuda a sus conciudadanos, sino como un privilegio que le mantendrá mejor o peor suministrado hasta el final de sus días. Los gobernantes, por su parte, no piensan en el funcionario como un personaje independiente que se limitará a ejecutar leal y honradamente sus órdenes, sino como un subordinado que debe estar dispuesto a saltarse las leyes y a maniobrar al antojo del jefe. Porque si los vasallos son malos, los señores son peores, pues conciben a los funcionarios como criados que deben obedecer a sus caprichos, sean o no conformes a la legalidad.

(...) en Andalucía ha tenido lugar un proceso que, como tantos otros, demuestra el carácter de sus gentes. En el momento de reconstruir el Estado tras la muerte del Dictador, la nueva Constitución elaboró un sistema de ordenación del territorio que dividió el país en comunidades autónomas. No voy a entrar en detalles. Se trataba, en pocas palabras, de dar autogestión a las regiones más díscolas, de modo que, en lo posible, se salvaguardara la unidad nacional y no se generaran agravios.

En Andalucía, tras un agitado proceso, al final los socialistas se hicieron con el poder en lo que iba a ser la futura estructura de la autonomía andaluza. En una maniobra astuta, desde el primer momento emplearon las necesidades burocráticas de la nueva administración como arma para crear un tejido clientelar que les asegurase el poder permanente. Y, para decir verdad, lo han conseguido.

Los ayuntamientos, las diputaciones (entidades cuya utilidad aún ignoro y que, supuestamente, se encargan de gestionar las provincias), la comunidad autónoma, en fin, todas las escalas de la burocracia en la región están ampliamente ocupadas por personas de nula capacitación laboral, cuyo mérito es, exclusivamente, hallarse vinculadas de algún modo al partido. De estas gentes dependen, a su vez, familiares que se sienten solidarios con el funcionario de turno. A fin de cuentas, son cientos de miles, tal vez millones de votos los que se tienen asegurados.

Un ejemplo de cuáles son las prioridades de la cúpula dirigente de este funcionariado es la campaña que están difundiendo, con el gasto añadido, para obligar a los funcionarios a hablar como los jefes consideran adecuado. Sabes que, ante la ausencia de ideas económicas en la izquierda, ésta sólo tiene como arma la ideología. Mientras que las buenas ideas económicas se manifiestan en bienestar y prosperidad materiales, las ideologías sin ideas económicas se manifiestan en la propaganda. Para demostrar que esta administración es muy progresista, se están gastando sus gestores dinero a espuertas para que en los textos oficiales por ningún lado sea evidente una discriminación de sexos a través del lenguaje. Pura retórica de un feminismo del que se apean cuando les interesa y que enarbolan como garrota para agredir a los que no opinan como ellos.

El español, a diferencia del inglés, posee una categoría gramatical llamada "género". Como ley lingüística, la tendencia a economizar recursos ha llevado al español a englobar dentro del género masculino al género femenino. Esto, que es algo natural y, por otra parte, inevitable (ya que las lenguas las hacen los hablantes, no los gobernantes), disgusta a los progresistas andaluces. Quieren que se hable y se escriba poniendo siempre juntos los masculinos y los femeninos cada vez que sea necesario recoger esos conceptos en algún texto. La consecuencia es que los documentos salen atiborrados de barras y de faltas de concordancia gramatical, ya que es antinatural que a un sujeto doble le correspondan adjetivos y participios dobles de acuerdo con las reglas de concordancia. Sírvate este ejemplo de la calidad intelectual de quienes gobiernan esta región y de la catadura política de sus ideólogos.

En suma, la burocracia andaluza es un monstruo ineficaz, corrupto y dilapidador del dinero público. Lejos de espantar a los andaluces, la mayoría (siempre hay sectores más conscientes de su calidad de ciudadanos) mira a esta costosa instalación más con envidia que con aversión. De este modo, las condiciones esenciales para el progreso material de los pueblos, como son la seguridad jurídica, la sencillez y eficacia en la gestión pública y la claridad en su actuación, resplandecen por su ausencia en estas tierras del sur de Europa.

Ve haciéndote a la idea de que con esto has de contar si pretendes asentarte aquí.

Un cordial saludo,

Hirtio


NOTA: Este texto es una versión editada de la "Carta 17" de CARTAS ANDALUZAS, de HIRTIO VERNIER, que acaba de publicar la editorial Akrón.


http://findesemana.libertaddigital.com/articulo.php/1276234376

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