lunes, agosto 11, 2008

Garcia Brera, La Paz, en las alturas de Bolivia

lunes 11 de agosto de 2008
La Paz, en las alturas de Bolivia

Miguel Ángel García Brera

F UNDADA por el cacereño Alonso de Mendoza, el 20 de octubre de 1548, con un primer emplazamiento en Laja, casi inmediatamente se pasó al actual, con el nombre de Chacra, debido a las extracciones auríferas que se realizaban en el río Choqueyapu, que significa chacra de oro. Luego pasó a ser Nuestra Señora de La Paz, en devota conmemoración del fin de la guerra entre Gonzalo Pizarro y Blasco Núñez Vela, primer Virrey de Perú. Más adelante, La actual capital fue, con la ciudad de Sucre, un bastión de la independencia. En ella, el día del Carmen del año 1809, Pedro Domingo Murillo, junto a otros líderes, formó una Junta Tuitiva, que lanzó el manifiesto de liberación.

La capital de Bolivia es una de las ciudades más originales que pueda visitarse. Situada a 3.640 metros sobre el nivel del mar, está conformada por zonas muy diferenciadas, una importante avenida periférica con distintos puntos en los que puede verse al fondo desde casi el aire, y otras avenidas hermosas, junto a numerosas calles estrechas que trepan por los cerros circundantes. De arriba a abajo hay diferencias notables en la altura, razón por la que los barrios residenciales se encuentran al Sur, separados por cañones profundos donde no se pasa de los 2.800 metros, y hay chalets y edificios de viviendas modernas, de alto costo, que contrastan con las del casco antiguo, donde todavía hay numerosos ejemplos coloniales. También en el Sur surgen los campos de golf, de tenis y la hípica. Además, poco a poco, el Sur ha pasado de barrio residencial, sin dejar de serlo, a segundo centro comercial y financiero de la ciudad.

Diré a propósito de la altura, que, tras desembarcar en el aeropuerto de El Alto, puede afectar con una especie de mareo, contra el que se recomienda el mate de coca y un cierto descanso inicial. Pienso, sin embargo, que la cuestión va muy ligada a la salud y contextura de cada cual, ya que en ninguna de mis dos visitas, sufrí mal de altura alguno, ni recurrí a la infusión de coca, que, sólo por curiosidad, he probado en dos ocasiones. La primera en La Paz, donde al tercer día de mi estancia me invitó a probarla mi antiguo y excelente amigo, el Magistrado Filiberto Montecinos, servida en un sobre como cualquier otra infusión y no le encontré sabor alguno, ni efecto comprobable. La segunda, en Copacabana, a orillas del Titicaca, también invitado por un amigo nuevo, pero no menos apreciado ya, el diplomático Nicolás Arduz. Esta vez la infusión consistió en un chorro de agua hirviendo directamente arrojado sobre la hoja verde de la coca depositada en un vaso de cerámica y, aunque el sabor tampoco era notable, apenas la probé, disgustado por el olor húmedo que el brebaje desprendía. La hoja de coca en Bolivia es mucho más que lo que yo pueda pensar sobre ella, y forma parte del entramado social, de la economía, de la salud y de la historia.

Desde el aeropuerto se desciende por la autopista que atraviesa el Norte de la ciudad y pasa por la zona más industrial, sobre todo en lo que se refiere a empresas de alimentación y, entre ellas, la casi mítica Cervecería Boliviana Nacional, que los guías te enseñan con orgullo. Enseguida se advierte que la ciudad es muy dinámica, con mucha gente en la calle. En su parte antigua, sobre todo, viene a ser un mercado universal, en que muchas son las gentes que venden algo, desde la aymará con su puestecito choclos o la rica empanada salteña en un rinconcito de la acera, pasando por los puestos de quita y pon, al aire libre, que ocupan calles enteras, uno tras otro, sólo a ciertas horas de la tarde, hasta los barracones donde se agolpan adosada decenas de tiendecitas de venta de textiles, comida, recuerdos y otras cosas, esperando sus dueños la construcción, ya comenzada, de un gran edificio o mercado general, cercano a la bellísima iglesia de San Francisco. Es difícil imaginar quién compra en La Paz, donde lo que más parece es que todos venden, ya sean patatas –con cientos de variedades-, fetos de animales disecados para los ritos, mejunjes de toda clase, figuritas de cerámica bellísimas, textiles indios, y cuanto se pueda imaginar. No digamos ya en la cercana ciudad de El Alto, que fue barrio de la capital, ocupado por la emigración de los campesinos, y, ahora independiente, tiene en sus límites las mejores vistas aéreas de La Paz y de los nevados que la circundan, muy particularmente el mítico Illimani. En el mercado de El Alto, un enorme “Rastro”, ocupando varias calles, se compra y se vende desde un submarino hasta una tuerca de difícil hallazgo, incluyendo la droga.

La Paz tiene, como tantas urbes hispanoamericanas, una Plaza de Armas, que honra a Pedro Domingo Murillo, cuya estatua preside un grupo escultórico en el centro, y también recuerda, en diversas placas, sobre los jardines, efemérides heroicas y muertes gloriosas. En julio de 1946, el presidente Villarroel fue derrocado y linchado allí por el pueblo; en mi primera visita, hará unos 40 años, vi. una inscripción que, más o menos, explicaba cómo había sido ahorcado en la farola que lo anunciaba. Esta vez he intentado verla de nuevo, pero creo que ha desaparecido tan ingrato recuerdo. La plaza está a cualquier hora llena de gente que pasa o pasea por ella o se sienta a la vera de los miles de palomas que la ocupan. Frente al monumento se alza la catedral, de estilo neoclásico, lindante con la tumba, escoltada por dos soldados, del Mariscal Andrés de Santa Cruz. Enfrente, al otro lado de la Plaza, está el Palacio de Gobierno, del que tuve ocasión de ver salir a Evo Morales y meterse en un coche de cristales obscuros; a un costado el edificio del Congreso Nacional, que alberga el Congreso y el Senado, muy cerca también de la Prefectura del Departamento de La Paz. La exhibición del carné de periodismo me dio amplio acceso a este grandioso edificio, cuyo interior, aparte de los elegantes salones de plenos y sesiones, -donde pude hacerme fotos de recuerdo con mi amigo Jorge Amonzabal, presidente del Club de Prensa Turística, incluso con la colaboración del guardia que lo custodiaba-, está muy compartimentado con paneles para albergar los modestos despachos de los legisladores y de sus ayudantes y secretarias.

En la plaza Murillo confluyen varias calles y, siguiendo unos pasos por la acera de la catedral se llega al encantador y didáctico Museo Nacional de Arte y más allá a la Alcaldía, al Banco Central de Bolivia y a uno de los teatros.

Entre los monumentos paceños se cuentan varios templos coloniales, como el de Santo Domingo, inicialmente barroco y reformado en neoclásico, el de San Pedro que tiene una buena colección de pintura cuzqueña, y otros, pero destaca la Iglesia y Convento de San Francisco, construida entre los siglos XVI y XVIII, muestra brillante del barroco mestizo. El atrio de la basílica menor de San Francisco, es hoy por hoy uno de los principales sitios de encuentro; junto a la adyacente Plaza de los Héroes, es el lugar de manifestación popular más utilizado. Las manifestaciones son muy frecuentes, sobre todo las instadas por la famosa Central Obrera Boliviana. Muy cercano el Mercado de los Brujos, ofrece sobre su calle empedrada todo tipo de remedios naturales y esotéricos, directamente recomendados por los curanderos indios que exponen sus remedios y filtros mágicos, extendidos delante de ellos, sobre las aceras, y no es infrecuente poder observar cómo realizan masajes y rehabilitaciones inmediatas a la vista de los transeúntes.

Otra Plaza importante es la Lucio Peréz Velasco, por donde pasa gran parte del tráfico, y sirve de nexo de unión entre los diferentes barrios con las que se comunica mediante sendas avenidas. La Avenida 16 de Julio, con otro nombre que tanto suena a los madrileños, El Prado, se adorna con jardines bien conservados; atraviesa el centro y es el punto más significativo en el aspecto comercial y financiero.

Las calles del centro están generalmente abarrotadas de autos, y las aceras de gentes, que, si tropiezan involuntariamente contigo, dada la masificación, te piden perdón con exquisita educación, que recuerda la que hubo en España bastantes años atrás; ahora perdida. También permanece la costumbre de santiguarse al pasar delante de una iglesia. Es muy llamativa la circulación de minibuses y “colectivos”, llenos de personas que se dirigen a distintos puntos. En su frontis llevan carteles impresos, o manuscritos, con la toponimia de los lugares a donde se dirigen y, además, un vocero va gritando el destino y ayudando a la gente que quiere subir en cualquier punto del trayecto.

En la considerada zona central de La Paz se sitúan dos interesantes barrios: El de San Jorge, donde se ubican los principales comercios, hoteles y muchas embajadas y discotecas, y Sopocachi, el más antiguo de los residenciales, donde se alza el Parque Mirador Montículo desde el que se divisa parte de la ciudad y una bella estampa del Illimani.

Otro barrio notable es el de San Pedro, uno de los más antiguos, situado en torno a la Plaza de Sucre, en la orilla derecha del río Choqueyapu. En este barrio se halla el famoso Mercado Rodríguez, uno de los más comerciales y antiguos.

Hay también una zona universitaria: la de Miraflores, separada del centro por el Parque Central Urbano, y unida al mismo por el Puente de las Américas y dos avenidas. Aparte de varias Universidades, alberga los principales centros hospitalarios de La Paz, incluida la importante Facultad de Medicina de la Universidad Mayor de San Andrés y el Estadio Hernando Siles.

De la intensa vida cultural que La Paz atesora dan cuenta el hecho de que se editen varios periódicos como: La Razón, El Diario, La Prensa, Jornada y El Alteño, Extra y Gente y varias otras publicaciones y revistas semanales. Existen 18 canales de televisión con oficinas en La Paz y hay dos empresas de televisión por cable y más de diez emisoras de radio. En todos los medios encontré colegas despiertos e interesados por conocer mi punto de vista sobre el turismo y sobre la actual situación política boliviana, que es un tanto confusa. En algunas incursiones por la oferta de las televisiones me encontré con el presidente Evo Morales en un acto de entrega de ambulancias en Santiago, y, en su discurso inacabable no cesó de recordar que el presidente español, su amigo Zapatero le había preguntado que ayuda deseaba y le había regalado 600 ambulancias.

Notable es el número de Universidades, que suman 17, aparte de la Militar y la Industrial, destacando la Mayor de San Andrés, en la que fui invitado a participar en un Seminario sobre el valor turístico del Lago Titicaca con una conferencia sobre la “Promoción turística a través del periodismo especializado”. La asistencia fue masiva. Abierta en 1830, la Universidad aludida es la más antigua de Bolivia después de la de San Francisco Xavier, en Sucre; y es la más grande del país. Entre los museos, muchos situados en la calle Jaén, galerías de arte y centros culturales de La Paz, citaré el Costumbrista, el Museo del Oro, con muestras precolombinas en oro y plata, el de Etnografía y Folklore, el Museo Casa de Murillo y el Nacional de Arqueología; aunque personalmente, como ya he anticipado, sentí un particular impacto positivo en el Museo Nacional de Arte.

Uno de los lugares más atractivos de la ciudad es el Parque Laikakota; un cerro que surge desde el cañón y cuya cima es un perfecto observatorio de gran parte de la urbe. Y especial mención merece, en las afueras, la visita el Valle de la Luna, cuyo recorrido, por efecto de la erosión, le hace uno pensar, que se halla ante el árido paisaje que vimos por televisión con ocasión del alunizaje de Neil Armstrong, en 1969.
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