jueves 7 de agosto de 2008
Amores dentro de un sobre
Félix Arbolí
H UBO una época de mi vida en la que las relaciones amistosas por correspondencia eran práctica habitual. Las direcciones se encontraban en algunas revistas, al igual que hoy se busca el sexo a través de Internet o anuncios en la prensa, aunque en algunos casos se intente camuflar como contactos amistosos. Hablo de los años en los que las relaciones hombre-mujer o viceversa, se hacían por el mutuo y nada torcido propósito de iniciar una amistad limpia y sincera que a lo máximo que se aspiraba era que culminara en algo más íntimo y sentimental. Procedimiento que hoy puede resultar arcaico y trasnochado ante la liberación de la juventud en normas y tabúes, que en muchos casos ha conseguido la pérdida de la ilusión y el encanto que ofrecía el empeño y la conquista. Lo que se ofrece con excesiva facilidad termina hartándonos y haciéndonos perder todo el interés. Este hastío ha provocado a veces una ambigüedad sexual con resultados en ocasiones fácilmente previsibles. No quiero pontificar en este punto, solo apuntar alguna de las conclusiones a las que puede llegar esta excesiva promiscuidad que puede ser tan sana como perniciosa. Ni la rígida moral de nuestros padres, ni la excesiva prodigalidad en que se educan a los hijos actuales.
En mis años juveniles para conseguir a una mujer, había que emplearse a fondo, armado de paciencia y sin rendirse al desaliento, porque sabíamos que no era empresa fácil. Los que andaban tras el “acoso” y “derribo” de una dama,- recalco lo de dama para diferenciarla de la profesional y uso expresiones taurinas para no tener que ser más descriptivo y descarado-, y la culminación de la faena en la cama o cualquier otro lugar más o menos oportuno, lo hacían como los “forzados” portugueses, a pecho descubierto y a base de quiebros, en este caso requiebros. La mayoría de las veces solo se obtenían aparatosos revolcones y todo quedaba en el intento.
Volviendo a mis principios, recuerdo que estuve escribiéndome con cinco chicas a la vez, con las que dada mi vehemencia y facilidad de enamorarme, pero enamorarme de verdad sin otras referencias, pronto llegué a considerarlas más que amigas. Pero aunque parezca raro, no había mentira en mis sentimientos para cada una de ellas. Yo debo tener en mis genes algún antepasado musulmán. Cada una tenía su lado bueno y hermoso que me llenaba como hombre y me chiflaba como enamorado compulsivo. Ellas me correspondían sin que llegaran a descubrir la existencia de las restantes competidoras. Pienso que posiblemente yo formara parte también del harem imaginario de algunas de ellas y compartiera protagonismo con otros amoríos epistolares.
Era un verdadero problema cada vez que las escribía para no cometer ningún error que dejara al descubierto mi “poligamia literaria”. Nos conocíamos por fotos. Yo les envié la auténtica, nunca me ha gustado aparentar lo que no soy, ni hacer uso de lo que la Naturaleza le ha otorgado a los demás en mi provecho. No se si ellas tuvieron el mismo proceder. Solo sé que dos si obraron con honradez ya que las conocí personalmente. Era normal que a los tres meses más o menos de iniciar nuestra relación epistolar yo empezara a lanzar andanadas amorosas y les dejara al descubierto unos sentimientos que ellas aceptaban y al tiempo compartían porque, aunque parezca raro, confiaban en mi sinceridad al exponérselos. Nunca me he planteado la posibilidad de que pueda existir amor hacia dos o más personas, sin que ninguna de ellas se sienta traicionada. En este aspecto, parece que pueda tener antecedentes mormónicos. En la realidad, fuera de los servicios del correo, no he practicado estas sensaciones, porque la vida me hizo comprender que cuando se quiere de verdad a una mujer o a un hombre, en el caso de ellas, la fidelidad no supone un sacrificio.
La que más profundamente me llegó fue Mariola, un nombre inventado para evitar que sus padres descubrieran nuestra relación epistolar. La correspondencia se hacía a través de una amiga. Residía en un bonito y tranquilo pueblo de Badajoz llamado Campanario, hasta donde me llegué a verla y pudimos pasar un fin de semana felices y enamorados. Lógicamente mi presencia en el pueblo y nuestras amarteladas salidas al cine, paseo y campo, despertaron la atención de los vecinos y de sus padres y familiares, que figuraban en la escala social y económica más alta de la comarca. A mi regreso, me escribió que sus padres habían montado en cólera y habían decidido suspender nuestra correspondencia hasta cerciorarse de quien era yo y a qué clase de familia pertenecía. Entonces estaban muy enraizadas estas circunstancias y tuve experiencias en este sentido a causa de las severas exigencias de mi madre hacía las que podrían compartir mi vida y entrar en la familia. Hoy se consideran más .importantes los méritos personales que los antecedentes familiares, lo cual me parece más correcto y adecuado. Siempre he sentido una gran admiración por el que ha logrado escalar la cumbre a base de sacrificios y esfuerzos exclusivamente. En este aspecto siempre me ha sorprendido gratamente Jesús Hermida, mi antiguo redactor jefe de “ Gaceta Ilustrada”, donde yo colaboraba asiduamente, cuando manifestaba con orgullo ser hijo de pescadores onubenses. Una confesión que muchos otros y con menos méritos personales, son incapaces de hacer. A veces considero un fracaso imperdonable de mi parte, descender de una importante familia y no haber sabido escalar ni tan siquiera el Pico Aneto. El sí tiene méritos para sentirse orgulloso.
La intromisión en mi intimidad personal y familiar, que luego como padre consideré lógica y normal, no me hizo mucha gracia. Lo más curioso es que fui a ver a unos familiares suyos que eran jefes de Marina y me avisaron que querían conocerme. Yo entonces acababa de ingresar por oposición en el ministerio. Según me contó ella posteriormente les había causado una impresión inmejorable y debido a su informe los padres aceptaban nuestra relación. No alteró en nada mi enojo ante ese examen y ya no puse el mismo entusiasmo en nuestra correspondencia, hasta acabar suspendiendo nuestras relaciones. Un acto de orgullo tonto e inoportuno. Ahora me duele y avergüenza el tremendo disgusto que le causé y sus inútiles protestas ante mi determinación. Se que estaba muy enamorada y mi ruptura le debió doler bastante. No volví a saber nada más de esa chiquilla morena, graciosa, guapetona y llena de encanto y alegría cuyas cartas esperaba con verdadera ilusión e interés porque suponían una inyección de optimismo en mis años de pensiones y soledades. Muchas veces he pensado cual hubiera sido el rumbo de mi vida si hubiésemos continuado nuestro amor con las debidas bendiciones familiares por ambos lados, ya que estaba seguro de que ese encanto de criatura hubiese gozado plenamente de las exigencias de mi madre.
Otra de mis novias por correspondencia fue una francesa llamada Maria José. Era hija del Prefecto de Policía en un distrito del sur de Francia. Una chica moderna, muy guapa, estilizada y con una cultura sorprendente para una joven en aquella época. Cierta tarde me llama por teléfono a la pensión el director del Liceo Francés, para avisarme de que Maria José había llegado a Madrid para pasar unos días y quería verme. Nos conocimos personalmente esa misma tarde y después de oír las recomendaciones que me hizo el director del Liceo, amigo de su familia, no nos separamos el uno de la otra nada más que para dormir y en mis horas de trabajo. Acostumbraba yo a asistir a unas tertulias nocturnas en el café Comercial donde se daban cita Mingote y su entonces novia, Mario Antolín y su también futura y ex Maria Fernanda D´Ocón, Jesús Puente, Rafael Azcona, Jesús Fragoso del Toro, el popular periodista deportivo que era conocido por “Chuchi” y su encantadora esposa Luisina, el matrimonio que más años se llevó el Premio de Natalidad que concedía Franco a las familias más numerosas, ( ellos llegaron a los diecinueve hijos), y otras figuras que ahora no recuerdo. A esas reuniones donde se comentaba todo desde la llegada al poder de Fidel Castro, al que le augurábamos escasos años de gobierno, (como adivinos no teníamos futuro), la sorprendente elección de Juan XXIII, al que llamábamos el Papa quiniela, por las esquís y los unos de su nombre pontificio y hasta los avatares políticos del momento en plan secretísimo y con opiniones diversas, pero nunca en tonos airados, llevé yo algunas noches a Maria José, que causó una excelente impresión entre los tertulianos. .
Equivocadamente, creyendo que le hacía un favor, porque las mujeres francesas y suecas, primeras visitantes turísticas a nuestro país, tenían fama de libertinas y lanzadas respecto al sexo, hicimos el amor y me excedí en el cometido sin darme cuenta de que terminado el primer acto placenteramente, no debí continuar ya que la estaba haciendo llorar. Luego me enteré de que había tenido una desventura amorosa muy fuerte y traumática, que fue el motivo de su viaje a España. Asoció mi repetitivo acto a la ausencia de amor y a un mero impulso sexual y eso le dolió profundamente hasta no querer verme más a pesar de mi insistencia. Jamás me he perdonado esta manera de amar a una mujer que estaba necesitada de ternura, comprensión y románticas atenciones y yo le ofrecí lo que para ella era afrentosa lujuria al creer que las turistas, según versión de los enteradillos de la época, venían buscando al macho ibérico y la fogosidad del español.
Otra era de Bañolas y se llamaba Rosa, aunque no llegamos más allá de una mera correspondencia amistosa. Era una chica preciosa, simpática y muy seria en su forma de pensar. Hubo incluso una norteamericana que se llamaba Alice. Era católica y me obsequiaba con algunos de los trabajos realizados por los indios en las misiones. Me sirvió para practicar la lengua de Shakespeare, y por el tiempo y la distancia terminaron nuestras cartas. Aún recuerdo nombre, apellido, domicilio y número postal incluido, el 9747, además del pueblo “Blue Ash” y el estado que era Ohio. Me figuro que si continua en el mundo de los vivos será una rolliza y rubia abuela de las que figuran en las películas americanas, porque de joven apuntaba a esas características.
Una vida ya cargadita en años da para muchos recuerdos y a veces es bueno traerlos a la memoria y hasta pensar qué habría sido de mi vida si el destino llamado Maribel no se hubiera cruzado en mi camino. Hoy resultan impensables estas aventuras porque el hombre y la mujer en gran parte, han perdido el sentido romántico de la vida y consideran una pérdida de tiempo estos episodios que entonces llenaban y daban contenido a nuestra existencia. Buenos o malos, me dejaron una huella que ni los años, ni el destino, han logrado borrar del todo.
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4771
jueves, agosto 07, 2008
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