viernes 3 de septiembre de 2010
La falsa muerte del conservadurismo
En el 2008 los liberales proclamaron el colapso del reaganismo.
Dos años después la idea de un gobierno limitado vuelve a estar de moda.
PETER BERKOWITZ
El mes de agosto del año pasado dejó pocas dudas de que se había producido un renacer del conservadurismo. Los electores abarrotaron las reuniones en las municipalidades de todo el país para confrontar a los senadores y representantes demócratas que estaban mal preparados para explicar por qué, en momentos de una histórica recesión económica y un desempleo del 10%, el presidente Obama y su partido seguían aferrados a una costosa legislación sobre el sistema de salud en lugar de frenar el gasto, recortar el déficit y alentar el crecimiento económico.
Sin embargo, no quedó dilucidada la cuestión de si ese renacer sería permanente. Un año después y pese a la constante declinación de los demócratas en las encuestas y al creciente impulso electoral que podría producir una mayoría republicana en la Cámara y un viraje sustancial en el Senado, la cuestión sigue abierta.
El sostenimiento del renacer depende de la capacidad de los líderes y candidatos republicanos de aprovechar el extraordinario aumento de la oposición popular al progresismo agresivo de Obama. Nuestra tradición constitucional cuenta con principios imperecederos que deberían guiarlos.
A finales del 2008 y comienzos del 2009, después del ascenso meteórico de Obama, la idea de que el conservadurismo renacería en el verano del 2009 le hubiera parecido a los desmoralizados republicanos demasiado buena para ser verdad. Las personalidades importantes de la izquierda la hubieran considerado descabellada.
Durante el 2008 y 2009 proliferaron los artículos que anunciaban la muerte del conservadurismo. George Packer reportó “el colapso total del proyecto de cuatro décadas que llevó al poder al conservadurismo en Estados Unidos”..E.J. Dionne proclamó “el fin de la era conservadora”. Sa, Tanenhaus señaló: “el movimiento conservador está agotado y posiblemente muerto”.
Packer, Dionne y Tanenhaus subestimaron lo que acertadamente destaca la tradicn conservadora: lo muy impredecibles que son los asuntos humanos. Y, lo que es más importante, no lograron captar los imperativos que se desprenden de los principios conservadores en Estados Unidos ni el alcance de las tareas ligadas a la preservación de la libertad.
A los progresistas les gusta creer que la misión del conservadurismo es exclusivamente negativa: resistir la tendencia centralizadora y expansionista del gobierno democrático. Pero esta no es más que una parte importante de esa misión. Los progresistas sólo ven en esto la indiferencia despiadada a la desigualdad y el infortunio, pero es esta una lectura equivocada.
De lo que sí se ocupa el conservadurismo es de hacer la pregunta que las promesas progresistas obvian: ¿A qué costo? Con posterioridad a la crisis económica global del 2008, las democracias liberales occidentales se han visto cada vez más obligadas a aceptar su propensión a vivir más allá de sus medios.
Los conservadores siempre han insistido en que el dinero no crece en los árboles, en que hay que pagar por los programas gubernamentales y en que prometer beneficios excesivos es irresponsable e injusto y, a largo plazo, amenaza el mantenimiento de las instituciones libres.
Pero los conservadores también combaten la expansión y centralización del gobierno porque puede socavar las virtudes de las que depende una sociedad libre. El gobierno excesivo tiende a desplazar el autogobierno; genera ciudadanos indolentes, egoístas y de miras estrechas, priva a los individuos de oportunidades para manejar sus vidas privadas y los desanima a cooperar con sus conciudadanos en la gobernación de sus vecindarios, pueblos, ciudades y estados.
Los progresistas no son los únicos que no entienden las facetas múltiples de la misión conservadora. Tampoco los conservadores las han entendido siempre.
En 2010 —en un país como Estados Unidos donde durante mucho tiempo el New Deal de Roosevelt formó parte del tejido de nuestras vidas— los conservadores no se pueden dedicar exclusivamente a limitar el crecimiento del gobierno. Este debe desprenderse eficazmente de las responsabilidades que asumió desde la fundación de la república, pero también de las que ha ido adquiriendo a lo largo de más de dos siglos de cambio social, político y tecnológico.
Estas responsabilidades incluyen poner a la gente a trabajar, reactivar la economía y crear alternativas al plan de salud pública de Obama —conocido como ObamaCare— que permitan al gobierno federal cooperar con los gobiernos de los estados y el sector privado para proveer una atención médica asequible y de calidad.
Un conservadurismo reflexivo en Estados Unidos —requisito indispensable de un conservadurismo sostenible— deberá reconocer también que la libertad, la democracia y los mercados libres que aspira a conservar también tienen efectos desestabilizadores. Pese a todas sus bendiciones, ellos perturban el orden, la virtud y la tradición, elementos todos que deben cultivarse si la libertad ha de emplearse debidamente.
Señalar esto no equivale, como piensan algunos progresistas hábiles, a descubrir una contradicción fatal en el corazón del conservadurismo moderno. Todo lo contrario. Implica comenzar a reconocer la complejidad de la misión conservadora en una sociedad libre.
Lo cierto es que, en primera instancia, la reflexión a partir de principios conservadores no fue la inspiradora del actual renacimiento conservador.
El crédito por galvanizar a la gente común y volver a situar la libertad individual y el gobierno limitado en el programa nacional se debe sobre todo al presidente Obama, a la presidenta de la Cámara, Nancy Pelosi, y a Harry Reid, líder de la mayoría en el Senado. Su irresponsable aspiración a una transformación progresista insufló vigor a un espíritu conservador moribundo, del mismo modo que en 1993 y 1994 el excesivamente ambicioso plan de atención médica de los Clinton desató un levantamiento popular que se tradujo en la conquista del Congreso por los republicanos.
La revolución de Gingrich fracasó en parte porque los congresistas republicanos entendieron equivocadamente un mandato popular de moderación como licencia para realizar cambios radicales, y en parte también porque fueron tolerantes y corruptos en los pasillos del poder.
Quizás esta época sea diferente. Nuestra fiesta al margen de la historia ha terminado. El país enfrenta amenazas —la expansión de un gobierno catastrófico en el país y un extremismo islámico transnacional— que despierta los instintos conservadores y concentra la mente conservadora
Peter Berkowitz es miembro de la Hoover Institution de la Universidad de Stanford
Artículo tomado del WSJ y ligeramente resumido.
http://www.neoliberalismo.com/falsa-muerte.htm
viernes, septiembre 03, 2010
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