sabado 25 de septiembre de 2010
Miedo, cobardía y anticristianismo propician la invasión islámica
Ismael Medina
L A decisión del gobierno francés de devolver a su país a los gitanos de Rumanía, establecidos ilegalmente en áreas suburbiales de muchas ciudades, no sólo provoca reacciones enconadas. Ha sacado a la luz la mierda ideológica que aherroja a gran parte de la izquierda. También a sectores que se dicen liberalistas y conservadores, igualmente atrapados en la tela de araña desplegada por el NOM para diluir la capacidad defensiva de los pueblos frente a su estrategia esclavista de dominio mundial.
La primera cuestión a esclarecer, pese a ser la menos trascendente, estriba en que la normativa de la Unión Europea reconoce excepciones a la libertad de circulación en su seno: la irregularidad de los inmigrantes asentados y su resistencia a la integración en los países de acogida, así como la seguridad pública en el interior de las naciones que la componen. Son precisamente los supuestos aplicados por el gobierno francés y que respalda la mayoría de los europeos. Quienes los vulneran son paradójicamente el presidente de la Comisión Europea, Barroso, la comisaria Viviana Reding y un amplio sector de los aposentados en el Parlamento de Estraburgo, dorado retiro que los partidos reservan en sus naciones a los que no les son útiles o les estorban.
Tampoco la Declaración Universal de los Derechos Humanos avala una tolerancia ilimitada a las corrientes migratorias irregulares que perturben la estabilidad y seguridad de las naciones de acogida. De ahí la controversia en los Estados Unidos de Norteamérica entre los estados limítrofes con Méjico, sobre todo, y el actual inquilino de la Casa Blanca, fiel subordinado al NOM.
La segunda cuestión a dilucidar es de mayor profundidad. Bajo la tapadera de los problemas creados por los gitanos invadientes, conocidos como rumaníes, hierve en la olla el más alarmante de la inmigración islámica, frente a la que son cada vez más perceptibles las reacciones en las sociedades europeas y a las que difícilmente pueden sustraerse sus gobiernos.
RACISTAS SON LOS QUE SE RESISTEN A LA INTEGRACIÓN
SARKOZY es acusado airadamente de racista y xenófobo desde los cuarteles de invierno de la progresía política, intelectual y mediática. Descalificaciones tópicas, ancladas en mitos trasnochados, tan ayunas de consistencia como las de extrema derecha o extrema izquierda por su mero emplazamiento en el equívoco despliegue de los partidos a un lado u otro de un hipotético centro. Pero sucede en realidad que muchos socialistas e incluso comunistas de filas se suman a las opciones políticas de la presunta extrema derecha. Ya sucedió cuando Le Pen consiguió amplios respaldos electorales por las mismas causas. Si el problema no se afrontó con la eficacia debida y, además, ha engordado, nada puede sorprender que en casi todos los países europeos surjan opciones contrarias al oleaje migratorio a las que se otorgan posibilidades electorales y representación parlamentaria. Se benefician de un caldo de cultivo social en expansión. Incluso en la muy estable sociedad sueca esa presunta extrema derecha ha conseguido un buen puñado de escaños en las elecciones generales del pasado domingo.
De acuerdo con la moderna sociología, y sin entrar en mayores disquisiciones científicas o técnicas, el racismo podría definirse como la acumulación de prejuicios de un grupo humano que le impelen a encerrarse en sí mismo, a la cosificación de sus mitos y al rechazo de la sociedad en que se enquistan con agresividad defensiva. Parece evidente desde esta perspectiva que las racistas son realmente esas minorías, a veces no tanto, las cuales se resisten a la integración y pretenden mantener a ultranza sus propios esquemas, antropológicos, étnicos y hasta meramente folklóricos. Y en no pocas ocasiones mediante el recurso a la violencia, como hoy sucede con el islamismo. Una forma inequívoca de fanático racismo éste, a la vez religioso y político. Pero sin asideros de pureza étnica.
MULTICURALISMO Y PLURALISMO
EL multiculturalismo sirve marco de referencia a los defensores del respeto a ultranza de las peculiaridades de esos grupos que se aíslan del conjunto de una sociedad históricamente asentada. Un concepto muy de moda, pero tan elástico y deformable como la goma de mascar. Sus interpretaciones son múltiples y por lo general voluntaristas. Lo mismo sirven para encuadrar la compatibilidad de diferentes formas presuntamente culturales en un determinado conjunto humano que para garantizar un estatuto de igualdad a sus componentes. O a sobredimensionar las particularidades de los grupos con vocación de aislamiento, propensión ésta que prevalece, como apunté, en una progresía occidental que todavía no ha asumido la muerte del socialismo por consunción intelectual, política e histórica.
¿Pero a qué concepto de cultura nos atemos para afrontar la cuestión en sus justos términos? Las opciones teóricas y sus aplicaciones prácticas suelen ser tan variadas como variables. Sería pretencioso un recorrido por las diversas teorías que han aflorado sobre el concepto de cultura desde Voltaire a nuestros días y su muy diverso entendimiento en unas u otras naciones. Nada de extraño tiene que los teóricos del método comparativo para precisar la existencia de culturas específicas en razón de sus diferencias haya acuñado el término “relativismo cultural”, difícilmente separable del relativismo materialista aventado por el iluminismo, el cual impregnó las revoluciones norteamericana y francesa, amén de sus derivaciones totalitarias de entraña socialista, marxistas o no.
Puede resultar paradójico para algunos que el NOM propugne por un lado la exaltación de las consideradas culturas minoritarias y aherrojadas, al tiempo que lleva adelante una consistente estrategia ideológica uniformadora que asfixia la natural tendencia humana a la organicidad y los fundamentos de la libertad personal entrañada en el cristianismo. La perenne historia del dividir para vencer e imponer el modelo del poderoso.
Se habla y escribe mucho de multiculturalismo para encubrir la verdadera naturaleza del relativismo cultural. Uno de tantos desfondamientos del lenguaje encaminados a adulterar los conceptos robustos de unas y otras lenguas. ¿Pero cómo sostener la coexistencia de culturas múltiples cuando ni tan siquiera hay acuerdo en lo que es la cultura, y tampoco en su equivalencia o no con civilización? Mera y artera sustitución del concepto de pluralismo. Sucede, sin embargo, que la pluralidad es multifacética en el seno de los procesos asociativos de cualesquiera sociedades en los que prima, o debería prevalecer, la libertad personal de opciones. La cual se asienta, asimismo, en la instintiva inclinación del ser humano hacia la organicidad del cosmos en el que habita. Del ser de la persona en cuanto tal hacia la universalidad, fundamento del catolicismo. De ahí que el relativismo materialista oponga internacionalismo a universalismo.
A diferencia del engañabobos del multiculturalismo, el pluralismo requiere que el vivir con de unos y otros exija su integración en una empresa creativa y de progreso a realizar en común, la cual no coarta el respecto a las peculiaridades individuales o de grupo. Pero el sistema chirría cuando la voluntad de integración no se da. Y al igual que sucede en el cuerpo humano al ser invadido por una infección, irrumpen en su defensa los anticuerpos y es indispensable la aplicación de los correctivos adecuados. Ese es el problema suscitado por la invasión de los gitanos de origen rumano, una infección cuyo tratamiento polémico desde una progresía trasnochada al servicio del NOM desvía la atención pública, siquiera sea temporalmente, de otra de muy superior calado y posible desenlace mortal como es el islámico.
EL RIESGO MORTAL DERIVADO DEL MIEDO Y LA COBARDÍA
HAY algo más inquietante que el desvarío político de la Alianza de Civilizaciones bajo cuyo paraguas protector la invasión musulmana se mueve como el pez en el agua. Y que la mansedumbre falsamente humanitaria de la progresía adscrita a los dictados del NOM. Me refiero al miedo. A la pasividad amedrentada de la sociedad frente a las reacciones violentas de un islamismo recrecido, las cuales llegan incluso al asesinato de aquellos por quienes se sienten ofendidos en lo que afecta a su fanatismo político-religioso. No admiten los islamistas la más leve crítica, por fundamentada que esté. Alá es sagrado e intocable. El Corán también. Y los nombres de sus lugares sagrados, amén de sus ritos o sus represiones respecto a la mujer, convertida en mero objeto de satisfacción sexual y de total servidumbre doméstica.
No considero necesario enunciar el catálogo de los que viven escondidos y bajo protección a causa de las amenazas de muerte islámicas, algunas consumadas. Ni de las reiteradas e impunes afrentas a lo que es común, no solo en lo religioso, a las sociedades en que el islamismo se infiltra como mancha de aceite. Pero sirve de referencia respecto de la cobardía ante la prepotencia islámica el suceso, en apariencia anecdótico, del establecimiento denominado La Meca. Se ha visto forzado a cambiar de nombre y a gastar un dineral en remodelar su fachada y su minarete ante la amenaza islámica de destruirlo. Los dueños eran conscientes de que la amenaza iba en serio. Pero también de que no contaban con la protección del Estado, a cuyas fuerzas policiales debía corresponder localizar a los autores de la amenaza, detenerlos y ponerlos a disposición de la Justicia. Aún en este supuesto cabe la duda de si el fiscal al que correspondiera el caso no se inhibiría mediante argumentaciones maniqueas al uso. Tampoco se registró la reacción social que habría sido razonable. El miedo y la cobardía han echado raíces.
Si un musulmán es agredido o muerto, aunque se trate de una reyerta ajena al problema étnico-religioso, el agresor será tachado de neo-nazi, la noticia acaparará la atención mediática y los pronunciamientos condenatorios serán múltiples. Pero mientras tales sucesos son aislados, cada día son perseguidos, torturados y asesinados obispos, sacerdotes, misioneros y seglares, a veces masivamente, en países islámicos o de alguna religión hinduista. También en el Vietnam o la China comunistas. Salvo casos excepcionales hay que buscar esa información en agencias católicas de noticias. Las democracias occidentales y sus ramales mediáticos parecen insensibles a la persecución y martirio de cristianos. Pero sí lo son cuando alguien roza el estatuto privilegiado y no reglado del extremismo islámico. Maniqueísmo, miedo y cobardía componen los ingredientes de la vocación suicida que signó el tramo final de decadencia de los ciclos de civilización. ¿Habremos de dar finalmente la razón a la premonición de Spengler en su denostado ensayo “La decadencia de Occidente”?.
Comienzan a emerger en Europa, no sólo la burocrática de la UE, brotes más o menos consistentes de reacción frente a la invasión y la prepotencia islámicas, de inmediato descalificados como de extrema derecha, racistas y xenófobos. Ya lo anote anteriormente. Parecen olvidarse, sin embargo, las violentas insurgencias que se registraron en los guetos islámicos de París y otras ciudades francesas, así como en Berlín y otros lugares, justificadas de inmediato como reacciones sociales derivadas del paro y la miseria que las afligía. ¿Y acaso no hacen frente a parejas o mayores carencias masas laborales de los países invadidos por el oleaje islámico? El imperativo de lo “políticamente correcto” les limita y cohíbe la posibilidad de una rebelión activa y callejera. La adscripción de su voto a los partidos tachados de extrema derecha se ha convertido en su única vía de escape. Es la causa de que crezcan. Y seguirán creciendo en tanto los gobiernos no se decidan a una enérgica política de defensa de la integridad de sus pueblos. Hasta ahora no han ido más allá, y no todos, de balbuceos, como la prohibición del burka u otras prendas femeninas de ocultación en espacios públicos.
RODRÍGUEZ HA ENTREGADO ESPAÑA AL ISLAMISMO
¿Y España? En nuestra cuarteada España el problema es harto más grave en sus dos vertientes: la amenaza y la reacción frente a la amenaza. Con la singularidad añadida respecto de otras naciones que el gobierno Rodríguez apuesta de manera resuelta y obsesiva por la cohabitación con el islamismo y un radical ateismo anticatólico. Se pliega sin reservas a la estrategia disolvente del NOM, mimetiza a Obama con fervor de doctrino y se cree llamado a cambiar el mundo. Un enfermo mental, un paranoico al que satisface sobre todo mirarse con aire triunfal en el espejo de las fotografías con personajes extranjeros, las cuales busca con denuedo sin reparar en el pago que España y su soberanía habrán de pagar por ese momento, para él estelar e historico.
La legalización masiva de inmigrantes a despecho de las necesidades objetivas de mano de obra perseguía procurar al P(SOE) una masa añadida de votos agradecidos en las elecciones municipales. Motivo por el cual se reconoció el derecho al voto a los extranjeros que tuvieran el estatuto de residentes. Pero no paró ahí el enjuague. Se concedió con igual criterio la nacionalidad a miles y miles de legalizados a toda prisa. La condición de españoles, por muy pocos sentida en el ámbito islamista, llevaba consigo el derecho de voto en las elecciones autonómicas y en las generales.
No ha tardado mucho en comparecer en escena el PRUNE (Partido Renacimiento y Unión de España), promovido en Granada por el musulmán Mustafá Balkach el Aamarani, de 45 años y nacido en Tánger. La denominación de este partido esconde a duras penas en sus tripas la identificación con el sueño islámico de Al Andalus. Aarami sostiene que defiende principios como la justicia, la igualdad, la solidaridad y la libertad. Pero siempre desde “la consideración del Islam como fuente de esos principios”. No persigue el renacimiento de España como nación soberana, sino el de una España islamizada. Y desde ese mismo punto de partida, la Unión de España en su denominación sólo cabe entenderla en clave islámica. Existen también elementos de juicio suficientes respecto a la estrecha vinculación del PRUNE con Marruecos. La conocen de sobra el CNI, Rubalcaba y Rodríguez.
¿Cuántos son los musulmanes, en su mayoría marroquíes, a los que se ha reconocido la nacionalidad española? Desconozco el dato. No habré sabido encontrarlo o se oculta para no alarmar prematuramente. Podría admitirse, de dar crédito a algunos analistas, que el PRUNE llegara a obtener mejores resultados electorales que, por ejemplo, el partido de Rosa Díez.
TAMBIÉN TRAICIONAN QUIENES DIFICULTAN LA CREACIÓN DE UN FRENTE UNITARIO DE REBELDÍA
¿Y la reacción frente a la situación extrema a que nos conducen las traiciones del megalómano e indigente mental que tiene en sus manos los resortes de poder del Estado? Ya he dicho que lo mismo respecto de la destrucción interna de la cohesión territorial e institucional del Estado, la descomposición mortal de la sociedad o la invasión islámica surgen aquí y allá reactivos grupos minoritarios. Pero a diferencia de lo que ocurre en otras naciones carecen de alguien con personalidad y decisión que los aglutine. Cada uno de ellos, en realidad quienes los encabezan, se creen en posesión dogmática de la verdad y repudian a los otros. Ni tan siquiera daría resultado reunir a sus cabecillas a puerta cerrada para que dirimieran sus diferencias, aunque terminaran a bofetadas. No hay posibilidad de catarsis en tanto no surja una personalidad atractiva y con las ideas claras que deje a estos enfatuados cabecillas ayunos de seguidores.
No se me oculta que estas últimas consideraciones herirán la sensibilidad de más de uno de mis lectores. Pero a la altura de mi edad, de mi experiencia y de mi amor a España no escribo para desparramar halagos, sino para cantar las verdades del barquero. Sólo persigo despertar en las conciencias de quienes me siguen la trágica realidad a que nos enfrentamos, mucho más ominosa que la económica, utilizada de pantalla para ocultar la que de verdad debería importarnos. Si somos conscientes de que estamos en manos de un traidor redomado y de sus muñequitas y muñequitos, no cabe otra opción digna que un frente común de rebeldía a ultranza y con todas sus consecuencias.
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1 comentario:
ismael medina, un legado contra el nom
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