martes, septiembre 07, 2010

El gobierno más irresponsable fiscalmente en la historia de Estados Unidos

miercoles 8 de septiembre de 2010

El gobierno más irresponsable fiscalmente en la historia de Estados Unidos.

Las tendencias actuales del presupuesto federal son capaces de destruir este país.

Mortimer B. Zuckerman

Hay una conclusión instintiva en el público norteamericano de que el paquete de estímulos del presidente Obama no ha creado una recuperación sostenida. El desempleo ha aumentado en lugar de disminuir; los consumidores se han atrincherado; el comienzo de construcción de viviendas se colapsa junto con las solicitudes de hipoteca; y hay temor de que una depresión de dobles dígitos esté en camino La percepción pública, reflejada en las encuestas de Pew Research/National Polls del Journal, es que las medidas para combatir la Gran Recesión han mayormente ayudado a los grandes bancos e instituciones financieras, y esa es una impresión común a republicanos (75%) y demócratas (73%). Sólo un tercio de cada tendencia política cree que las políticas gubernamentales han hecho algo justo por los pobres.

Hay otra conclusión instintiva en el pueblo nortemericano. Es que el déficit nacional, y las deudas que hemos acumulado, son de crítica importancia política. En la deuda nacional, el dinero que el gobierno ha gastado sin ingresos fiscales para pagarlo ha producido cifras tan alucinantes que parecen desconectadas de la realidad. Ceros desde aquí hasta el infinito. Es difícil describir las sumas; es difícil describir un elefante, pero se le reconoce cuando se le ve. El público lo sabe: barájense las cifras como se quiera, el nivel de la deuda es insostenible.

¿Quién pudiera sorprenderse de que millones de votantes hayan descubierto eso por si mismos? Al igual que en la mañana tras una noche de excesos, todos sabemos que es inevitable pagar por los mismos. Es terrible despertarse y descubrir que la hipoteca que se tiene sobre la casa excede el valor de la misma. O que uno tiene una tarjeta de crédito que no se puede pagar y el prestamista tiene al deudor en el potro del martirio, con los crecientes intereses compuestos sobre la deuda. O ambas cosas. Pero la lección ha sido bien aprendida: nadie puede escapar de sus deudas. Hay millones que comprenden que van a tener que encontrar una forma de vivir conforme a sus recursos y, aún así, lograr hacer algunos ahorros para pagar lo que deben. Y hay más de catorce millones de norteamericanos sin empleo, de forma que el descontento está muy alto. ¿Cómo van a poder recobrar el control de sus vidas?  

Jodie Allen, del Pew Research Center informó, en usnews.compost de julio 26, que en recientes semanas más economistas y académicos han estado exhortando al gobierno para que aplace las rebajas presupuestarias y el aumento de impuestos y en su lugar provea estímulo adicional para una economía aún frágil. Pero en el público ha habido un cambio de opinión en sentido contrario que refleja preocupaciones sobre la deuda. "Déficit y gastos gubernamentales" ha pasado de los lugares 10 y 11 a la prioridad número 3 del gobierno federal, superada sólo por la creación de empleos y el crecimiento económico. El cambio de opinión se manifiesta en otras encuestas recientes. Por ejemplo, una encuesta de la CBS en Julio 9-12 estimó que los problemas más importantes que afronta el país son la economía y los empleos (38 por ciento), con la preocupación sobre el déficit presupuestario y la deuda nacional descendiendo un cinco por ciento. Sin embargo, la CNN (julio 16-21) señala un 47 por ciento preocupado en primer lugar por la economía, y un 13 por ciento por el déficit federal. En una encuesta reciente de la revista Time, dos tercios de los entrevistados dicen que se oponen a un programa de segundo estímulo gubernamental, y más de la mitad dicen que el país estaría mejor sin el primero. La gente ve el estímulo como algo elaborado y aprobado por el Congreso, como dinero derrochado. Son altamente críticos de la falta de disciplina entre nuestros dirigentes políticos. La pregunta que surge de forma espontánea es la de cómo evitar un descenso económico a largo plazo.

La Reserva Federal bajó dramáticamente las tasas de interés, a fin de mantener en marcha la economía y quizá continuar la penosamente lenta recuperación, pero entre los beneficiarios no hay ninguna sensación de alivio. La gente sabe que el estímulo está al cesar de estimular. Saben que el dinero se está agotando. Saben que los estados están preparándose para reducir $200,000 mil millones en sus gastos, a fin de equilibrar sus presupuestos. Advierten que la Gran Recesión ha barrido enormes cantidades de riqueza y que, distinta a otras recesiones, ésta no será seguida por ese tipo de prosperidad económica en que aquellos que durante los años de vacas flacas han estado guardando su dinero, desatan una demanda acumulada por todo tipo de bienes y servicios.

No hay señal de que esta vez suceda lo mismo. Los hogares y los negocios han mantenido las manos en los bolsillos. Así, mientras que muchos creen que la única forma de revivir la economía e inyectar más dinero en ella a través de gasto gubernamental, el sentimiento general es que por ahora eso es algo que no nos podemos permitir. El gobierno seguirá endeudándose pese que los niveles actuales son impermisibles. ¿Para qué planear un segundo estímulo si el primero no pudo impedir alto desempleo? 

Por supuesto, queda la pregunta de si el sentimiento público coincide con una economía sana. El reto que afrontamos como país es como crecer vigorosamente manteniendo un equilibrio fiscal. Estamos aprendiendo de los europeos lo que sucede cuando se convierten en realidad los riesgos que acompañan la deuda excesiva. Parece estar emergiendo el consenso de que, de haber un estímulo adicional, tiene que estar explícitamente vinculado a una restricción fiscal verosímil al final del camino. Esto incluirá el compromiso de una legislación coercitiva de forma que ambos, programas y procedimientos presupuestarios, nos pongan en una trayectoria benigna.

Hay dos señales que advierten sobre una crisis presupuestaria: la deuda creciente y la pérdida de confianza de que el gobierno la manejará. Este gobierno está al borde de cumplir ambas condiciones.

En verdad, no hay hoy coalición mayoritaria en el Congreso para reducir el déficit. Es cierto también que, debido a la recesión, el crecimiento de la deuda pública ha sido impulsada por una disminución dramática de los ingresos tributarios, el gasto adicional para evitar caer en una depresión que se perpetúe a si misma, y todos esos miles de millones de dólares que invertimos para salvar de sus pecados a los sectores financieros. Los votantes ven que los políticos quieren detener el déficit presupuestario cuando están fuera del poder y quieren usarlo contra el partido mayoritario. Demasiados políticos aseveran que están todos a favor de presupuestos equilibrados- pero sólo disminuyendo las prioridades del otro partido. Los republicanos quieren disminuir el gasto social. Los demócratas quieren reducir el gasto militar. Es el Washington de siempre.

Entre los clamores y las contra promesas, es útil mantener en mente la experiencia histórica. Pagamos la Segunda Guerra Mundial por medio del crecimiento. La deuda nacional, como por ciento del producto doméstico bruto, cayó agudamente a través de las presidencias post bélicas de Truman, Eisenhower, Kennedy, y Johnson (a pesar de la guerra de Vietnam), y continuó descendiendo menos durante la mayor parte del gobierno de Nixon, aumentando algo con el de Ford. Marcamos el tiempo en la estaginflación de los años de Carter, y entonces el porciento de la deuda aumentó dramáticamente durante las presidencias de Reagan y Bush. Y de nuevo se disparó hasta los niveles peligrosos actuales.

Un viejo proverbio dice: "Cuando esté en un hoyo, deje de cavar". Pero la política de Washington sigue siendo el obstáculo. Los programas gubernamentales parecen vivir perpetuamente. El presupuesto se convierte en una máquina de movimiento perpetuo para mayores gastos. Nuevos programas para nuevas necesidades se acumulan sobre viejos programas para viejas necesidades.

Y también están los retirados. Su número y sus costos de salud seguirán elevándose. En el año 2000 había 35 millones de norteamericanos mayores de 65 años, y se espera que se duplique el número de retirados para el 2030. El inminente retiro de millones de nacidos inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, con sus demandas a los programas de retiro federal, llega en un momento en que ambos partidos parecen estar dispuestos a empeorar los problemas de mañana a fin de ganar más votos de hoy. El resultado es que el presupuesto federal está derivando hacia un futuro de grandes déficits, o extraordinarios aumentos de impuestos, o ambos.

El gasto federal se está moviendo de un aproximado 18 por ciento del Producto Nacional Bruto a casi un 25 por ciento en 2030. No sabemos como pagaremos esto. No sabemos como le irá a la economía con impuestos más altos. Hemos visto como los nubarrones se amontonaron durante años, pero no hemos invertido en una sombrilla para ajustar los programas federales de retiro, o tomado otras medidas para reducir las asignaciones. Sin duda habría que pensar en elevar la edad de elegibilidad para la seguridad social y el cuidado médico, quizá por un mes para cada dos meses de la expectativa media de vida. Tenemos que pensar en formas de reducir los aumentos del costo de vida en los beneficios de seguridad social para ciudadanos acaudalados de mayor edad, aumentando lentamente sus primas de seguro y dejar intactas las de todos los demás. Quizá tengamos que permitir que expiren las rebajas de impuestos de Bush, ciertamente para hogares con ingresos mayores de $250,000 (y más para los super acaudalados), dada la concentración de riqueza en el más alto 1 por ciento de la población. Es enteramente apropiado que comencemos a dar una mayor contribución a a nuestra salud fiscal a largo plazo.

Estados Unidos parece carecer de un sistema que pueda financiar un gobierno que el pueblo diga querer. Somos eficientes en las crisis, pero no parecemos serlo al afrontar problemas crónicos.

Si esperamos a que llegue la crisis, será demasiado tarde. Simplemente, no es posible cerrar completamente la brecha con aumento de impuestos a los ricos en el cual los demócratas creen de forma desesperada. NI podemos cerrar la brecha con costos en los gastos, como agradaría a los republicanos. Los liberales tendrán que admitir que beneficios y gastos deben ser reducidos. Los conservadores tendrán que admitir la necesidad de más altos impuestos.

La esperanza puede estar en un panel bipartidario dirigido por Erskine Bowles y Alan Simpson, dos experimentados dirigentes políticos centristas, cuyos caracteres ofrecen un grado de confianza que los haría capaces de presentarse con programas productivos. Como dijo de ellos el presidente Cllinton "son suficientemente libres como para ignorar las encuestas, pero talentosos bastantes como para tenerlas en cuenta".

Pero no olvidemos que las tendencias presupuestales actuales son capaces de destruir el país. Como señaló Bowles, según informe del Washington Post, no podemos crecer hasta encontrar la forma de salir de esto. Sólo podemos hacerlo usando aportaciones al fisco. Debemos hacer lo que hacen los gobernadores- disminuir los gastos o aumentar los ingresos en alguna combinación que comience a alejarnos del despeñadero.

Obama tiene que saber que de no atender esta situación será el presidente que nos condujo a una crisis de endeudamiento. Y también debe hacerlo el Congreso, pues ambos han participado en el gobierno más fiscalmente irresponsable en la historia de Estados Unidos.

http://www.neoliberalismo.com/gobierno-irresponsable.htm

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