viernes, abril 18, 2008

Carrascal, La herradura perdida

viernes 18 de abril de 2008
La herradura perdida

JOSÉ MARÍA CARRASCAL
«POR una herradura se perdió un caballo; por un caballo, un caballero; por un caballero, una batalla; por una batalla, un reino». Podría aplicarse a Barack Obama, cambiando la herradura por una metedura de pata. Preguntado por qué su campaña no lograba arrancar en Pennsylvania, donde se vota el próximo martes, Obama respondió: «No debe sorprender que esos trabajadores de las pequeñas ciudades se aferren a sus armas, a su religión y a su antipatía hacia quienes no son como ellos, para dar vía libre a su frustración». Quedó muy bien con su sofisticada audiencia de San Francisco. Pero se pegó un tiro en el pie, como dicen aquí. Y puede darse por contento si no en la cabeza.
La condescendiente frasecita ha tenido un efecto demoledor en su campaña. Hillary la ha usado como alfanje en su último debate ante un Obama a la defensiva por primera vez, sin aquella seguridad, aureola y sonrisa que habían hecho de su campaña una marcha triunfal. Pennsylvania iba a ser la coronación de la misma, pero puede devolverle a sus comienzos, con una Hillary diciendo a los prohombres de su partido: «¿Veis como tenía razón? Obama es puro humo. Un fuego fatuo creado por nuestro idealismo ante las tremendas dificultades que atravesamos. Pero que no resiste el choque de la realidad. Y como ha perdido en Pennsylvania perderá en noviembre si le elegís candidato, ya que son los votos, no los sueños los que cuentan».
Obama tiene hasta el martes para convencer a los obreros blancos de Pennsylvania, uno de los estados más castigados por la crisis económica, de que no les mira por encima del hombro, de que comparte su frustración, de que hará lo posible para aliviar su suerte si es elegido presidente. No le va a ser fácil. A diferencia de otros deslices que ha tenido en su campaña, éste no se ha olvidado a las pocas horas, al revés, sigue creciendo, como si hubiera abierto las compuertas a un resentimiento oculto contra él, aunque había ya indicios de que existía. La clase media baja blanca era la que más se le resistía por dos razones de peso. Una, confesada: es la que más ha retrocedido socialmente por el avance de los negros y, sufrido económicamente por las importaciones extranjeras, que han dejado a muchos de ellos sin trabajo. Otra, inconfesable: es donde los prejuicios racistas están más arraigados. Hasta ahora, no podía airearlos abiertamente. El comentario ofensivo de Obama sobre ella, le da derecho a manifestarlos. Pocas veces unas cuantas palabras habrán tenido unas consecuencias más devastadoras.
El giro tan brusco como imprevisto que ha dado a la campaña electoral norteamericana nos advierte de dos cosas, olvidadas hasta ahora. La primera, que Obama es el candidato de los jóvenes y de la clase alta, culta, sofisticada, la que tiene más protagonismo social y la que menos está sufriendo los efectos de la crisis. Por una de esas paradojas de la vida, este negro criado por una madre abandonada por su marido, con una niñez errabunda por tres continentes, que ha conocido tanto la pobreza de los guetos como la elegancia de Harvard, representa los dos extremos del país, el más alto y el más bajo, pero no el del medio, que le mira con la desconfianza que siente hacia todo tipo de elitismo. Y no olvidemos que Estados Unidos, es más que nada, clase media. La segunda revelación es que hoy no se habla sólo para quien se tiene delante, sino para una audiencia global. Obama quería halagar a los exquisitos vecinos de San Francisco. Pero se olvidó de los sufridos de Pennsylvania. Y de los del resto del país, que no lo olvidarán fácilmente.
¿Podrá recuperarse? Sí, pero a condición de que recupere su mensaje inicial, aquel que ilusionó a millones de norteamericanos, al decir que este país tan frustrado, tan batido, puede recuperar la esperanza si hombres y mujeres, jóvenes y viejos, blancos y negros, unen sus esfuerzos para superar la crisis. Pero sin olvidar a los obreros blancos, la herradura perdida de su caballo.

http://www.abc.es/20080418/opinion-firmas/herradura-perdida_200804180303.html

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