¡Viva Cartagena!
José A. Baonza
L A indigesta proliferación de disparates históricos, hacia los que quieren volcar su indeclinable sed de eternidad los nacionalismos periféricos, ha encontrado en el enjundioso vehículo del señor Chaves (don Manuel) la llave maestra de la estupidez –en la forma— y la indecencia –en el fondo— para devaluar el alcance “asimétrico” del estatuto catalán, en aras de una imaginaria rendición paritaria de los “hechos diferenciales” que sólo encuentran una cierta lógica de situación en el carpetovetónico exabrupto (y pido perdón a los homosexuales por utilizarlo) de “maricón el último”. Ya era estrafalaria la pretensión catalana de introducir como entidad nacional lo que no pasa de ser sino el indigesto lenguaje de los privilegios feudales sobre las zonas deprimidas del territorio; es que, ahora, la región histórica mas anclada en el sustrato fundacional del Estado español, se considera obligada a corroborar las desigualdades, con el peregrino argumento de apuntalar la solidaridad por la vía de generalizar las diferencias. Una entidad nacional llamada Andalucía es un logro político de dimensiones siderales, cuyos autores han debido inspirarse en la solución de las taifas para contrarrestar la decadencia de los Omeyas o en las luchas de don Hernando de Córdoba y Valor por recuperar la Alpujarra; pero también pude suceder que su numen profético se sitúe en las aventuras de José Maria (a) “El Tempranillo” como ejemplo reivindicativo de los derechos históricos. Mas aún: toda la carga “regeneracionista” que puso en circulación Blas Infante para despertar al pueblo andaluz de su secular modorra, se ha quedado en pura sensibilidad onírica al conjuro de la gruesa artillería desplegada por tan egregios interpretes del nacional-andalucismo, como pueden ser Chaves, Zarrias, Mosteserín, Rubiales o Alcaraz, y cuyos logros más notables residen en haber puesto a Andalucía en el último puesto del “raking” de las Comunidades Autónomas, tanto en niveles de renta como en la cuantificación del producto interior bruto; a pesar de haber fagocitado el monto de la “deuda histórica” con auténtica pasión de chupópteros empedernidos. Resulta, desde luego, impresionante la capacidad de mistificación que aplican ciertos políticos a la hora de conciliar sus más descarnados apetitos caciquiles con las señas identitarias del selecto auditorio al que envían sus demagógicas propuestas irredentistas para, en contrapartida, recibir el apoyo electoral suficiente que perpetúe el retroceso. Sobre todo cuando han sabido tejer a su alrededor un complejo mosaico de redes clientelares, cuyo ejemplo paradigmático pudo ser el despacho de la delegación del Gobierno en Sevilla que regentase Juan Guerra, pero que ha superado cualquier nivel de colmatación con el tráfico de facturas del consistorio sevillano, con el esperpento marbellí de planificación urbanística o con los sucesivos prodigios de monipodio visualizados en las cuentas del “V Centenario”, en la endémica quiebra financiera del Servicio Andaluz de Salud o en las abultadas partidas presupuestarias de infraestructuras que han hecho de la región un auténtico saco sin fondo por donde subsumir los generosos caudales de la inversión pública. Ahora, eso sí; el remedio a tantos disparates económicos y a tanta manipulación financiera tiene una sencilla solución regeneradora y un propósito de enmienda fácilmente perceptible: volver los ojo a la experiencia del sexenio revolucionario que derrocó a Isabel II, contemplar como avance de modernidad la dispersión del Estado en cantones independientes y proferir las proclamas incendiarias de la I República española hasta agotar el entusiasmo pequeño-burgués del “¡viva Cartagena!” en el imaginario radical del siglo XIX. La referencia no es ociosa, ni su colación inoportuna, cuando todas las reformas estatutarias quieren proclamar en su preámbulo la autodefinición como entidades nacionales y se quiere borrar del articulad la menor referencia a la Nación española, única e indivisible. Lo dicho: Andalucía, como Cataluña, es una “entidad nacional”; Euzkadi, Canarias, Galicia, Extremadura, el valle de Aran, el condado de Treviño, el sexmo de Lozoya y.. Cartagena también son realidades históricas con derechos inalienables, imprescriptibles, inembargables y reconstituyentes. Si no fuese tan evidente el concierto del partido socialista (calificarlo de “obrero” representa una ordinariez; apellidarlo como “español”, una impertinencia) con las oligarquías periféricas para satisfacer sus ansias infinitas de ocupación institucional, no sería tan explicito el retruécano de los “hechos diferenciales” en la interpretación de la solidaridad interterritorial, ni sería tan abrumadora la carga federalizante de su estrategia discursiva, cuando no hace tanto tiempo se sintieron portaestandartes definitorios del “internacionalismo proletario”. Incluso, ahora, todavía es bien ostensible la capacidad de arrobo místico que adoptan muchos dirigentes al entonar, como colofón litúrgico imperecedero, las estrofas del himno por antonomasia para levantar a los pobres del mundo, “famélica legión” llamada a construir una patria sin fronteras en los confines de la humanidad universal. Claro que ni Zapatero, ni Maragall, ni Chaves, ni Bono, ni siquiera Ibarra, pueden ya sostener en alto el puño cerrado para agavillar la rosa demasiado marchita bajo sus predadoras manos de proyectistas insatisfechos.
domingo, abril 23, 2006
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