Irán, prueba de fuego para la Alianza de Civilizaciones
Elsemanaldigital.com
Zapatero y Moratinos se enfrentan a su primera crisis internacional grave. Y España ha perdido el peso específico que tuvo en el caso iraquí, a cambio de muy poca cosa.
27 de abril de 2006. Mañana viernes concluye el plazo dado por el Consejo de Seguridad de la ONU a Irán para que interrumpa el enriquecimiento de uranio. El presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, con el respaldo público de todas las autoridades civiles, militares y religiosas de la República Islámica, ha asegurado que no interrumpirá esas operaciones. Según Irán, se trata de un programa nuclear civil, destinado a investigación y a la generación de energía. Para Estados Unidos y sus aliados hay firmes sospechas de que esa tecnología se puede estar derivando hacia fines militares. Se abre una nueva crisis internacional. El presidente de Estados Unidos, George Bush, y el responsable británico de Asuntos Exteriores, Jack Straw, coinciden en señalar la gravedad de la situación, pero también en subrayar que "Irán no es Irak" y que las soluciones de este problema por parte de la comunidad internacional serán diferentes. Las consecuencias de la tensión ya se están produciendo. El encarecimiento del precio del petróleo ante el riesgo de conflicto afecta ya a las economías industrializadas, mientras que los Estados Mayores diseñan las posibles acciones militares. Hay que recordar que en esta ocasión tanto Francia como Alemania cuentan con mayorías políticas de centroderecha y que, con diversos matices, Angela Merkel y Jacques Chirac apoyan la postura norteamericana. El presidente francés aludió recientemente incluso a un uso preventivo de su arsenal nuclear si hubiese una amenaza exterior de esa índole. España, que es parte del Tratado de No Proliferación Nuclear, está implicada en el conflicto en la medida en que Irán puede estar violando ese Tratado. Irán no es un país que pueda ser invadido con facilidad, pero entre las posibles sanciones se está considerando un ataque preventivo a su arsenal ofensivo. Y José Luis Rodríguez Zapatero, pensando en el interés nacional, tendrá que definir una política para nuestro país. No son ya horas para abstractas consideraciones teóricas ni para ideales alianzas entre civilizaciones distantes un milenio. Irán es Oriente, y España –guste o no- es Occidente. Es muy cierto que, como explica Guillaume Faye, no hay que confundir la civilización occidental con el actual sistema occidental; no es menos cierto que, como decía Rudyard Kipling, "Oriente es Oriente y Occidente, Occidente, y jamás se encontrarán los dos". La verdad a la que se enfrenta Zapatero, y Miguel Ángel Moratinos en el Ministerio de Asuntos Exteriores, es que España tiene que tomar partido, y sólo puede tomar partido por sus socios, aliados y amigos, conforme a su propio interés. A diferencia de la crisis iraquí, Bush anda sobrado en este caso de aliados poderosos. A diferencia de aquel caso, además, España anda sumida en sus problemas internos y no puede aspirar a un papel protagonista ni a obtener ventajas nacionales específicas. Si algo ha cambiado en el mundo ha sido precisamente España, que en vez del deseable realismo nacional está gobernada por personas capaces de creer que "el terrorismo se combate mejor con la igualdad entre sexos" (como dijo el presidente del Gobierno en Nueva York). Ante Irán, España no puede aspirar ya a tener "presencia internacional" o "política internacional propia", y no ha sido un cambio a mejor. Como mal menor, los españoles tienen derecho a exigir que su Gobierno garantice lo mejor posible sus intereses.
miércoles, abril 26, 2006
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