viernes 28 de abril de 2006
La tregua de Eta, la historia interminable
José Meléndez
S E veía venir y sólo los asustadizos que se tapan los ojos para no ver los peligros y los ojos interesados, que miran para otro lado cuando el problema les conviene, no se daban cuenta del doble juego del PSOE –para ser más justos y exactos, de José Luis Rodríguez Zapatero y el grupo que le secunda- en ese empeño que se nos presenta envuelto en el atractivo ropaje de la pacificación del País Vasco y que para el “pacificador” representa, sobre todo, un entorchado más para colgar en su hoja de ruta. He repetido a lo largo de mis artículos –y puede recordarlo quien tenga la paciencia y la bondad de releerlos- que yo soy uno más del 90 por ciento de españoles que se alegrarían con el fin de la violencia terrorista. El 10 por ciento restante son los seguidores de Batasuna, que se alegrarían por otros motivos. Pero los hechos son tozudos y la historia está para repasarla, con muchísimos más motivos que mis modestos artículos. Y la historia de los hechos de los últimos treinta y tantos años de terrorismo etarra es bien elocuente. ETA se jacta de no mentir tanto como de matar y en ambos casos la veracidad de esa petulancia está suficientemente demostrada. La banda terrorista ha declarado a lo largo de su vida no menos de diez treguas y en todas se han podido apreciar las mismas circunstancias: repetición hasta la saciedad de una condiciones que son inaceptables para un Estado de derecho; intención de tantear cuales serían las posibilidades reales de lograr alguna de esas condiciones y tomarse un descanso cuando está siendo acorralada por las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad para aprovisionarse, reorganizarse y rearmarse. Esto lo constataron bien los sucesivos gobiernos de Adolfo Suárez, Felipe González y José María Aznar, que aceptaron los contactos para terminar convencidos de que ETA nunca ha tenido una verdadera intención de negociar el final de su actividad terrorista si no es para lograr gran parte de sus demandas. Es la historia interminable de una abominable lacra, que se ha vuelto a repetir ahora, con una variante importante como es que la acción policial y judicial ha puesto a los terroristas contra las cuerdas. A pesar de ello, sigue fiel a sus principios de autodeterminación como paso imprescindible para la independencia de Euskaherría, territorialidad con la anexión de Navarra y las dos provincias del País Vascofrancés, amnistía para sus presos y, ahora, legalización de Batasuna, su brazo político, para poder entrar en el Parlamento autonómico de Vitoria y poder reemplazar en un determinado momento al Partido Nacionalista Vasco, que ha estado jugando con fuego y está a punto de quemarse. Ese es el contenido de la alternativa Kas, el pacto de Estella y el mitin de Batasuna en Deusto. No se han apartado ni un centímetro de sus aspiraciones y eso lo saben todos y, como es natural, Rodríguez Zapatero. Las intenciones de ETA son claras. Pero, ¿y las de Zapatero?. El presidente del gobierno ha jugado con las circunstancias. Fiel a su criterio de solucionar los problemas como sea, cuando esta solución conviene a sus planes, esconde sus planes tras el escudo de su afán pacificador, que tiene unos indudables beneficios ante la opinión pública y sortea como puede las dificultades que se le presentan. El más lerdo sabe que el problema terrorista, que es un grave problema de Estado, no puede solucionarse sin el consenso imprescindible de los dos grandes partidos españoles, que es el que llevó a ETA a su situación actual con el Pacto Antiterrorista y la Ley de Partidos Políticos y el que hizo que el famoso y delirante plan Ibarreche sufriera un sonoro descalabro en las Cortes Generales. Y es lo que ha llevado, tras el anuncio de la tregua permanente, a Zapatero a prescindir del aislamiento a que tiene sometido al Partido Popular y llamar al líder de la oposición. Pero en el par de meses largos transcurridos desde la entrevista de Zapatero y Rajoy en la Moncloa han sucedido una serie de circunstancias que han hecho que este último no se fíe de las intenciones de Zapatero. Y las razones que tiene para ello son de peso. El presidente del gobierno y sus portavoces, con la vicepresidenta Fernández de la Vega a la cabeza estuvo negando rotundamente cualquier contacto directo o por medio de terceros con la banda terrorista y su entorno, cuando después se ha sabido que esos contactos se venían produciendo desde hace más de un año. Zapatero ha demostrado que puede mentir en sus declaraciones si las circunstancias, -las suyas-, se lo aconsejan y por lo tanto hay razones para pensar que también oculta la verdad cuando afirma que no ha habido ningún tipo de acuerdo previo o promesa de concesiones en esos contactos. La realidad es que todas las maniobras que ha venido realizando desde el anuncio de la tregua hasta ahora, tienen un sospechoso matiz de preparación del terreno para conseguir un final que le satisfaga a él y a cuantos le secundan, que no son pocos, en sus designios transicionistas. El nombramiento de dos personas de su máxima confianza, como son Alfredo Pérez Rubalcaba y José Antonio Alonso para que controlen los servicios de inteligencia civil y militar, ha dado sus frutos inmediatos al tratar de minimizar o desactivar la importancia de dos fragrantes quebrantamientos de la tregua, como son los atentados recientes y el envío de cartas de extorsión a empresarios navarros y vascos. Mientras tanto, Batasuna sigue creciéndose en sus alardes callejeros, en las declaraciones desafiantes de sus líderes y en la afirmación de sus demandas como repetir que la anexión de Navarra a Euskalherría es irrenunciable. Arnaldo Otegui sigue pasándose por el arco del triunfo las cortapisas legales que le impuso el juez -¿por qué no se investiga de donde han salido esos 600.000 euros que le han sacado de la cárcel?- y ahora quiere un permiso para salir de España y unirse a los intentos de internacionalización del “conflicto vasco”. Esta actitud de Batasuna puede significar que ve cerca su legalización, cuyo primer paso es ese continuo blasonar de sus dirigentes de su condición de “interlocutores” que hasta ahora nadie ha desmentido. Ha habido una importante variación en la estrategia diseñada por Zapatero para lograr la “pacificación”. La comenzó con el acercamiento al PNV y en sus reuniones de la Moncloa con Ibarreche y, sobre todo, en la actuación de sus puntas de lanza Patxi Lòpez y Jesús Eguiguren en el PSE, parecía que existía una situación de acercamiento entre el gobierno y el PNV. Pero cuando se ha dado cuenta de que la táctica de ETA-Batasuna ha cambiado con respeto al PNV, porque en ese partido han tomado cuerpo las controversias internas que estuvieron fuertemente sujetas por la mano de hierro de Javier Arzallus, no ha tenido vacilación en puentear al gobierno autonómico vasco y entenderse directamente con los terroristas y su entorno. Ese es el fuego a que me refería al principio de este artículo, en el que se están quemando Ibarreche y Joseba Eguibar y lo que representan dentro de su partido. Cogido en la pinza gobierno-ETA, Ibarreche se encuentra fuera de juego, aferrado a su fracasado plan y enarbolando ahora otro, en el que iguala a los presos etarras con sus víctimas y haciendo el ridículo como en esa aparición suya con el dibujito de una niña. En esta historia interminable, los únicos que siguen en su sitio de siempre son los etarras y su entorno. Y mucho me temo que acabarán saliéndose con la suya. Porque ante el sangriento fenómeno terrorista no caben la comprensión ni las cesiones, como no sean las que permita la ley y comienza a adivinarse una cierta predisposición negociadora que, para conseguir el fin propuesto, pueda saltarse los límites legales y éticos.
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jueves, abril 27, 2006
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