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El mar me da susto.
Mucho.
Tan inmenso... no tiene fin... tan salvaje... a pesar de que a veces es manso... tan... mar.
¿Quién puede controlar algo tan grande? ¿Quién, en su mano, encerrar un océano? ¿Quién, en su vista, controlar el rumbo, y saber a qué tierra llegar?
Da miedo. Ese mar...
Es salado. La sal del mar lleva a la locura, lleva a que la cabeza vuele y piense por sí sola en cosas irreales... o quien sabe si tan reales que esa realidad es la que te trastorna.
Hoy me siento como un barquito... perdido en la inmensidad del océano... no se exactamente el rumbo a seguir... ni siquiera se si sigo un rumbo o estoy a la deriva. Debería controlar los mandos... ¿pero quien consigue hacerlo?
Un barquito velero... las velas extendidas... a merced de un viento... un viento a veces fuerte, y a veces más suave. Un viento que no sopla de forma permanente, sino que a veces nos mece hasta dejarnos dormir, o mejor dicho, hacernos soñar... con él. Ese viento, "el viento".
¡Ay! Qué barquito tan chiquitito. Se abandona a la mar, se abandona al viento... se deja mecer... se deja llevar...
Espero que no se hunda.
Por lo menos hace sol.
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