viernes 18 de abril de 2008
Los consejos de un Rey
PEDRO GONZÁLEZ-TREVIJANO, RECTOR DE LA UNIVERSIDAD REY JUAN CARLOS
EL Emperador Carlos V en Las Instrucciones de Palamós, de 4 de mayo de 1543, daba los siguientes consejos al entonces Príncipe Felipe: «Habréis de ser, hijo, en todo muy templado y moderado. Guardaos de ser furioso, y con la furia nunca ejecutéis nada. Sé afable y humilde. Guardaos de seguir consejos de mozos, ni de creer los malos de los viejos».
Pues bien, en un contexto histórico y constitucional incuestionablemente diferente, pero con el mismo ánimo de aconsejar el mejor hacer del Heredero, hemos conocido unas cartas remitidas por el Rey al Príncipe Don Felipe -que entonces contaba diecisiete años- durante su último curso en el College School of Lakefield (1984/1985) en Canadá. Unas exhortaciones que confirman lo que intuíamos: las claves del excelente reinado de Don Juan Carlos en estos años. Unas recomendaciones sobre la manera de comprender y ejercer la Monarquía parlamentaria en la España constitucional, que explican el porqué del sólido afecto de la ciudadanía a su Rey y la contrastada eficacia de nuestra asentada Monarquía. Vean las inteligentes -y asimismo cariñosas- exhortaciones de un Monarca, que es también padre, a su hijo y Heredero.
De entrada, su experimentada comprensión del papel de una Monarquía en un régimen constitucional. Ya no nos encontramos -el Rey lo explica con claridad- en los tiempos omnímodos del princeps legibus solutus est -donde la Corona de España se cimentaba sobre una concepción divina del poder- sino sobre un principio político radicalmente distinto: «La soberanía nacional reside en el pueblo español -dispone el artículo 1.2 de la Constitución de 1978- del que emanan los poderes del Estado». Hoy, la Monarquía, además de erigirse sobre la tradicional legitimidad histórica -«La Corona es hereditaria en los sucesores de S. M. Don Juan Carlos I de Borbón, legítimo heredero de la dinastía histórica...» (artículo 57. 1 CE), tras la renuncia de los derechos dinásticos por el Conde de Barcelona, un 14 de mayo de 1977, en el Palacio de la Zarzuela- se vertebra, en tanto que Monarquía racionalizada, sobre una legitimidad legal-racional nacida de una Constitución democrática. «La Monarquía -expresó Hernández Gil- que no dudó en promover el tránsito a la democracia, recibe de ella la proclamación legitimadora».
Y una circunstancia añadida relevante: junto a las dos referenciadas legitimidades, que podríamos denominar de origen, el Heredero habrá de saber ganarse una simultánea legitimidad de ejercicio. Expresado, según la conocida sentencia de Horacio, Rex eris, si recte facies; esto es, «Rey eres, si actúas como tal». O, de acuerdo con el rancio adagio medieval, «Vos no sois más que nos». Vean al efecto las clarividentes palabras de Don Juan Carlos: «Ya no es posible pensar que nos son dados graciosamente por nuestro nacimiento y nuestra situación todos los derechos y privilegios. Es preciso ganarlos, conservarlos y acrecentarlos día a día, con espíritu de entrega y de servicio. Hoy ya no se da nada que no sepamos merecer».
En segundo término, se desgranan las atribuciones de un Rey en una Monarquía parlamentaria. Unas competencias que el constituyente de 1978 prescribió en nuestra Carta Magna: «El Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones, asume la más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales, especialmente con las naciones de su comunidad histórica, y ejerce las funciones que le atribuyen expresamente la Constitución y las leyes» (artículo 56.1). Dicho de otra manera, el «Rey reina, pero no gobierna», ya que las Cortes Generales despliegan la función legislativa (artículo 66.2 CE), el Gobierno dirige la política interior y exterior del Estado (artículo 97) y los jueces asumen la función jurisdiccional (artículo 117. 1 CE). Es decir, en una Monarquía parlamentaria, por oposición al superado principio monárquico, el Rey no disfruta de potestas, sino que goza de auctoritas. Una auctoritas encauzada primordialmente a través de su configuración en tanto que símbolo de la unidad y permanencia del Estado -tan relevante en un país territorialmente muy descentralizado-, así como árbitro y moderador de la acción de las instituciones. En suma, nos retrotraemos a la formulación de pouvoir neutre que Benjamín Constant decantó en sus Principios de Política sobre el Poder moderador: «Cuando los tres poderes descompuestos, se entrecruzan, chocan y se traban, se necesita una fuerza que los ponga de nuevo en su sitio. Tal fuerza no puede residir en uno de los resortes en particular, porque se serviría de ella para destrozar a los demás. Es preciso que esté situada fuera y que sea, en alguna medida, neutral, a fin de que su acción se aplique en cuantos puntos se requiera y lo haga con un criterio preservador, no hostil».
Matizadas tales afirmaciones, más propias seguramente de las Monarquías constitucionales del siglo XIX -que aún conservaban ámbitos de poder ejecutivo-, que de las vigentes Monarquías parlamentarias, dichos rasgos serían los propios de la Monarquía española. Una forma no ya de Estado, pues el Rey no es copartícipe de la soberanía -que se incardina sólo en el pueblo español- y no encabeza los poderes ejecutivos, sino una forma de gobierno. Un Monarca, como apuntaba Walter Bagehot en La Constitución inglesa, que ciñe su actividad al «derecho a ser consultado, el derecho de estimular y el derecho de advertir los peligros de la decisión». Un Rey que no participa en la refriega política, pues la Monarquía se halla au dessus de la melée. De aquí su consecuente carácter irresponsable (artículo 56. 3 CE) y el imperativo refrendo de sus actos (artículos 56, 63 y 64 CE). Subra de Bieusses lo expuso en unas avezadas reflexiones, Ambigüités et contradictions du statut constitucionnnel de la Couronne, en tiempos de la elaboración de la Constitución: «La Monarquía no sabría ser democrática más que siendo parlamentaria... a fin de que todo poder efectivo no proceda más que del pueblo». Es responsabilidad pues de los poderes públicos que las instituciones funcionen. No pidamos a la Corona imposibles actuaciones, ni parciales declaraciones. No interpretemos sus silencios, ni juzguemos sus inacciones.
Y, por último, el Rey hace una invocación realista sobre las complejidades del oficio de rey: «De mí puedo decirte -prosigue Don Juan Carlos- que he tenido en mi vida momentos muy delicados, llenos de incertidumbre, en los que he debido soportar desaires y desprecios, incomprensiones y disgustos... Pero precisamente en estas circunstancias de prueba, que hay que soportar con la sonrisa en los labios, devolviendo amabilidades por groserías y perdonando para ser perdonado, me han permitido madurar, endurecerme y recibir las lecciones necesarias para que ahora pueda mirar hacia atrás con orgullo y satisfacción». Completadas con unas lúcidas reflexiones sobre el concreto modo de cumplir el cometido: «Hay que saber escuchar mucho, escuchar con atención, para no ofender a quien te hable... pero también hablar con medida, de manera discreta con amabilidad y buen tono, con sencillez y sentido del humor. Saber callar es tan difícil como saber hablar. ¡Y hay tantas maneras de callar mientras otro habla! Al que ha encontrado una buena manera de callar cuando las circunstancias lo aconsejan, casi todo el mundo lo entiende». Como prudentísimas son las admoniciones sobre la debida conducta de un futuro Rey: «No te canses jamás de ser amable con cuantos te rodean y con todos aquellos con los que hayas de tener relación... Has de mostrarte animoso aunque estés cansado; amable aunque no te apetezca, atento aunque carezcas de interés; servicial, aunque te cueste trabajo».
Y unas consideraciones sintetizadoras de la sabiduría de un reinado: «Piensa que te juzgarán todos de una manera especial y por eso has de mostrarte neutral, pero no vulgar; culto y enterado de los problemas, pero no pedante ni presumido... Haz lo que yo te digo, pero no hagas lo que yo hago». Unos consejos, en fin, pertinentes. Como dice Tom Burns, en La Monarquía necesaria, «La Monarquía es necesaria, pero reinar en España no es tarea fácil».
PEDRO GONZÁLEZ-TREVIJANO
Rector de la Universidad Rey Juan Carlos
http://www.abc.es/20080418/opinion-la-tercera/consejos_200804180302.html
viernes, abril 18, 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario