viernes 3 de noviembre de 2006
¿Contrario a la naturaleza?
Miguel Martínez
V AYA por delante que un servidor es heterosexual y que, al igual que comentaba mi querido vecino –y sin embargo amigo- Félix Arbolí en una de sus últimas contraportadas, no le cabe en la cabeza que, habiendo por ahí esos pedazos de señoras tan guapas y tan bien hechas, haya hombres que prefieran elegir para aliviar sus necesidades amorosas o sus instintos pasionales a un señor; pero de ahí a pensar que a quien eso le ocurra –lo de preferir un señor a una señora- ha de ser forzosa consecuencia de una alteración psíquica, física o genética que suponga una merma o tara en el individuo, hay un trecho largo; y más largo aún es el trecho cuando para respaldar este razonamiento se apela a la naturaleza, alegando que en el resto de animales no se dan este tipo de conductas. Siento contradecir a mi admirado amigo Arbolí pero sí se dan. Desde hace unos días, y hasta el próximo 19 de agosto, se está llevando a cabo una exposición en el Museo de Historia Natural de Oslo, que lleva por título “¿Contrario a la naturaleza?”, en la que se muestran las tendencias homosexuales de más de 1.500 especies animales que incluyen insectos, aves, moluscos, gusanos y mamíferos varios en los que se ha detectado este tipo de comportamiento. Desde pulpos a arañas pasando por los más comunes perros o gatos. Esta exposición ha sido organizada por el biólogo noruego G.E. Ellefsen y pretende desmitificar, dada nuestra condición animal, la homosexualidad en la especie humana. O sea, que la homosexualidad no es -ni mucho menos- patrimonio exclusivo de los humanos. Todo lo contrario si nos remitimos a los números. La muestra recoge una serie de datos y estudios científicos y estadísticos que son, cuanto menos, bastante curiosos. Destaca que un 20 % de los pingüinos que viven en cautividad se unan en concubinato con parejas del mismo sexo, que las morsas macho en su época de celo copulen indistintamente con congéneres de uno u otro sexo, que sea relativamente frecuente la copulación entre jirafas macho –aunque cuando lo hacen entre machos empleen la técnica de la “marcha atrás”, cosa que no sucede cuando el encuentro es entre macho y hembra-, que haya una especie de ballenas especialmente tendente al lesbianismo, o que existan orcas exclusivamente homosexuales. Según los estudios científicos revelados en la exposición, el porcentaje de homosexualidad en los animales varía entre un 2 y un 15 %, aunque la especie que cuenta con más gays entre sus individuos es la cacatúa rosa, una especie de loro en la que el índice de homosexualidad se eleva hasta el 44 %. Ya ven mis queridos reincidentes que las connotaciones sexuales del color rosa no son una casualidad. No menos curioso es el dato ofrecido sobre los borregos cimarrones de Canadá. Al igual que sucede en algunos programas de televisión, el hecho de ser homosexual facilita el ascenso en la jerarquía dentro del grupo. Parece ser –afirma el biólogo Elleffsen- que, contrariamente a lo que nos sucede a los humanos, los animales no suelen cuestionarse su identidad sexual. En algunos casos sencillamente ocurre que al resultarles gratificantes las prácticas sexuales, las llevan a cabo cuando les apetece y con quien les pilla más a mano ( o zarpa, anca, pata, garra o pezuña según cada caso). También en algunas especies, cuando un macho sodomiza a otro, consideran los científicos que no se trata propiamente de una relación sexual en toda regla sino que ese amancebamiento sui géneris tiene más de dominación y humillación que de satisfacción lúbrica, para dejar claro quién es el que manda. Esta actitud tampoco es tan diferente del modo – muy humano, por otra parte- de joder al prójimo cuando se está en preeminente disposición para hacerlo. De las fotografías, estudios y documentales mostrados en la exposición se desprende que no puede afirmarse taxativamente que la homosexualidad humana sea antinatural si dicha afirmación se basa, exclusivamente, en la premisa de que dichas conductas sólo se dan en la especia humana. Imagino que tras la lectura de lo que antecede habrá quien considere que precisamente son este tipo de actos los que diferencian a los humanos -en cuanto a seres racionales- del resto de animales, y un servidor les responde que sí, que vale, que de acuerdo, que es en este tipo de actos y en otros, como el holocausto nazi, las bombas atómicas o las armas químicas, el genocidio implícito e inherente a cada guerra, etc… los que nos hacen mucho más animales que la mayoría de los bichos. Que el ser humano es caprichoso en el gusto es harto evidente, y para gustos los colores, que diría un daltónico; y quizás lo de las preferencias a la hora de amarse sea tan sencillo como eso: de la misma manera que hay a quien le atrae más un traje de un horrible color marrón oscuro –que no me negarán mis queridos reincidentes que no hay color más horroroso para un traje- que otro de un elegante y siempre adecuado azul marino, hay señores a los que más les atrae besuquear a un tío con barba de tres días –con lo que eso ha de pinchar- que hacer lo propio con la suave y delicada tez de una preciosa señorita. Si no fuera por lo caprichoso en el gusto de cada cual, no se venderían, como se venden, los discos de según qué intérpretes, ni se registrarían las audiencias televisivas o radiofónicas que se registran, ni – y esto sí que es de veras inaudito y a ver cómo se explica- habría quien se colocase voluntariamente ciertos modelitos de Ágata Ruiz de la Prada y saliera sin avergonzarse a la calle. Pruebe usted, si no, a vestir su mascota con prendas de Ágata, verá cómo se queja.
jueves, noviembre 02, 2006
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