martes 29 de noviembre de 2006
La credibilidad de la OTAN
LA cumbre que desde ayer celebran los jefes de Estado y de Gobierno de la Alianza Atlántica en la capital letona, Riga, debería servir para reafirmar el compromiso de la OTAN en la misión más importante que haya tenido entre manos desde su fundación. Más allá de la necesidad objetiva de impedir que un país asolado por decenios de guerra vuelva a convertirse en una base de retaguardia para grupos terroristas cuyo peligro es bien conocido en todo el mundo, Afganistán representa para la OTAN el mayor desafío para su credibilidad. De nada serviría seguir sosteniendo que la Alianza es la mayor organización militar del planeta si, a pesar de sus medios, no demuestra ser capaz de garantizar la estabilidad de un país relativamente pequeño y al que ha prometido devolver la paz y la tranquilidad en un periodo de tiempo razonable.
Aunque las informaciones oficiales tratan de disimularlo, la situación no es fácil para los soldados de la misión de la OTAN (ISAF) en las regiones del sur del país. Sea porque los restos del régimen depuesto de los talibanes se hubieran concentrado allí, huyendo de la presión en otras zonas donde las tropas de la OTAN ya se habían asentado, sea porque el mando militar aliado minusvaloró las dificultades de su despliegue, el caso es que con casi 10.000 soldados sobre el terreno, la OTAN ha tenido que volver a solicitar refuerzos y -lo que para los militares es mucho más importante- pedir que las tropas que ya se encuentran en Afganistán puedan intervenir con mayor flexibilidad operativa cuando sea necesario. Esta es la situación que se debate en la cumbre de Riga.
No se puede olvidar que los acontecimientos que hicieron que el mundo cambiara tan dramáticamente en los últimos años -la ofensiva terrorista que culminó con los atentados del 11 de septiembre- fueron concebidos precisamente en una región donde la OTAN se juega ahora su prestigio. Por ello, la necesidad de llevar el orden y la ley a esa castigada parte del mundo es para Occidente algo que va mucho más allá de una perspectiva humanitaria: se trata de una obligación imperiosa para nuestra propia seguridad y la de nuestros aliados. No es una amenaza abstracta, sino un riesgo, de sobra conocido, que no puede valorarse como una especulación sin fundamento.
La OTAN es una organización de defensa colectiva, y si colectivamente decidió cumplir una misión en Afganistán, ahora resultaría una demostración de insolidaridad irresponsable no responder a los requerimientos de contribuir a reforzar la potencia de la ISAF en el sur del país. Algunos socios de la Alianza Atlántica -que parecen entender que se trata únicamente de una imposición norteamericana- tal vez cometan el error de tratar de recoger réditos políticos al mostrarse reticentes o tratar de imponer criterios restrictivos en las operaciones de sus tropas sobre el terreno, por encima de un interés común que no es otro que el éxito de la misión.
Sin embargo, los miembros de la OTAN están obligados por el artículo 5 de los estatutos de la organización a prestar ayuda incondicional a cualquiera de sus asociados cuando sea agredido, y es la certeza de que este compromiso se cumple lo que le ha dado hasta ahora solidez a la organización. La actitud cicatera de algunos de los socios de la OTAN, incluida España, ante los llamamientos para reforzar la misión en el sur de Afganistán resulta, por lo tanto, incomprensible y contraproducente, más todavía cuando, como es el caso de España, se tienen tropas en aquel país que pueden llegar a ser también atacadas por fuerzas hostiles. La relativa tranquilidad de hoy puede ser mañana un infierno para los soldados españoles desplazados en el oeste de Afganistán, y entonces también nos gustaría saber que los demás aliados están dispuestos a acudir en su ayuda de forma decidida e incondicional. Como se espera de un aliado de verdad.
martes, noviembre 28, 2006
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