martes 29 de noviembre de 2006
Manifestación de la AVT
Españoles, de nuevo
José María Marco
Lo que se le pidió allí al gobierno no era que no se rindiera. Ya está más que rendido. Lo que se le pidió, si es que se le pidió algo, es que se fuera.
El "proceso" no ha tenido nunca la más mínima credibilidad ni verosimilitud. La declaración de "alto el fuego permanente" de los terroristas etarras provocó un revulsivo entre los españoles de bien por la humillación que significaba y por lo que revelaba de la catadura moral de quienes nos gobiernan y en cierto sentido nos representan a todos. Se habían rendido a los terroristas creyendo que de ese modo pulverizarían a la derecha española.
La derecha en dos sentidos: el Partido Popular, que quedaría descartado por muchos años de cualquier posibilidad de volver a gobernar, y la "derecha" social, ahora sin argumentos y sin representación.
En cuanto al PP, que sobrevivió al trance traumático del post 11-M, no parece que esté moribundo, a pesar de lo que algunos hacen en sus propias filas. Y en cuanto a la sociedad española, el resultado ha sido exactamente el contrario del que Zapatero y sus amigos esperaban. Resulta fascinante asistir al proceso de restauración de la vigencia de la nacionalidad, o de la ciudadanía española, que está ocurriendo ante nuestros propios ojos. Las manifestaciones de la AVT están siendo los jalones de este redescubrimiento de la propia identidad, y la última lo fue en grado superlativo. Los españoles están volviendo a serlo. No es que lo hubieran dejado de ser nunca, pero la nacionalidad no parecía tener ninguna consecuencia práctica, excepto pagar impuestos, votar y enseñar un pasaporte.
Ahora estamos descubriendo que identificarse con un proyecto común, con una entidad de la que somos los herederos y las criaturas, y de la que –en consecuencia– también somos responsables es algo extraordinariamente atractivo, con efectos al mismo tiempo estimulantes y tranquilizadores. Sentirse español y manifestarlo, como se hizo con tanta claridad en las calles de Madrid el pasado sábado, significa abrirse a la cooperación con los demás, a la autentica solidaridad y al auténtico diálogo, muy lejos de ese monólogo de autistas alucinados en el que se han encerrado y nos quieren encerrar los socialistas y Zapatero. Es como volver a casa, reconciliarse con uno mismo después de un largo extravío en un neblinoso e inhóspito terreno de nadie.
De ahí el alcance histórico de estas manifestaciones. Gracias a la compasión con las víctimas del terror nacionalista, los españoles estamos descubriendo de nuevo que no andamos solos, sonámbulos, extraviados y desconfiados unos de otros. Lo que se le pidió allí al gobierno no era que no se rindiera. Ya está más que rendido. Lo que se le pidió, si es que se le pidió algo, es que se fuera. Porque una vez que la gente conoce lo que está aprendiendo ahora, también acaba comprendiendo que una política como la de Zapatero es un estorbo, un obstáculo de índole, casi podría decirse, personal. Hay una incompatibilidad profunda entre las virtudes ciudadanas, democráticas y liberales vinculadas con la nacionalidad española y la política de rendición y de censura de Zapatero. Por eso, bien dirigida, esta eclosión acabará arrollando al gobierno socialista. Los socialistas lo saben. De ahí el famoso vídeo.
martes, noviembre 28, 2006
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