sabado 25 de noviembre de 2006
CRÓNICA NEGRA
El juicio de Tony King
Por Francisco Pérez Abellán
Baja del furgón policial dando gritos. Tirando de las esposas y proclamando que es inocente. Alguien debe de haberle explicado que esa técnica le permite abrir los telediarios. Se trata de un súbdito inglés que, después de muchos años de residencia en España, incluso de convivir con mujeres españolas, chapurrea un mal castellano. Una vez en la sala, se atreve a insultar al juez, al fiscal, a los peritos, y dice que lo que le están haciendo es un "juicio criminal".
Tony King es un hombre que tiene poco que perder. Está condenado a 36 años por el asesinato de la joven de Coín Sonia Carabantes, crimen que se produjo mucho después del que ahora se juzga, el caso Wanninkhof, el de la cala de Mijas, en el que la justicia y la investigación policial están empantanadas. Y todavía tiene otra condena de siete años por asalto sexual en Benalmádena. Ni aunque le vuelvan a condenar cumplirá más del castigo que ya tiene: 43 años de prisión.
Ya hubo una primera vista oral, en la que la entonces imputada fue declarada culpable por un jurado popular. El Tribunal Superior de Andalucía, y luego el Supremo, ordenaron que se repitiera el juicio: estimaron que el jurado no pudo establecer con claridad los motivos por los que condenaba. Según se preparaba la repetición de la jugada, de acuerdo con lo ordenado, se dio con un punto de unión entre los crímenes de Coín y Mijas: colilla de tabaco inglés. Los resultados fueron sorprendentes. Se apartó todo lo actuado durante once meses de investigación, la larga e inflexible acusación de la Fiscalía de Málaga mudó radicalmente de signo. Un nuevo sospechoso era ahora el único culpable. Y así se ha presentado el caso estos días en la Audiencia Provincial de Málaga.
Pese a que el juez ha intentado impedirlo, en la sala se ha hablado, y mucho, de Dolores Vázquez, a quien primero se condenó y cuyo caso después fue sobreseído provisionalmente, lo que coloca a aquélla en una situación singular, que podría atentar contra los derechos humanos. Deberían haberla juzgado de nuevo: así podría quedar todo aclarado y no pasaría lo que pasa, que la sospecha se eterniza de forma injusta. Eso pasa por no cumplir la orden del Supremo. La Justicia, en este asunto, se ha enroscado sobre sí misma.
Con Tony King las cosas parecen claras: estuvo en el lugar en que Rocío Wanninkhof fue apuñalada: así lo indica el ADN hallado en la colilla del cigarrillo que allí se fumó. También se ha demostrado –con unos restos adheridos a un pelo– que acudió a donde se encontró el cadáver.
El asesinato de Rocío y el traslado de su cuerpo se hizo en dos tiempos. Primero la acuchillaron, quizá sobre las 9,30 de la noche; luego, pasadas varias horas, de madrugada, volvieron a por el cadáver exangüe. No puede descartase, por tanto, que el autor material de la muerte y el transportista fueran personas diferentes. Esto colisiona de frente con la exposición del fiscal actual, que ha planteado que Tony King lo hizo solo. King, por cierto, arrastra un pasado atroz, de cuando se le conocía como el Estrangulador de Holloway, con cinco chicas semiasfixiadas a sus espaldas y una técnica depurada que no encaja, ni por asomo, con la forma en que el asesino de Rocío llevó a cabo el crimen.
De la primera investigación, que obviamente no se basa en las múltiples y contradictorias declaraciones de King, algunas de ellas francamente delirantes, se extrae que el cuerpo de Rocío estaba dispuesto de una forma especial, y que había un llamativo paquete, con parte de la ropa de la joven y una pegatina de las de la búsqueda del día 17, que, según se supone, fue colocado de forma estratégica para que fuera encontrado. Tony King no participó en la búsqueda y no tenía pegatina. Es justo pensar que otro asesino la puso o la perdió allí.
El cuerpo de Rocío había sido arrojado para que lo encontraran pronto; pero, por azares del destino, nadie reparó en aquellos restos macilentos y machacados que se encontraban a más de 30 kilómetros del lugar donde aquélla fue asesinada. Hubo que reavivar el rescoldo de la hoguera para que fueran descubiertos. Alguien, pues, tuvo que estar pendiente. Tampoco se trataba de Tony King.
Éste se instaló en España sin que fuera detectada su peligrosidad; cuando la policía británica alertó a la española sobre la llegada de "un individuo peligroso para las mujeres", el papel del aviso se archivó. Anduvo de acá para allá a su aire. Luego se ha sabido que al menos atacó a una joven, de la que intentó abusar. Su vida ha oscilado desde la extrema necesidad, que le obligaba a pasar la noche en coches abandonados, hasta la extrema comodidad, en casa de mujeres que se enamoraban de él.
Tony King, nacido Tony Bromwich, era un musculitos de gimnasio al que de vez en cuando, dada la vida desenfrenada que llevaba, se le iba la cabeza. Su jefe en el pub en que trabajaba dice que le pedían pollo con patatas y llevaba pescado o una hamburguesa. Tenía la mente ocupada en otra cosa. En ese estado, podía salir a la caza y atacar mujeres, como el violador en serie que era. Estrangularlas con un cable o una prenda de su ropa interior.
No obstante, en el caso Wanninkhof, con el que sin duda está relacionado, el proceso es demasiado complicado para su cerebro, y muy trabajoso para un cazador que abate a una presa. ¿Por qué habría de volver a por el cuerpo varias horas después de haberle dado muerte? No habría que despreciar el hecho de que actuase por encargo, verdaderamente encantado de apropiarse del cadáver de una chica joven, dadas las pulsiones necrófilas que los investigadores le han detectado.
Por otra parte, no se ha encontrado el arma del crimen –un objeto punzante–, ni hay testigos presenciales, ni otros indicios o pruebas consistentes, salvo las declaraciones de su entonces amigo, Graham, que no se ha presentado en las sesiones y que resulta poco fiable. A Tony King le señalan un pelo y una colilla. Quizá sea suficiente para condenarle, pero no para explicar la complejidad del caso Wanninkhof.
sábado, noviembre 25, 2006
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1 comentario:
Dolores Vazquez Mosquera......¡Inocente!
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