miercoles 4 de febrero de 2009
ECONOMÍA
El mito de Keynes
Por Manuel F. Ayau Cordón
El famoso economista inglés John Maynard Keynes, promotor del notorio FMI y de políticas monetarias inflacionarias, en una ocasión dictó una conferencia en Harvard. En la presentación, John Kenneth Galbraith con orgullo dijo haber sido el primer keynesiano en América. Pero Keynes comentó después que él mismo no era keynesiano, sino que sus discípulos solían exagerar sus teorías hasta extremos que no compartía.
La teoría que comúnmente se conoce como esencia del keynesianismo dice que cuando el gobierno aumenta el circulante a través del gasto estatal deficitario, con dinero nuevo y sin respaldo, aumenta la demanda de todo y la economía se ve estimulada. Parece muy simple. Muchos la creyeron, y así comenzó la universalización de la inflación como herramienta de progreso. Pero después de tantos desastres inflacionarios se aprendió que incrementar el dinero en circulación sin que aumente la producción no solamente hace subir los precios y los costos, sino que –peor aún– se distorsiona la asignación de recursos.
El poder adquisitivo representado por el dinero nuevo beneficia a quienes primero lo reciben, porque logran gastarlo antes de que su efecto se refleje en los precios. A quienes llega más tarde, cuando lo gastan se dan cuenta de que los precios subieron. El poder adquisitivo que logra el gobierno es a costillas de ahorradores y pensionistas y tiene por consecuencia la pérdida de poder adquisitivo de todos. Es decir, que se trata, más bien, de un cruel y deshonesto impuesto.
La falacia keynesiana fue expuesta –antes de que Keynes naciera– por el economista J. B. Say, de quien los keynesianos siempre se han burlado. Muchos economistas serios se opusieron al keynesianismo, pero casi nadie les hacía caso. Hoy, nuevamente están saliendo los keynesianos del clóset para ofrecer soluciones frente a la supuesta "crisis del capitalismo".
La llamada Ley de Say es de sentido común y una verdad evidente: todos compramos (demandamos) lo que queremos con lo que producimos. El dinero sólo sirve para que el intercambio no se base en el trueque. Es decir, aportamos los bienes o servicios que producimos a cambio de dinero, y con ese dinero compramos. Nuestro poder adquisitivo sigue siendo el valor de mercado de nuestro aporte a lo que otros desean.
Siendo ese principio tan obvio y de tan fácil comprensión, cuesta entender cómo se extendió el error. Las modas académicas a menudo no tienen sustento lógico, pero quien no las aplaude no escala en su profesión. Al keynesianismo se le bautizó como "economía de la demanda", bajo la ridícula creencia de que es el dinero lo que crea la demanda y no lo que se produce para poder obtener lo que uno necesita. La Ley de Say fue bautizada "economía de la oferta", y los keynesianos resucitados la acusan de haber fracasado; lo mismo dicen del mercado.
Una cosa debería ser evidente: la única riqueza de la que pueden disfrutar los pueblos es la que producen e intercambian. Cada quién crea demanda al gastar el dinero que recibió a cambio de lo que produjo; en consecuencia, solamente incrementando la producción se logra que aumente la demanda real. La expansión monetaria keynesiana no hace subir la producción, sino los precios, y las distorsiones que provoca más bien hacen que aquélla disminuya.
© AIPE
MANUEL F. AYAU CORDÓN, rector emérito de la Universidad Francisco Marroquín (Guatemala).
http://revista.libertaddigital.com/el-mito-de-keynes-1276236187.html
miércoles, febrero 04, 2009
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