sabado 18 de noviembre de 2006
Prohibido el uso del diccionario para escribir
Félix Arbolí
D ESDE mis lejanos tiempos de la infancia, allá en San Fernando, no he vuelto a sentir con la frecuencia debida y deseada lo que es la auténtica amistad, el verdadero compañerismo. Me he pasado cincuenta años de mi vida en Madrid, alternando en todos los ambientes por mi profesión periodística y a excepción de muy notables ejemplos, no he sentido el calor y la abnegación del verdadero amigo y compañero. Esa persona a la que te puedes confiar con total seguridad, con la certeza de que jamás serás traicionado o criticado. Existen compañeros más o menos allegados y fiables, con los que me siento a gusto cuando alterno con ellos y veo su ambiente de grata camaradería y sus sinceras muestras de alegría tras el reencuentro de muchos años. Y compañeros y amigos que hoy gozan de envidiable posición y prestigio que alternan contigo de igual a igual, como debe ser entre amigos y camaradas. Pero junto a estos casos dignos de reseñarse y hasta colocar en sitio destacado dentro de sus sentimientos, hay los otros, más numerosos, por cierto, donde abundan las hipocresías, el interés exclusivamente personal o lucrativo y la posibilidad de sacar tajada, cuando tu te encuentras arriba y ellos quieren ascender. Luego, cuando por circunstancias de la vida y la edad, tu estás en la vía muerta y ellos viajan en el “ave”, si te he visto no te recuerdo y no puedo hacerte caso ya que estoy abrumado de trabajo. Es una triste realidad que todos hemos padecido y padeceremos con el tiempo. El periodo de las indiferencias, de no ponerse al teléfono cuando lo llama y de darte una tras otras absurdas e incomprensibles razones para no poder atenderte. El tiempo de la “puñalada trapera” que te causa la muerte sentimental, la moral y la fe en la amistad. El tiempo, desgraciadamente, me ha dado la razón. He procurado siempre ayudar en todo cuanto he podido a los que han acudido a mi y me han solicitado que interviniera por ellos en mis reportajes, artículos y trabajos. Sin pedir nada a cambio. Jamás podrán decir que he percibido un solo duro de los de entonces, como dinero negro o pago a unos servicios que cobraba por mi publicación. Y tengo nombres rimbombantes y de plena actualidad y famoseo en nuestros días, que pueden corroborarlo: Juan José Alonso Millán, cuya primera entrevista, cuando aún estudiaba en la universidad y no había estrenado obra alguna, se la hice yo y la publiqué en el diario “Informaciones” de Madrid, ocupando toda la contraportada. A Mari Trini, la popular cantante, Marisa Paredes, Pepe Sancho, Lolita, Los Relámpagos, Benito Rabal, Beatriz Pecker, etc, etc. Doy nombres, no es faroleo. Pues bien, solo puedo agradecer a Beatriz Pecker, que haya correspondido a ese detalle, ahora que es ella la estrella rutilante, entrevistándome en su programa “Fiebre del sábado”, con ocasión de la aparición de mi libro “Confidencias de un periodista”, donde entre otros, hablo de ella. Los demás, ni siquiera han tenido el detalle de acusarme recibo de esa obra, que gentilmente les mandé por mensajería. Si hubiera sido el componente de uno de esos programas del “corazón”, por no señalar una parte más baja de la anatomía humana, seguro que se hubieran partido el c…. por contestar y dar las gracias. Amigos, tengo en la vida ordinaria, aunque aquí en Madrid, resulte difícil encontrarlos y conservarlos por el escaso tiempo disponible y las enormes distancias que nos separan. Conocidos muchos, más de los que quisiera y necesito, aunque algunos hayan respondido a cualquiera de mis requerimientos y llamadas con más prestaza, interés y rapidez, que bastantes de los considerados amigos. Desde que alterno y escribo en estas páginas y me reúno con algunos de mis antiguos compañeros en determinadas ocasiones, he experimentado una nueva sensación que ha dado fuertes y alentadores ánimos para continuar con la misma ilusión de mis comienzos con esta “droga” literaria. Es el remate que necesitaba para ocupar mi forzada ociosidad y morir como el buen soldado al pié del cañón, aunque en este caso se trate del periodista y el ordenador. A veces, siento tan fuertemente tocada mi sensibilidad, por alguna crítica grosera, fuera de tono o nada necesaria ni justificada, que me dan ganas de abandonar las páginas e imponerme el silencio para evitar poder ofender o ser ofendido. Acepto las críticas constructivas, de buenas maneras, que me puedan servir para enmendar errores o incluso cambiar de actitudes, si estaba equivocado en las mías, pero no las que se hacen sin otro fin que dañar, herir en lo más profundo o ridiculizar públicamente los errores o discrepancias que uno pueda cometer o tener con el lector. Yo jamás en mis artículos he acudido al insulto, la descalificación o la grosería, porque pienso que no es la manera más civilizada y ejemplar de plantear una discrepancia o posible metedura de patas, que, como todo hijo de vecino suelo cometer. También suelo mantener el inflexible criterio de no entrar en polémicas, ni descalificaciones, ni mofas, por supuesto, con lo que escriben mis compañeros de páginas, aunque muchas veces no esté nada de acuerdo con lo que exponen. Me merecen un respeto y me parece poco ético airear sus fallos, rarezas o tropiezos. Bastantes lobos hay ya para esos menesteres. Por eso me ha dolido y no entiendo aún el porqué, estoy esperando su aclaración, que un compañero de páginas, que fue profesor mío y al que admiro y considero, dedique uno de sus artículos a ridiculizar mi “manía” de escribir con un diccionario de la Lengua y un libro de sinónimos a mano, aparte claro está de los datos que haya podido obtener, anotaciones y otras ayudas necesarias. ¿Por qué le extraña a su amigo el cartero y a él mismo que yo utilice ambos libros?. ¿Qué error hay en ello?. Hasta en el asumir en el título de su trabajo uno de los usados por mi en anteriores artículos “El Rey de todos los españoles”, para mejor identificación de a quien iban dirigidos los dardos. Claro y a su reclamo acuden los moscones de turno, para ensalzarle la gracia y ocurrencia y ofenderme a conciencia. ¿Tienes algo personal contra mi compañero y profesor Ancasvill?. Si es así, no me parece oportuno que lo airees de esa forma. Mi correo electrónico está a tu disposición en nuestro director y amigo. Pídeselo y me lo dices. Pero, por favor, sin rencores, ni mala leche, no me ridiculices aprovechando tu reconocido prestigio y maestría. Es un ruego de antiguo alumno y actual compañero. Soy bastante susceptible, lo reconozco, y un tanto orgulloso, no en el sentido de altanero, de considerarme superior a los demás, ¡Dios me libre de caer en esa burda teoría!, sino en el de no dejar que puedan dañarme impunemente, sin causa que lo justifique, ni que hagan sentirme inferior o de segunda categoría en donde todos deberíamos sentirnos iguales. Si te incomodo, me lo dices y en tal caso hasta estoy dispuesto a hacer un discreto mutis por el foro y abandonar unas páginas donde según parece desentono y no merezco figurar. No me gusta tener que soportar vergonzosas insinuaciones, cuando no he dado motivo alguno para ello. Me considero un entusiasta del arte de escribir sin que ello me nuble la mente de tal forma que no sea capaz de ver los densos nubarrones que presentan mis trabajos. Tonto no soy y se distinguir a un maestro en este bonito arte y a un aficionado más o menos avispado que intenta emular a los más grandes a costa de esfuerzos, horas entregadas al empeño y una tremenda vocación, como diría el político, inasequible al desaliento. Como a pesar de mi edad y años entregados a este quehacer, sigo considerándome un alumno más o menos aventajado, no tengo más remedio que utilizar unos medios que, por lo visto, no están bien vistos por un “cartero” madrileño para realizar la labor de escribir: el diccionario de la Real Academia, para usar la palabra justa y certera y el de sinónimos, para evitar repeticiones innecesarias disponiendo de ese libro. Algo que entre grandes maestros de nuestras letras no son usuales por lo visto. Lo que si puedo asegurar es que jamás utilizaré este espacio para intentar ridiculizar o descalificar a un compañero de páginas. Sólo he intervenido cuando me he sentido solidarizado con el compañero articulista y si no, me he mantenido al margen por respeto y solidaridad. Lo siento, pero si de algo adolezco es de sinceridad. Creo que existen manías más extrañas y dignas de destacarse en esa burla, antes que la del compañero que tiene por costumbre consultar tan necesarios e importantes libros.
sábado, noviembre 18, 2006
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