viernes 17 de noviembre de 2006
Primera conversación en torno al rey de todos los españoles
Antonio Castro Villacañas
M I tertulia matinal y vaga, esa que hacemos todos los días media docena escasa de personas a partir de las doce en torno a dos vasos de vino o dos cañas de cerveza por cabeza, unas veces gira en torno a temas profundos y otras se entretiene en comentar asuntos de actualidad o noticias llamativas de cualquier clase. El tertuliano más proclive a poner sobre la mesa algo sorprendente es el Correo del Rey, un cincuentón casi sexagenario que merece ese nombre por trabajar en la estafeta del pueblo, y el de inquisidor por ser amigo de averiguar cuanto se refiere a nuestros gustos y aficiones. A mí suele demostrarme ciertas dosis de afecto en forma de preguntas que no dudo en calificar de capciosas e incluso de impertinentes. Ayer, aprovechando un intervalo de la conversación sobre Cataluña, Vasconia o Rodríguez, que es ahora el aperitivo nuestro de cada día, me lanzó a bocajarro: - Y tú, cuando escribes, ¿cómo lo haces?. - Pues como todo el mundo -le contesté entre la clara expectación de nuestros comunes amigos. - Quiero decir que si para dar rienda suelta a tus ideas necesitas rodearte de cuestionarios, notas, recortes de artículos y comentarios ajenos, libros y otras zarandajas. - Para escribir cartas no se necesita nada de eso -dijo el veterinario. - Eso está claro -replicó el correo-. Yo me refiero a lo que hace falta para escribir artículos, poesía, novelas... - Lo primero de todo, creo yo -intervino el médico- que será el tener ganas o ilusión de meterse en esas faenas. - No estoy seguro -me creí obligado a precisar-. Lo más fundamental me parece que es el tener alguna idea dándote vueltas por la cabeza o cosquilleándote en el corazón; una idea que necesitas transmitir a los demás, al mayor número posible de personas... Todos asintieron, pero el correo creyó oportuno no dar por terminado el tema y volvió a preguntarme: - Estamos de acuerdo. Lo primero es tener algo que decir, lo segundo querer escribirlo, y lo tercero saber hacerlo. Pero yo te pregunto... Le interrumpió el médico: - A lo mejor este saber escribir es lo más fundamental, porque a mí me parece que casi todo el mundo siempre tiene algo en el corazón o en la cabeza, y no le faltan ganas de comunicárselo a los demás. Lo que no tenemos, y me pongo yo el primero, es la gracia que sí tienen los que saben utilizar la pluma. - Ahí quería ir yo -insistió el cartero-, a que éste -y me señaló con su tinto-, me dijera qué utensilios necesita indispensablemente cuando escribe. Porque en alguna parte he leído que los únicos materiales de verdad precisos son un diccionario de la lengua y un manual de sinónimos y antónimos. Tú -volvió una vez más a brindarme un trago-, ¿qué necesitas tener a tu lado para empezar a escribir y estar seguro de que lo harás a tu gusto? Me permití el lujo de jugar a erudito: - No creo que cuantos hombres y mujeres han escrito algo a lo largo de los siglos, ni siquiera los que nos han dejado escritas cosas que realmente valen la pena, tuvieran a su lado ninguna clase de manuales o de diccionarios... Para escribir, incluso para escribir bien, los únicos utensilios realmente necesarios son un papel, un lápiz o una pluma, y una mesa, o cosas equivalentes. Yo dí mis primeros pasos de periodista a base de lápices, y tengo un recuerdo especial de unos que llamábamos "fáber"; con ellos cubrí las páginas de muchos cuadernos o bloques, cuadriculados o en blanco. Luego utilicé esas plumas que había que mojar en unos tinteros incorporados o no a la mesa. Las plumas eran de acero, ajustadas a mano en un plumín, lo más común de madera; tardé mucho en usar estilográficas, pues eran caras, casi inalcanzables, sobre todo las seguras, esas que retenían la tinta y no te manchaban los dedos, la camisa o el traje, pues de todo hubo antes de que llegaran los bolígrafos, que también tuvieron lo suyo en sus primeros pasos... Un momento feliz fue el de tener mi propia máquina de escribir, fija primero, luego portable, que utilicé muchos años a base sólo de cuatro dedos, los mismos que empleaba en las máquinas de las redacciones o de las oficinas a que tuve acceso, incomparables aulas donde aprendí esas y otras muchas cosas...; los mismos que ahora utilizo para todo, incluso para "echar cuentas", en el ordenador que recoje en su pantalla y en sus archivos cuanto se me ocurre, y lo transmite luego, si se lo mando, a la impresora o a donde me convenga o apetezca; el mismo ordenador que resuelve mis dudas, si las tengo, sobre qué palabra debo utilizar para expresar mejor mis ideas e impresiones sobre éste o aquel tema, y me proporciona otra equivalente si no me conviene o no quiero repetirla... En el ordenador están, pues, el diccionario y el repertorio de voces antónimas y sinónimas, dos o tres enciclopedias, yhasta completos archivos y bibliotecas cargados de todo tipo de datos e informes. Cerca, pero no a mano, guardo también muchos libros, quizás demasiados, de historia, política y toda clase de literatura, leídos los más, consultados o intonsos los menos de ellos. Llegados a este punto, algunos de mis lectores, si los tengo, se preguntarán -y con razón, como lo hicieron mis contertulios-, qué relación tiene lo hasta ahora expuesto con la situación social y política de España. Se lo explicaré, Dios mediante, la próxima semana.
jueves, noviembre 16, 2006
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