jueves, noviembre 16, 2006

Boicoteando a Mortadelo

viernes 17 de noviembre de 2006
Boicoteando a Mortadelo
Miguel Martínez
S I un servidor es en la actualidad un lector, compulsivo e irredento, de casi todo libro o texto que caiga en sus manos, se lo debe, en gran parte, a ese genio llamado Francisco Ibáñez, que, desde hace decenios, ha venido divirtiendo con estupendas historias, que evidencian su fina ironía y su magnífico sentido del humor, a varias generaciones de españoles. Corrían los primeros años de la década de los setenta, cuando quien les escribe, por aquellos entonces un niño de seis añitos, se rompía un brazo a causa de una mala caída en el transcurso de una clase de Judo, materia que en aquel colegio de salesianos se enseñaba a los alumnos por aquello de “mens sana in corpore sano”. La profesora de Judo, tutora además de aquella clase de mocosos, se presentó esa misma tarde en el domicilio de quien les escribe -donde un servidor se hallaba en cama y con el brazo dolorido y escayolado hasta el hombro- con un ejemplar encuadernado, en tapa dura y presentación de lujo, de los entonces poco conocidos Mortadelo y Filemón. Era una historia completa, de setenta u ochenta páginas, en la que el par de detectives de la TIA. se embarcaban en una aventura a propósito de las entonces venideras Olimpiadas de Munich 72. Recuerdo a Mortadelo, cuando era preguntado por el súper sobre si sabía qué eran las olimpiadas, manifestar con decisión que sí, que perfectamente: “O limpiada con bayeta o limpiada con estropajo, relucirá su cazuela con detergente Cascajo”. Desde que cayera en manos de un servidor aquel libro, se le despertó el ansia y la afición por la lectura de tal manera que devoraba con auténtica avidez cuantos tebeos -primero- y libros -después- se ponían a su alcance, hasta el punto de convertir la lectura en una de sus aficiones preferidas. Afición que -gracias a Mortadelo, Filemón y a don Francisco Ibáñez- perdura hasta hoy. Desde entonces, quien les escribe no ha dejado de estar ocupado en la lectura de algún libro que permanece en la mesita para su uso diario -en la actualidad el segundo “Polvo Eres” de mi querida y admirada Nieves Concostrina, que les recomiendo encarecidamente por ser, además de original y muy curioso, la mar de divertido- manteniendo, de otra parte, uno o dos títulos más en reserva por si finalizara el actual, evitando así quedarse sin materia prima, que actúa, a la sazón, además de como divertimento, como combustible y lubricante esencial para las neuronas de un servidor. Y les largo todo este tostón, mis queridos reincidentes, porque resulta que desde los sectores más escorados de los llamados ultracatólicos, se está organizando una campaña contra Mortadelo y Filemón -y más en concreto contra su autor, el genial Ibáñez- por considerar que estos tebeos ridiculizan a la Iglesia y a sus ministros -entiéndase sacerdotes-, llegando al punto de solicitar de la Iglesia -presionando al portavoz de la Conferencia Episcopal, padre Martínez Camino- para que desautorice y repruebe públicamente el mencionado tebeo. Según se recoge en una web que sirve como órgano de expresión a esos ultracatólicos -de cuyo nombre no quiero acordarme para no hacerles propaganda gratuita en esta columna- la gota que ha colmado el vaso de la paciencia cristiana -que debe ser ahora infinitamente menor de la que Jesucristo proclamaba en sus tiempos, a tenor del poco aguante que tienen y de lo mucho que se ofenden por un inocente tebeo- ha sido un nuevo episodio cómico de don Francisco Ibáñez, “Mortadelo de la Mancha”, una aventura en la que la pareja de detectives, y como consecuencia de un desbarajuste de un nuevo invento del profesor Bacterio, acaba en un lugar de la Mancha encarnando al caballero de la triste figura (Mortadelo) y a su fiel escudero (Filemoncho), en una historia en la que Ofelia ejerce de Dulcinea. Esta aventura se unía a la conmemoración del IV centenario de la publicación de El Quijote. Dicho foro ultracatólico ha organizado un boicoteo del cómic en cuestión y han apremiado a sus simpatizantes a que escriban cartas y/o participen en un “mail bombing” (bombardeo con correos electrónicos para colapsar sus servidores informáticos) dirigidos a –o, mejor dicho, contra- Ediciones B, editorial que publica Mortadelo y Filemón, como reacción a la poco menos que herejía que, según ellos, comete la tira cómica de Ibáñez, ya que, a su juicio, ridiculizan a la Iglesia y “presentan a los curas como seres ociosos, glotones o afeminados”. Está claro que todos los sacerdotes representados en el cómic, para asemejarse más a la realidad, debieran aparecer la mar de ocupados, cachas y fibrados todos ellos, con una indiscutible pose varonil a lo Errol Flynn y cuidando sus cuerpos Danone -huyendo del ocio- en largas sesiones de gimnasio y con regímenes hipocalóricos (no serviría, por motivos obvios, la conocida dieta del cucurucho). Por cierto, y dicho sea de paso, la Audiencia Nacional acaba de confirmar la sentencia de dos años de cárcel -y una indemnización de 30.000 euros a la que deberá hacer frente el Arzobispado de Madrid como responsable civil subsidiario- a un cura de la provincia de Madrid por abusar sexualmente de un crío de 12 años. Retomando el hilo filemónico, cierta publicación digital, que se hace eco, por su parte, de la iniciativa antimortadélica, apoyándola, expresa argumentos similares a los anteriores y considera que Mortadelo y Filemón “ofende a millones de católicos” -sin comentarios- por utilizar en sus viñetas tonos y maneras poco acertados. Y a uno, que intenta recordar qué tratamiento daba Ibáñez a los personajes de sus tiras, le vienen a la memoria caricaturas de casi todos los colectivos o profesiones: los guardias rechonchos, más bastos que un sujetador de esparto, con enormes cachiporras metálicas y ningún reparo a la hora de usarlas; los comerciantes avaros y roñicas hasta la médula, prestos a estafar a sus clientes en el peso de los altramuces ideando ingeniosos mecanismos en sus balanzas; los labriegos analfabetos y palurdos excepto en el uso del garrote, las oficinistas más pendientes del crucigrama y del cuidado de sus uñas que de llevar a cabo su labor; funcionarios del “vuelva usted mañana”, amas de casa obesas y marujonas, etc... Ibáñez, desde siempre, ha aplicado a cada colectivo, exagerándolos, algunos de los tópicos con los que la sociedad los identifica, luciendo un humor sano, imaginativo, de fina ironía y de actualidad, reflejando con su particular visión los eventos que han ido aconteciendo a la humanidad, ya sean olimpiadas, exposiciones universales, mundiales de fútbol, conmemoraciones, etc... Y es que en todos estos años, en los que un servidor -lo confiesa- ha continuado echando alguna que otra ojeada a algunas de las nuevas aventuras de Mortadelo (mención especial merece la coincidente con un mundial de fútbol en la que Mortadelo, al recibir una tarjeta amarilla del árbitro y tomándola como la petición de un autógrafo, le escribía al colegiado en la propia tarjeta amonestadora: “Al tío del pito, con cariño. Firmado: Mortadelo”. Se imaginarán mis queridos reincidentes la cara que se le quedaba al árbitro), Ibáñez no ha hecho sino seguir en su línea de siempre, sin que ningún colectivo o profesión se haya sentido jamás ofendido por sus caricaturas -porque no son más que eso- ni montado tamaño belén como el organizado ahora contra la obra de un pedazo de artista que ha conseguido aficionar a la lectura a miles y miles de niños. Esperemos que la Conferencia Episcopal -que de momento no ha dicho ni mu- mantenga la cordura y no se sume a la iniciativa de quienes pretenden ser más papistas que el Papa. Más que nada porque no sería ni coherente ni consecuente prohibir la lectura de Mortadelo y Filemón por no actuar su dibujante en sus caricaturas, según ellos, conforme a los valores cristianos, y mantener a su vez en nómina a radiopredicadores que vertebran su discurso en el insulto -tanto a derechas como a izquierdas-, la crispación y la confrontación, valores bastante más alejados de la doctrina cristiana que las aventuras cómicas de Mortadelo y Filemón. ¿Será que hay ciertos colectivos que carecen del más mínimo sentido del humor, o será que quien se pica ajos come?

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