martes, noviembre 21, 2006

Para atajar la violencia en la escuela

Para atajar la violencia en la escuela
Rafael González Rojas

21 de noviembre de 2006. Un profesor ha sido brutalmente agredido por un padre en Cataluña. Pocos días antes nos habían dejado boquiabiertos las imágenes de la agresión de un alumno a su profesor, y que la amiguita del gamberro nos hizo el favor de grabar. Son éstas dos muestras de esa nueva lacra que amenaza a los colegios. Y no son hechos tan fortuitos y aislados como algunos pudieran creer. Los insultos y agresiones a profesores, las palizas y otros abusos de alumnos a condiscípulos son a veces actos programados que se graban y transmiten por móviles. Bien es verdad que estos hechos no ocurren sólo en España. En Francia se ha recurrido a la presencia policial para frenar este tipo de violencia. Pero eso no debe consolarnos, porque ya se sabe a quién consuela el mal de muchos. La fiscalías de Cataluña y Andalucía son partidarias de que las agresiones a profesores sean consideradas como agresiones a la autoridad o sus representantes; y la fiscalía general del Estado ha cursado instrucciones para que se pidan penas de cárcel a quienes perpetren esta clase de acciones criminales. Estas iniciativas han desatado cierta polémica. Unos, al tiempo que piden a las administraciones que faciliten las condiciones que les permitan a profesores y alumnos ejercer sus respectivos derechos -enseñar y aprender- en un clima de convivencia favorable, aplauden las medidas sancionadoras para quienes lo perturben y piden una respuesta eficaz y rápida. El castigo es educativo si se aplica de manera inmediata. Otros son menos entusiastas y establecen una serie de precauciones que van desde pedir andarse con mucho cuidado en otorgar autoridad policial al profesor hasta fomentar, con mucha más intensidad de la existente, la comunicación familia-escuela, mediante la participación de las APA en los consejos escolares, en las tutorías y, en general, en la vida del centro. Personalmente creo que ambas actitudes son complementarias. Uno fue escolar de primaria cuando la palmeta formaba parte del material docente. Ya en el instituto la palmeta no existía. Ingresábamos con diez años y nos sentíamos muy importantes porque los profesores nos hablaban de usted y no nos pegaban palmetazos. Ahora leo que a un profesor casi lo expedientan porque sus alumnos le acusaron de humillarles por darles ese tratamiento. Es cierto que no es fácil el análisis de esos comportamientos violentos ni cómo se está generalizando. Lo más pedestre es echarle las culpas a la sociedad. Pero eso son higos al sol. Lo que hace falta es tomar conciencia de la cada vez más grave situación y tener la voluntad política para encontrar fórmulas que propicien el rearme moral de la sociedad. Es por ahí por donde puede recuperar la Educación sus valores tradicionales. Pero mientras tanto, en el ámbito estrictamente escolar, podría fomentarse la implicación de las familias en el proceso escolar. A los profesores, adiestrarles en la resolución de conflictos con protocolos de actuación. Habría que preguntarles a ellos qué otros medios necesitan, sin descartar la asistencia de agentes que les protejan en casos de conflictos graves. Y a los alumnos, algo que ha dado buenos resultados allí donde se ha implantado: implicarles en las responsabilidad de crear en el centro un ambiente de convivencia; invitarles a que colaboren en la elaboración de normas de conductas, personales y colectivas, basadas en la tolerancia, la solidaridad y el respeto a los demás, y en general fomentar todas aquellas virtudes y valores que deben ser estimados y respetados en una sociedad democrática.

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