viernes 3 de noviembre de 2006
La política de Zapatero fracasa en Cataluña
José Meléndez
D EJANDO a un lado la parafernalia tradicional y equívoca que envuelve todas las citas electorales, por la que cada uno de los contendientes asegura que han ganado en un cínico ejercicio de voluntarismo para interpretar los porcentajes de votos en la forma que más convenga a sus intereses partidistas, estas octavas elecciones autonómicas catalanas nos dejan dos hechos irrefutables que destacan sobre el ramillete de consideraciones y análisis que puede hacerse de ellas: el desprecio de la mitad del electorado, retratado en la alta abstención, por una clase política que en los últimos tres años y medio no ha sabido dar la talla y conectar con los verdaderos intereses e inquietudes de la ciudadanía y el fracaso de la incierta y sinuosa política del presidente del gobierno central José Luis Rodríguez Zapatero, que se ha empleado a fondo en la campaña electoral, como hizo en el referéndum sobre el Estatuto, con el ánimo de darle a estos comicios un carácter de anticipo de lo que pueden ser las próximas elecciones generales y, de paso, intentar la desaparición del Partido Popular del escenario político catalán como ensayo para la llamada a las urnas del 2.008. Un 48 por ciento de abstención en cualquier llamada electoral demuestra sin paliativos la desilusión de los electores por la clase política o, lo que es peor, la conciencia ciudadana de que no tiene alternativas posibles a una situación que rechaza. Y el electorado catalán tiene en los últimos años sobradas razones para sentir esa desesperanza porque el cambio prometido por los socialistas en las elecciones del 2.003 se diluyó en unos afanes nacionalistas con los que la masa de electores abstenidos no se identificaban –ya se vio en la escasa participación en la votación para ratificar el Estatuto- y que se han sentido engañados por el empeño de los políticos en dedicarse por completo a un catalanismo radical y excluyente, descuidando otros problemas más cercanos a la ciudadanía. La gestión del tripartito fue nefasta y la de CiU en la oposición tampoco ofreció alternativas fiables por su desaforada pugna con los partidos del tripartito para demostrar que era más nacionalista que ellos. Si se analizan los resultados de la votación y donde se han producido las ganancias y pérdidas que han propiciado el vuelco electoral, se podrá observar que la inmensa mayoría de ese 56 por ciento de votantes –la segunda cifra de participación más baja en las ocho elecciones autonómicas que van celebradas- pertenecen a los leales de cada partido, esos que votan a sus simpatías políticas de la misma forma de adhesión inquebratable con que los “culés” siguen al Barsa o los “periquitos” al Español, hagan lo que hagan. Y esto, en una democracia, representa un hecho grave, sobre el que los políticos deben reflexionar con honestidad y humildad. Y hay que resaltar que ni Convergencia i Unió puede estar satisfecha porque no ha logrado su meta, aunque haya ganado parcialmente las elecciones, ni el PSC puede ocultar que, pese a lo que digan sus dirgentes, se ha dado un buen batacazo. Los dos partidos que han matenido sus respectivas posiciones han sido el Partido Popular y los ecosocialistas de Iniciativa por Cataluña, precisamente las dos formaciones que, desde hace años, son consecuentes con sus postulados y su posicionamiento político. El fracaso de José Luis Rodríguez Zapatero es evidente y se ha producido por ese incomprensible afán del presidente de crearse problemas para después no saber como resolverlos o tratar de hacerlo “como sea” sobre la marcha. La intervención de Zapatero en la política catalana ha sido tortuosa desde que se sentó en el sillón de la Moncloa. Consciente de que su permanencia en él dependía de la construcción de una mayoría suficiente en el Parlamento de la nación, se echó en brazos de un tripartito que él previamente había propiciado en la Generalitat. Pero cuando Pascual Maragall se le subió a las barbas y la compañía de los republicanos de Ezquerra Catalana le resultada incómoda no vaciló en defenestrar a Maragall y hacer saltar por los aires su tripartito, aliado con el convergente Artur Mas a espaldas de su propio partido, en la célebre tarde-noche de cigarrillos y secretismos de la Moncloa, con lo que consiguió su propósito y, de paso, salvar un Estatuto que tiene seis impugnaciones de inconstitucionalidad en el Tribunal Constitucional. Y, tras esto, volvió a rizar el rizo de la incongruencia, al emplearse a fondo en la campaña electoral a favor de un José Montilla al que previamente había condenado al fracaso con su vacilante política. Las equivocaciones y los titubeos se pagan en política y ahora Zapatero se encuentra que no ha logrado librarse por completo del complejo del tripartito, que tiene muchos visos de reeditarse, tampoco ha conseguido que la Convergencia i Unió alcance una mayoría absoluta, que hubiera sido lo mejor para Cataluña, tal como está el panorama y ya no le sirven estas elecciones de primarias para airearlas como un posible triunfo en las generales porque el fracaso socialista es evidente. Zapatero parece realizar su gestión gubernamental con propiedades de antibiótico porque ha reanimado a enfermos que estaban en una fase casi terminal. Lo hizo con el PP, que había perdido el rumbo tras su inesperado fracaso electoral y se ha repuesto porque su fuerte implantación en la política española ha sido mucho mas fuerte que la táctica zapateril de atacarlo con manidos recursos que el tiempo y la pura lógica se han encargado de convertir en inofensivos. Lo hizo con ETA, que estaba derrotada y al borde del precipicio y la ha apuntalado con su “proceso de paz” que lo más seguro es que acabe de nuevo en guerra. Y lo volvió a hacer con Convergencia i Unió, cuando estaba cobra las cuerdas, desaparecido Jordi Pujol y rumiando su derrota ante Maragall. Y esa forma de gobernar no es de buen político. El impacto de estas elecciones catalanas en la escena política española es incuestionable y pronto habrá de verse, porque tenemos próximas las elecciones municipales y autonómicas, en su inmensa mayoría libres del contagio nacionalista y las generales en mayo del 2.008. Y habrá que ver como llegará el gobierno de Zapatero a esas metas cruciales, con su mayoría parlamentaria en Madrid sujeta a los pactos y demandas de los que hasta ahora han sido su apoyo.
jueves, noviembre 02, 2006
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