viernes 17 de noviembre de 2006
PENSAMIENTO
Hannah Arendt, la tormenta perpetua
Por José María Marco
La obra de Hannah Arendt está casi completamente traducida al español. Lo están los trabajos filosóficos de referencia, los grandes estudios políticos, que tanto escándalo provocaron en su momento (y aún hoy, de ser bien leídos, lo seguirán suscitando, como el dedicado al totalitarismo), y obras más breves y asequibles a un público algo más amplio, como el ensayo ¿Qué es la política? o el famoso Eichmann en Jerusalén.
En Eichmann... puso de relieve, relatando y analizando el juicio contra uno de los responsables de la "solución final", lo que el mal tiene de banal, de ausencia de capacidad para imaginar y pensar, de puro cumplimiento de una rutina ordenada, tanto o más que de pensamiento, de acción y de imaginación, en aquel caso hacia los judíos.
Eichmann..., publicado en 1961, suscitó una intensa polémica, esta vez entre una parte de la opinión judía, que no estaba de acuerdo con la tesis principal y discrepaba además del papel que Hannah Arendt otorgaba a los propios judíos en el Holocausto. Para Arendt, siempre, incluso en las peores condiciones, es posible la rebelión. Algunos de sus artículos más famosos, y más emocionantes, los escribió en homenaje a los judíos del gueto de Varsovia, los mismos que se rebelaron contra los nazis sin esperanza alguna, y en recuerdo de los jóvenes judíos del gueto lituano de Vilna, que también resistieron heroicamente a los alemanes.
Así como nunca, jamás hay que rendirse, ser judío era, para Arendt, una obligación moral, un imperativo para vivir como ciudadano; en su caso, ciudadano del mundo. También esta posición, que tenía una traducción personal, le enfrentó a mucha gente, en particular a buena parte de los sionistas, que llevaban ya muchos años intentando crear el Estado de Israel en Palestina.
Las contradicciones la atenazaron desde muy temprano. Había nacido en Hannover en una familia judía y durante sus estudios de filosofía había mantenido una relación amorosa con Martin Heidegger, el filósofo estrella de la época, su eterno maestro… y puntal ideológico del nazismo.
Tuvo la suerte de poder zafarse de aquellos otros discípulos y salir para Estados Unidos desde París. Se instaló en Nueva York, donde pasaría algunos años de dificultades, hasta que su incansable actividad intelectual le proporcionó el prestigio suficiente como para vivir de su trabajo. Acabaría convertida en ciudadana norteamericana y escribiendo en inglés.
En Estados Unidos desarrolla su trayectoria intelectual, siempre apasionada, vivida en primera persona, atormentada, y comprometida con la igualdad y la participación como principios de la acción política. Pero también encuentra allí una forma de tranquilidad que acaba sorprendiéndole e incluso divirtiéndole –a ella, tan atormentada–, como si fuera una forma de conservadurismo capaz de amansar su perpetua lucha contra sí misma, su instinto de denuncia y de polémica, tan unamuniano a veces.
Así es como llegó a escribir un elogio de su nueva nación, la única capaz de cumplir el sueño de Europa y, por eso mismo, en trance de convertirse en su peor pesadilla en forma de antiamericanismo, que Arendt, convertida entre tanto en ávida lectora de Tocqueville, rechaza radicalmente. Algunos de sus textos defienden explícitamente su país de adopción, una Norteamérica civilizada, democrática, ajena a los totalitarismos que la culta y elitista Europa había dado a luz.
Es éste uno de los aspectos más fascinantes de esta biografía de Hannah Arendt: comprobar cómo una europea quintaesencial, incapaz de zafarse del radicalismo, que no puede dejar de vivir en primera persona las gigantescas tragedias colectivas de su tiempo y que hace de la política (en contra de la tradición norteamericana) uno de los puntos más altos de la acción humana, encontró del otro lado del Atlántico una sociedad donde desarrollar su reflexión sin traicionarse a sí misma.
Como ya se ha dicho, está publicada en español casi toda la obra de Arendt, incluidos algunos de sus epistolarios, como los que mantuvo con Heidegger y su amiga, la escritora Mary McCarthy. La biografía de la francesa Laure Adler que ha publicado recientemente Destino viene a completar este abundante panorama bibliográfico. Es un buen análisis psicológico y moral y un relato trazado con pulso. Casi no parece francés, lo que resulta sorprendente.
También es una buena introducción a una autora no siempre fácil de leer (muchas veces porque no se arredraba ante nada), generosa como pocos y que probablemente, muy en el fondo, aspiraba a restaurar un orden desaparecido para siempre.
LAURA ADLER: HANNAH ARENDT. Destino (Barcelona), 2006; 579 páginas.
jueves, noviembre 16, 2006
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