jueves 16 de noviembre de 2006
BIOLOGÍA Y FE
Genes para el autoengaño
Por Alfonso García Nuño
En noviembre de 2004, se difundió la noticia de que el genetista molecular estadounidense Dean Hamer, director de la Unidad de Regulación de la Estructura Genética del Instituto Nacional para el Cáncer, en Bethesda, había concluido, tras trabajar con algo más de 2.000 muestras de ADN, que la capacidad para creer en Dios tenía alguna relación con el gen VMAT2, que es un transportador vesicular de monoaminas cuya función es regular el flujo de elementos químicos que alteran el humor en el cerebro.
El estudio comenzó con 226 preguntas para determinar el nivel de espiritualidad con el que se sentían conectados al universo un número significativo de voluntarios. De entre ellos, los que presentaban una mayor puntuación eran a su vez los que más facilidad tenían para creer en una gran fuerza espiritual y resultó que este grupo de sujetos estaba relacionado con el gen VMAT2. Pero una cosa son los datos de una investigación y otra es la interpretación de esos datos. Pues bien, hace unos días se ha publicado, en España un libro de este científico titulado El gen de Dios, a su vez subtitulado, en la edición española, La investigación de uno de los más prestigiosos genetistas mundiales acerca de cómo la fe está determinada por nuestra biología, y cuya finalidad es la divulgación de estas investigaciones.
Es evidente que algo ha de haber en la biología humana que tenga que ver con la fe, si no nos sería algo totalmente ajeno, como la luz a los animales avidentes, pues es el hombre el que cree y no somos espíritus puros como los ángeles, sino que somos uno en cuerpo y alma, somos materia y espíritu. Muchos me dirán que lo del alma no se puede demostrar científicamente, pero tampoco se puede negar su existencia por esta misma vía y francamente, si somos sólo materia, tiene muy difícil explicación, por no decir imposible, algo como la libertad, por ejemplo.
Por otra parte, ni qué decir tiene, que el conocimiento humano no es sinónimo de ciencia y menos de formulación matemática. Pero lo que nos interesa ahora es lo del cuerpo. Si es el hombre el que cree, lo hace corporalmente, como todo lo que hace en su vida, es decir, el cuerpo, todo el hombre, determina cómo cree: humanamente. Lo que no quiere decir que sea el cuerpo el que determine qué crea. Una cosa, por tanto, es que haya un elemento genético relacionado con la religiosidad y otra el que un gen determine que se crea o no, es más, incluso habría que decir que en lo humano, junto al factor biológico, hay otros muchos y, por supuesto, siempre la libertad de decidir en una dirección o en otra. Más allá de lo fiducial, la cuestión es si hay esferas de la vida humana en las que lo biológico, en lugar de determinar, como ocurre en otros campos, solamente capacite, condicione, facilite, etc.
Pero además, ¿de qué se trató en el estudio? El planteamiento de la encuesta, en el mejor de los casos, no pasa de la religiosidad natural, que no es lo mismo que la fe sobrenatural, y, por supuesto, no distingue, como San Agustín, entre creer que Dios existe, creer a Dios y creer en Dios. Por otra parte, ¿es lo mismo una gran fuerza espiritual que una persona? Pero incluso, al parecer, la cuestión va más allá, pues, según NoticiaCristiana.com, Dean Hamer sostiene que la espiritualidad es "un instinto que proporciona un sentido de la vida y valor para superar dificultades y pérdidas". No es de extrañar que los simios penosamente se vayan abriendo paso en el selecto club de las personas. Si todo en el hombre, incluso lo espiritual, se reduce a instinto, la diferencia con los demás animales está únicamente en el tipo de instintos y, entonces, las categorías de persona y libertad, entre otras, dejan de tener sentido, pues todos estaríamos sumidos en el determinismo.Si se trata de un instinto, en este caso, da igual que Dios exista o que no. Sería prescindible porque, entonces, la espiritualidad no sería desde el punto de vista biológico la apertura previa a una posible autocomunicación de Dios, sino que sería la capacidad del hombre para autoengañarse y hacerse creer que la vida tiene sentido, pues si solamente hay materia, la vida bien poca cosa valdría; acabaría en el anonadamiento total. Y si la vida no vale nada, ¿qué vale un libro de divulgación científica?
jueves, noviembre 16, 2006
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