viernes 10 de noviembre de 2006
El tripartito, el triturado y el trabucador
José Meléndez
L AS ambiciones personales de poder representan la peor manera de hacer política en una democracia porque tarde o temprano desvelan las intenciones de los políticos que las tienen como único objetivo. Y cuando ese objetivo se descubre, pasan factura a los que hicieron todo lo posible, incluidas mentiras y traiciones, para subirse a un coche oficial. El problema estriba en que cuando se suben, porque los ingenuos o los incautos les han abierto gentilmente la puerta, ya es muy difícil bajarlos y mas difícil todavía arreglar los desmanes que hayan cometido. Un buen ejemplo de esto lo tenemos en la política catalana, paradigma de la chapuza y el chalaneo y exponente de las sucias tácticas al servicio de un hambre incontenible de poder. El palacio de Sant Jaume ha sido siempre el oscuro objeto de deseo de la izquierda catalana y cuando lo consiguieron mediante la unión interesada de tres izquierdas totalmente opuestas en sus raíces ideológicas, la amalgama resultó en una coalición incongruente que hizo todo menos dedicarse al servicio de la ciudadanía que los había elegido. En el Pacto del Tinell, propiciado por el PSOE para “ayudar a su hermano catalán” nació el tripartito que ha gobernado durante tres años largos con un nefasto balance de errores y rencillas internas.. Pero en las últimas elecciones autonómicas, el electorado se encontró con que no tenía alternativa, porque al desaguisado del tripartito solo podía oponer un partido gastado por su forma hegemónica de gobernar durante dos décadas y tocado por el descubrimiento de que había estado nutriendo sus arcas con una ilegal comisión del 3 por ciento en las obras públicas que adjudicaba. Y a pesar de que el castigo a los principales actores del tripartito, el PSC y ERC, ha sido indudable e indefendible, el tripartito vuelve a gobernar en Cataluña, triturando por segunda vez las aspiraciones del convergente Artur Mas y dejando a su socio Joseph Durán Lleida para que siga acariciando en sus noches de pesadilla el sueño de llegar a ser ministro de un gobierno en Madrid. De paso, las dotes de trabucador de José Luis Rodríguez Zapatero han quedado expuestas, exhibiendo su pobre condición de político inconsistente que se mete en los barrizales sin el calzado adecuado para ello, que le permita salir con el menor deterioro posible. José Montilla, el nuevo presidente de la Generalitat, tiene cara y hechuras de cura que acaba de colgar los hábitos. Y ha engañado a todos, a Zapatero el primero, con ese aspecto sosegado y bonachón que escondía su sibilina, pero férrea, determinación de llegar al poder como fuera, que eso si lo aprendió muy bien de su jefe de filas. Y ha resistido las presiones de Ferraz y de la Moncloa para dejar a Artur Mas tomar el mando con apoyos puntuales y no ha dudado en reivindicar a un político tan extravagante y desprestigiado como Carod Rovira, defenestrado por Maragall en el primer tripartito por su entrevista de Perpiñán con ETA y su rotundo no a un Estatuto que era la joya de la corona de los nacionalistas. Dos “charnegos”, uno de Córdoba y otro de Huesca al frente de este nuevo tripartito, que causa tal vergüenza a sus creadores que lo han rebautizado con el nombre eufemístico de “Entesa de progrés”. Al cordobés le ha legado Maragall el bodrio del Estatuto y al oscense le toca desarrollarlo, cuando su partido se opuso a él en el referéndum de ratificación. La contradicción en su más pura esencia. Y ambos charnegos se han comprometido públicamente a no admitir ingerencias en su gestión gubernativa” y a llevar “hasta sus últimas consecuencias” la realidad de la nación catalana. ¿Pero eso no figura solamente en el preámbulo estatutario, con la inocencia y la inocuidad de la gracia de un bebé?. El trabucador no tiene contestación. Su fecunda verborrea tiene con demasiada frecuencia silencios tácticos cuando le conviene. La trituración de Artur Mas puede ser esta vez definitiva, porque si en su primera legislatura como oposición tenía al menos su partido la misma tarea nacionalista que los que componían el tripartito, al ser ahora el Estatuto una realidad, mientras el Tribunal Constitucional no diga lo contrario, en ésta se ha quedado sin tema prioritario y expuesto a que si centra su actuación en las críticas a la gestión gubernamental –que es lo que debe hacer toda oposición- corre el peligro de que le callen la boca con el recuerdo de lo que su partido hizo cuando gobernaba. Por dos veces ha ganado parcialmente unas elecciones y ha sido derrotado al final por la fría realidad de la aritmética parlamentaria. Pero si esta aritmética le es adversa en el Parlamento autonómico, puede serle favorable en el nacional, si retira los apoyos que el trabucador consiguió en la noche en que se fumaron un cartón y medio de Marlboro para indignación de la ministra de Sanidad, Elena Salgado, que ahora pretende acosar a todos los fumadores de la tierra desde la OMS, sueño que tiene todos los visos de quedarse igual que el de Durán Lleida. Si CiU retira su apoyo parlamentario al gobierno de Zapatero, el presidente trabucador puede verse en serios aprietos para sacar adelante los presupuestos generales del Estado y cualquiera de las leyes que aún quedan, además de haber salido malparada su condición de líder de un partido en el que no ha podido imponer disciplina y pasar por el bochorno de tener que soportar otra vez como socio a los independentistas de Carod Rovira, del que no ha podido librarse con sus solapadas maniobras. La postura de que el PSOE respeta las decisiones de sus colegas catalanesno es mas que una manta de burdo paño para tapar su cabreo infinito. Su política de mostrar a Mariano Rajoy como líder débil de un partido desunido se ha venido abajo estrepitosamente con su propio ejemplo y habrán de verse sus consecuencias en las próximas elecciones municipales y autonómicas en las que el nacionalismo radical no es un elemento influyente. Eso es lo que puede suceder. O debiera, que tampoco hay que fiarse mucho, tal como se desarrolla la actual política española, más propia de la desorientación, zancadillas, mentiras y trampas que fueron el distintivo de la segunda mitad del siglo XIX y primeras décadas del XX. Si la memoria histórica, ahora tan invocada, sirve para algo, ahí tienen los electores un importante tema de reflexión.
jueves, noviembre 09, 2006
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