miercoles 15 de noviembre de 2006
Afganistán, de mal en peor
AFGANISTÁN lleva camino de convertirse en un problema gravísimo. En el país se producen cada mes más de seiscientos ataques contra fuerzas extranjeras y tropas gubernamentales y en lo que va de año han muerto en combate cerca de 4.000 personas, lo que da una idea de la intensidad de la actividad insurgente. En este contexto, el ataque de un terrorista suicida contra un convoy de militares españoles no puede considerarse como un hecho aislado o una excepción en una zona pretendidamente tranquila, sino de un síntoma innegable del deterioro de la estabilidad. Tratar de ignorarlo sería un error mayúsculo.
Si no se consigue revertir la tendencia, parece inevitable deducir que tarde o temprano nos encontraremos ante un panorama que se parecerá menos a lo que se había planificado y más a lo que hoy está siendo Irak, donde el fracaso de la planificación militar ha llevado al país a las puertas de la guerra civil.
Conviene recordar que las tropas españolas en Herat se ocupan de una misión idéntica a la que llevaban a cabo los militares que se retiraron de Diwaniya (Irak): intentan ayudar a reconstruir el país en momentos de turbulencias y, sobre todo, tienen como objetivo prevenir que vuelva a emerger un Estado irregular, que sirva de cobijo a los terroristas, como sucedía en tiempos de los talibanes. Esa labor es fundamental para nuestra seguridad y la de nuestros aliados en la Alianza Atlántica y es nuestra obligación estar allí, por encima de consideraciones políticas de corto alcance. Tal vez el Gobierno pensaba que en Afganistán el grado de responsabilidad que asumía era más llevadero que el de Irak, pero la realidad parece estar llevando las cosas en otra dirección, y no precisamente mejor.
Ahora se ve con toda claridad que, por encima de lo que el Gobierno pensaba cuando llegó al poder, está la determinación de las fuerzas oscuras del terror, de los restos de los talibanes diseminados entonces por la intervención militar en Afganistán, empeñados en seguir en guerra contra Occidente.
En Afganistán las cosas pueden ir aún mucho peor: los expertos advierten desde hace tiempo de que, si no hay avances concretos en el proceso de reconstrucción y estabilización, puede producirse una nueva revuelta tribal de la mayoría pastún. Es posible que aún haya tiempo de tomar las medidas necesarias para evitarlo, entre otras cosas persuadiendo a las autoridades afganas de la necesidad de acelerar políticas que lleven el progreso a la población y luchando decididamente contra el pernicioso tráfico de drogas. El Gobierno español ha respondido a este ataque a nuestras tropas reiterando que los soldados españoles van a seguir en Afganistán como están. La situación merecería una reflexión de futuro más responsable, pero los soldados deben seguir -equipados con todos los medios necesarios para su protección- de manera que los terroristas sepan que la OTAN sigue dispuesta a impedir que logren sus siniestros propósitos.
miércoles, noviembre 15, 2006
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