jueves, noviembre 02, 2006

Elogio del ciudadano progre

viernes 3 de noviembre de 2006
ÉTICA Y LEY
Elogio del ciudadano progre
Por José Francisco Serrano Oceja
No hace muchos días, un alumno aventajado, que siempre los hay, me preguntó si era verdad que en España durante la transición política –la primera, se entiende– se había llegado al consenso de entregar la cultura a la izquierda y la economía a la derecha. A simple vista, tendría que añadir que, en lo de la cultura, los gobiernos de las más variadas derechas parecían darle la razón.
El arzobispo de Valladolid, monseñor Braulio Rodríguez, escribió la pasada semana que al gobierno de Rodríguez Zapatero le gusta jugar a ser progre. Adicto es Zapatero, sin duda, al cambio social, el nuevo Monopoli inmobiliario de los valores públicos. Quizá porque piense que como no puede cambiar la naturaleza de los españoles, al menos puede pasar a la historia por haber modificado la cultura de España.
Sabe muy bien nuestro progre de convención que las revoluciones, en este tiempo, no se hacen en las calles, en las plazas públicas, mediante la alteración del orden, que antes se denominaba público. Ahora las revoluciones –exceptuando la siempre singular Francia– se hacen en el imaginario colectivo, en los modos y formas de percibir y de expresar los valores éticos sobre los que se sustentan las relaciones sociales.
En una sociedad democrática, donde la religión no hace ley, única frase que parece haber aprendido nuestro presidente del gobierno en el manual para gobernantes accidentales, no parece posible promover la vigencia y viabilidad de unos principios éticos permanentes. Nuestros progres repiten que la ciudadanía no está de acuerdo en ningún ideal de vida buena, de bondad, al fin y al cabo. Imponer un ideal de vida buena iría en contra de la libertad individual, principio básico de la democracia.
Prima, así, el ejercicio de lo políticamente correcto, del right frente al good, que comentan los pedantes angloparlantes. Los ciudadanos, eso sí, pueden irse a sus casas y elegir en el supermercado ético un ideal de lo que es bueno o es malo, de lo que está bien o está mal. Pero lo que no pueden hacer es intentar convertir ese bien que han elegido en bien para todos, en propuestas, normas y leyes. Si así fuera, pondrían en peligro la paz pública, la democracia. Y si de la educación se trata, se dedican los esfuerzos a la renovación pedagógica y a la educación participativa, mientras se cuela de rondón una educación de consensos éticos que sólo lo son cuando están de acuerdo con quien gobierna. ¿Acaso no está ocurriendo esto con el proyecto de contenidos de "Educación para la ciudadanía" y la protesta de quienes entregaron más de tres millones de firmas?
Lo que no tiene en cuenta nuestro progre de turno es que el sistema jurídico se basa en un conjunto de normas que están confeccionadas, son respetadas y aplicadas por personas que tienen un modelo de coherencia de vida que depende de lo que consideren por bien. El sistema jurídico no es una utopía basada en la asepsia respecto al sentido de la ley y al sentido de su aplicación. Quien más, quien menos, todos tenemos un concepto de justicia y tendemos a que se extienda y comparta por los demás. Si el ciudadano se desentiende de lo que es bueno, y de la responsabilidad que tiene respecto a lo que es bueno para la sociedad, los partidos políticos asumen esa función y sustraen al individuo de un protagonismo que no debe perder. Llevados hasta las últimas consecuencias, la confusión entre partido político y Estado, o Estado y partido en el poder conduce inevitablemente al totalitarismo.
El ciudadano progre teme la capacidad simbólica del hombre. También la memoria. El progre multicultural piensa que "en medio siglo, Europa habrá dejado de ser blanca y cristiana". Al progre multicultural le da lo mismo que si los que vienen emigrando aportan una identidad, que pone en peligro la de los que les acogen, los que les reciban tengan el derecho a defender la suya. Y en esas estamos con el progre de turno...

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