martes, noviembre 21, 2006

El castaño de Anne Frank

martes 21 de noviembre de 2006
El castaño de Anne Frank

POR VALENTÍ PUIG
AQUELLA adolescente llamada Anne Frank mantuvo indemne la civilización mientras pudo ver un castaño de Amsterdam por una rendija del refugio en el que sobrevivía su familia, perseguida por los nazis. Es también un acto de civilización que el Ayuntamiento de Amsterdam, tantos años después, haya hecho lo imposible para que aquel castaño ya tan viejo sobreviviese a todo tipo de males e infecciones vegetales. Finalmente, el castaño de Anne Frank cae abatido. Ningún botánico ha logrado una fórmula salvadora. Los millones de lectores del «Diario de Anne Frank» recuerdan ese castaño y, es más, en cada espíritu decidido a no dejarse someter por nuevas o viejas barbaries asoma un castaño como «memento» de la grandísima tragedia que la adolescente judía, escritora precoz, expuso en sus cuadernos.
En 1944 anota: «Nuestro castaño está completamente en flor, cubierto de hojas e incluso más bello que el año pasado». Hay júbilo y madurez temprana en las anotaciones de Anne. Aquel mismo año, semanas después de esta anotación en su dietario, el refugio de la familia Frank -a consecuencia de alguna delación- fue descubierto por la Gestapo. Primero fueron a parar a Auschwitz y luego, Anne y su hermana, al campo de Bergen-Belsen, donde murieron de tifus muy poco antes de que los aliados llegasen. Su padre, al ser liberado, encontró el manuscrito del dietario de Anne.
Es indicativo de la mediocridad moral de nuestro tiempo que seguramente el «Diario de Anne Frank» no esté disponible en las librerías. Tanta desmemoria contribuye francamente al revisionismo del Holocausto. El historiador David Irving, por una parte, y grupos neo-nazis, por otra, niegan toda verosimilitud a lo que escribió Anne Frank. Algo tendrá que ver con la desdichada ola de antisemitismo que vivimos en la Europa del Tratado Constitucional y del Airbus. Lo que sabemos es todo lo que cuentan las páginas del diario de aquella muchacha de ojos vivaces y que, de los 110.000 judíos deportados de Holanda, sólo 5.000 sobrevivieron. Desaparece el viejo castaño, pero -según las noticias- un portal de internet velará por su existencia virtual, según la describió Anne día a día en sus cuadernos.
Es una atroz coincidencia que el presidente iraní, Ahmadinejad, haya convocado un concurso de caricaturas descriptivas del Holocausto: un humorista marroquí se ha llevado el premio de 12.000 dólares. Es constante en Oriente Medio la negación del Holocausto. Nasser decía que nadie se toma en serio la mentira de que seis millones de judíos fueron asesinados, y ahora mismo el líder de Hizbolá sostiene que los judíos inventaron la leyenda del Holocausto. Esta semana «Newsweek» recuerda que, mientras Nasser o Hassan Nasrallah, de Hizbolá, lo niegan, hay líderes del mundo árabe que consideran insuficiente la matanza. Entre ambos extremos, aparece un «relativismo del Holocausto»: no fueron tantos los muertos, y ésas son cosas que pasan en las guerras.
Hubo también un puñado de árabes que ayudaron a huir a judíos perseguidos. Será por eso, por todos los que perecieron y por quienes hicieron lo que pudieron para que no perecieran, que el castaño de Anne Frank ha podido sobrevivir a tantos contratiempos. El castaño con gotas de lluvia ensartadas en la fina rama, el castaño con los pájaros posados a media tarde: escribir, sostener el silencio para no alertar a los nazis, convivir con los roces y malentendidos de la familia, ser una adolescente en un zulo.
Frente a la contemplación del castaño, todo el mal posible del mundo, toda la minuciosidad del genocidio. «Diario de Anne Frank»: ¿qué caso hay más explícito y tangible del poder de la palabra? Una adolescente que quiere ser escritora mira su castaño, anota los matices del tiempo, el ser de las personas, las gaviotas que ve por la rendija del ático-refugio. Y todo aquello que escribe se va a convertir en una de las voces imperecederas de seis millones de seres humanos que fueron aniquilados por el mero hecho de ser judíos. Ahora el viejo castaño cae. Queda, ciertamente, la palabra de Anne Frank y el deber de leerla, de tenerla presente cuando parlotea con su hermana, cuando cree que su madre no la entiende, cuando lee con fervor, cuando sobrevive, cuando perece.
vpuig@abc.es

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