martes, noviembre 07, 2006

De Burgos a Estrasburgo en vaporetto

miercoles 8 de noviembre de 2006
CRÓNICAS COSMOPOLITAS
De Burgos a Estrasburgo en vaporetto
Por Carlos Semprún Maura
Un amigo burgalés de los buenos tiempos, cuando éramos más jóvenes –y vivía Franco–, de vuelta y de paso por París me contaba sus cuitas; pero no les voy a dar la lata: sólo comentaré uno de sus motivos de cabreo, que supera las monótonas dolencias de la vejez. Quejábase, pues, de que en su calle Laín Calvo, o en la de al lado, aún existían hacía poco un café y una librería, que él frecuentaba, y ahora habían cerrado para reabrir como joyerías. Por lo visto, las joyerías abundan en Burgos como antaño los galgos en Soria.
Yo, como siempre muy social, le pregunté cuál era el origen de las fortunas que hacían prosperar el sabroso negocio de las joyas. ¿Quiénes eran en Burgos los ricos, los tradicionales terratenientes o una nueva categoría de ricos, todos muy aficionados a las joyas, o al menos sus esposas, sus amantes y/o sus efebos? "Ocurre, me dijo, que los agricultores (pronunció la palabra con sorna) se han forrado con las subvenciones europeas y se han lanzado como locos a las especulaciones inmobiliarias; se ha construido muchísimo, y fíjate que hay, por lo menos, 15.000 pisos vacíos en Burgos".

Yo, en cuestiones de justicia, también soy liberal (lo cual no me impide considerar que el indulto de facto del asesino De Juana sea una canallada; ser favorable a la abolición de la pena de muerte exige reciprocidad, que no sean siempre los mismos los que matan, y además impunemente), pero cabe preguntarse si sustraer fondos destinados a desarrollar la agricultura para realizar negocios inmobiliarios no constituye un delito. En todo caso, constituye un aquelarre económico y un despilfarro, costeado por los contribuyentes europeos. Porque si eso ocurre en Burgos, ocurrirá en toda España y muchísimo más en Francia, habida cuenta de la importancia de las subvenciones europeas a la agricultura gala.

Siempre volvemos a lo mismo, si el mercado común ha tenido aspectos positivos, con la creación de un espacio geoeconómico más amplio y eficaz que el de cada nación europea por separado, y no sólo "separada", sino atrincherada tras sus fronteras arancelarias y su autarquía. Sobre ese mercado más amplio y algo más liberal, las instituciones europeas han creado una burocracia parasitaria, con ínfulas políticas y un quiero y no puedo imperialista, cuyo resultado inmediato y concreto, para los ciudadanos que pagan los platos rotos, es un descomunal despilfarro, en la agricultura como en la cultura, una plétora de funcionarios y lo que te rondaré morena, como esa constitución de marras.

Sí, siempre volvemos a lo mismo: de un lado, unas mejores posibilidades para el libre desarrollo del mercado y, del otro, una voluntad de control estatal, con el señuelo de crear un superestado europeo, que sólo es un aborto, puesto que aún no ha nacido y ya ha muerto; y, a todo esto, la mundualización ha convertido Europa en una provincia chica de este mundo. Yo no tengo nada contra las provincias, como Cataluña, por ejemplo, salvo si se consideran el centro del mundo.

Puede que Luis María Anson tenga razón cuando escribe (El Mundo, 31-10-2006) que Europa ha impedido que Zapatero nacionalizara la banca española, lo cual es evidentemente positivo, pero tampoco digo que todo lo que hace la UE y la comisión de Bruselas sea catastrófico; afirmo, sin embargo, que hay suficientes catástrofes europeas como para replanteárselo todo de nuevo.

Bueno, de acuerdo, el mercado común ha tenido resultados positivos, pero hoy se queda corto y provinciano, en una economía mundial. Los sindicatos europeos acaban de fundar en Viena la Confederación Sindical Internacional, rompiendo así el marco europeo de sus reivindicaciones y transformándose certeramente en internacionales. Como siempre ocurre, los viejos prejuicios, los resabios y las lenguas de palo también se han manifestado en esta ocasión, con estrambóticas declaraciones sobre la necesidad de convertirse en internacionales para mejor luchar contra el capitalismo, que ya lo es.

A mí esto me recuerda, y fíjense si es moderno, a la decimonónica AIT, cuando la labor de los sindicatos del siglo XXI debería ser impulsar el desarrollo mundial del capitalismo, velando, no faltaba más, porque las "migajas" que reciben los trabajadores sean consecuentes, y hasta se conviertan en acciones. Pero eso no quita que los sindicatos, al menos simbólicamente, ya hayan tirado Europa al basurero de la Historia y sean más internacionalistas que los partidos europeos, que, todo hay que decirlo, son totalmente catastróficos.

En ese burocrático despilfarro generalizado que define la Europa desunida, el Parlamento Europeo desempeña un papel espectacular. Primero, no sirve absolutamente para nada; segundo, cuesta un huevo a los pobres contribuyentes europeos, y tercero, constituye un vodevil indecente en el que los muslos que más se lucen son los de la socialburocracia, conjura carca y antiimperialista.

Acabamos de verlo de nuevo con lo del voto para apoyar "la paz en el País Vasco". Aparte de que no existe País Vasco, es un decir, y aparte de que no existe paz, sólo rendición, cabe preguntarse en qué mundo vivimos, cuando el Gobierno remendón finge pedir "pruebas" a los etarras de que han "renunciado a la violencia". ¿Qué más pruebas necesitan, cuando acaban de robar de nuevo pistolas, evidentemente dedicadas a garantizar la paz, la verdadera, la paz de los cementerios?

Yo no soy un economista que se las sabe todas, como Fernando Serra, por ejemplo, pero pienso que cualquier persona con dos dedos de frente entiende que las importantes diferencias en el desarrollo económico y tecnológico que existen entre los diferentes países europeos no pueden superarse con un diktat de la Comisión Europea, como en la farragosa cuestión de los dichosos 3%, que países potentes como Francia y Alemania se saltan a la torera, enviando la Comisión a freír espárragos, mientras que otros más endebles, como Hungría y Grecia, hacen trampas para lograr obtener su diploma de europeos.

Lo peor en el funcionamiento de la UE es el método, porque no es democrático, y aún menos liberal, el que una Comisión no elegida y tan poco representativa imponga despóticamente sus criterios a gobiernos y parlamentos democráticamente elegidos, que ni siquiera tienen derecho a discutirlos y rechazarlos. Incluso cuando esas ordenanzas tienen un corte relativamente liberal, el método es todo lo contrario: autoritario, burocrático, ordeno y mando, y a cumplir sin rechistar. Y sólo rechistan las grandes potencias europeas. Claro que el señor Durao Barroso tiene en este sentido más cuidado que sus catastróficos predecesores, como Jacques Delors y Romano Prodi, pero las virtudes de un hombre no exculpan a la Comisión y a las instituciones europeas en general de su aquelarre burocrático y de su despilfarro generalizado.

Y no hablemos, hoy por hoy, de política o de defensa, ¡madre mía! Porque la situación en estos temas es tan escandalosa que sólo podemos felicitarnos de que no exista ni política ni defensa europeas, porque, de existir, la UE declararía la guerra a los USA (con la abstención del PPE en el Parlamento Europeo) y bombardearía Israel. Pero no se atreven. Menos mal que no se atreven a nada.
El vaporetto del título es una imagen, of course. Recuerda Venecia y recuerda otra Europa, desgarrada pero viva; hoy, desde el vaporetto, sólo vemos a funcionarios durmiendo la siesta mientras sus hijos preparan atentados.

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