martes, julio 04, 2006

Una España hemiplejica

miercoles 5 de julio de 2006
Una España hemipléjica

Por M. MARTÍN FERRAND
CUANDO, como un Júpiter tonante, dice José María Aznar que España está entrando en «una etapa de disolución material», hay que entender que habla de política y no de geografía. Los ríos no atraviesan su mejor momento, pero ahí están sus cauces y ni el Mulhacén ni el Teide se ven resquebrajados en su gigantismo. La disolución espiritual de España, que es otra cosa, es ya un fenómeno viejo y -hay que temerlo- algo que los españoles tenemos tan asumido que difícilmente nos acostumbraremos a vivir en una patria no dividida, unánime en sus proyectos de futuro, lejana de las estériles utopías de la izquierda y de los radicalismos de la derecha extremosa. España es así, como es, y en ella radican nuestros gozos y nuestras penas.
Como oportunamente señalaba José Antonio Zarzalejos, este pasado domingo, en La Tercera de ABC, José Luis Rodríguez Zapatero le ha tomado la medida a la derecha española y, fijándose en el PP y utilizando la sensibilidad de alguna de sus porciones, tiene dividido y grogui al partido que, salvo las espasmódicas fuerzas de las derechas nacionalistas de la periferia, encierra todo el catálogo de las voluntades conservadoras y liberales que generan estos pagos. Ese no es un problema «de» España ni señala la maldad del líder socialista. Es, sustancialmente, el efecto de la indigestión del 11-M, parte de sus secuelas políticas, y subraya la indecisión y/o la desgana de Mariano Rajoy.
Cuando se habla de ETA, Aznar desarrolla una lógica más propia de víctima de la banda terrorista -que lo es- que de quien, desde su responsabilidad presidencial, negoció con ella. Todos los presidentes de la democracia lo han intentado y sólo Leopoldo Calvo Sotelo, con Juan José Rosón en el Ministerio del Interior, consiguió el fruto, en interlocución con José María Bandrés, de la escisión del grupo terrorista y la integración democrática de parte de él. Aznar lo intentó a su modo, cual corresponde, y Zapatero lo está haciendo al suyo. Es su turno, e independientemente del agrado o disgusto que pueda producirnos, está en su derecho e incluso en el ejercicio de su deber al actuar decididamente, dentro de la ley, para la consecución de un objetivo prioritario para una España que, por las trazas de la Historia, debe ser indisoluble.
Lo que no podemos permitirnos es la catástrofe de una España hemipléjica, y para evitarlo, la derecha -todo lo que puede entenderse como tal- habrá de organizarse, sacudirse la tentación radical y, buscando lo que falta y prescindiendo de lo que sobra, presentarse como lo que hoy no es: una alternativa real y posible frente a una izquierda que, cortita de talento, anda larga de ganas, ansiosa de revanchas, anquilosada en las viejas formulaciones «gochistas» y que, con muy buenos modales, enseña una patita totalitaria por debajo de la puerta. El problema, insisto, no es Zapatero; es Rajoy, su corte de confianza y sus predicadores de compañía.

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